viernes, 23 de agosto de 2013

Carta I: Kafka, epístolas, literatura, escritura y conocimiento

Durante unos años he cultivado el género epistolar con un entrañable amigo y poeta con quien hemos buceado en temas como la literatura, la música, la filosofía, la plástica, el tango, el alma, la creación artística, los dolores existenciales… la vida. Como fruto de ese intercambio maravilloso nos ha quedado un valioso tesoro de más de cien cartas.  Esta es solo una de ellas, quizás la que concentra algunas de mis preocupaciones más persistentes. Compartirla hoy es volver a pensar en la literatura como objeto de estudio y en la escritura como objeto de creación. 
Ahora ya no es nuestra. Es de todos. Gracias al destinatario por sus alas y su generosidad.


Franz Kafka, de quien me siento más que cercana, afirmaba un 21 de Agosto de 1913: “No soy más que literatura y no puedo ni quiero ser otra cosa”; vaya convicción, ¿no? Si solo pudiera tener aunque sea una milésima de la certeza y la pasión (y por qué no la obstinación también) que tuvo este hombre para con la literatura... Harold Bloom apunta al respecto que Kafka funda su espiritualidad en el concepto de Indestructibilidad, esto es que el proceso de gnosis (conocer el yo profundo de nuestro yo) está dado esencialmente por la paciencia mediante la cual se accede al conocimiento y por la Indestructibilidad que posee el hombre dentro, como un impulso vital encubierto que hace que cuando ya no se puede más, sin embargo, se siga adelante. Aunque en realidad este impulso de indestructibilidad sea (paradójicamente) autodestructivo en sí, es lo único que nos anima a seguir buscando ese conocimiento del yo y nos hace soportar lo insoportable.
Esta indestructibilidad es la que Kafka transforma en su propia religión en el sentido de su búsqueda de la espiritualidad mediante la escritura, escritura que se le hace carne, que no puede abandonar, aunque lo lleve a su autodestrucción y al mismo tiempo al conocimiento de su yo profundo. Escribir es conocerse. O encontrarse, en cada línea, un poco más. 
Kafka me resulta verdaderamente una figura admirable, admiro su literatura, su pasión que es casi un padecimiento, su obstinación, su capacidad para adentrarnos en un mundo absurdo e incomprensible... desde su simple y compleja, al mismo tiempo, humanidad.
Estudiando a mi amigo Franz encontré un texto curioso, que me pareció interesante compartir con usted. Le dice, o mejor dicho, le escribe Kafka a Milena Jesenská:

(...)Toda la desdicha de mi vida —No quiero con esto quejarme, sino hacer una observación de interés general— proviene por así decirlo de las cartas o de la posibilidad de escribirlas. Las personas casi nunca me han traicionado, pero las cartas, siempre; y en verdad no las ajenas, sino justamente las mías. En mi caso es una desgracia muy especial, de la que no quiero seguir hablando, pero al mismo tiempo es también una desgracia general. La sencilla posibilidad de escribir cartas debe haber provocado —desde un punto de vista meramente teórico— una terrible desintegración de almas en el mundo. Es en efecto una conversación con fantasmas (y para peor no solo con el fantasma del destinatario, sino también con el del remitente) que se desarrolla entre líneas en la carta que uno escribe, o aun en una serie de cartas, donde cada una corrobora la otra y puede parecerse a ella como testigo. ¿De dónde habrá surgido la idea de que las personas podían comunicarse mediante cartas? Se puede pensar en una persona distante, se puede  aferrar  a una persona cercana, todo lo demás queda más allá de las fuerzas humanas. Escribir cartas, sin embargo, significa desnudarse  ante los fantasmas, que lo esperan ávidamente. Los besos por escrito no llegan  a su destino, se los beben por el camino los fantasmas. Con este abundante alimento se multiplican, en efecto, enormemente. La humanidad lo percibe y lucha por evitarlo; y para eliminar en lo posible lo fantasmal entre las personas y lograr  una comunicación natural, que es la paz de las almas, ha inventado el ferrocarril, el automóvil, el aeroplano, pero ya no sirven, son evidentemente descubrimientos hechos en el momento del desastre. El bando opuesto es tanto más calmo y poderoso, después que el correo inventó el telégrafo,  el teléfono, la telegrafía sin hilos. Los fantasmas no se morirán  de hambre, y nosotros en cambio pereceremos.

Y la transcribí completa, porque me parece maravillosa, simple pero enormemente poética. “Conversar con fantasmas”... eso es lo que me impulsó a citarlo, pues de eso se tratan verdaderamente las cartas, de conversar con los propios fantasmas y con el del destinatario. 
Le cuento, entonces, a su fantasma que he leído cuentos, novelas y cartas de Franz Kafka. No puedo dejar de reconocer su genialidad en los tres géneros, porque verdaderamente Kafka era literato, y porque afortunadamente su gran obsesión fue escribir. ¿Quién no se sintió como Gregorio Samsa alguna vez? ¿Quién no se siente parte de un aparato absurdo y aplastante como la ley o la burocracia misma que leemos en el Proceso de Josef K.?
Este fue uno de los primeros autores que adopté como propios, quizás porque fue uno de los primeros “grandes” que leí. No se imagina la cantidad de veces que por la mañana me tocaba la cabeza al despertar temiendo tener antenas...
El tema de la angustia, el absurdo, la obstinación, la vulnerabilidad de los personajes dentro de aparatos que los devoran, esos animales extraños (¿los seres humanos, quizás?) que asimilan con naturalidad la rareza que ellos son y que es el mundo mismo, la incomunicación, la incomprensión, todo este mundo Kafkiano siempre me fascinó y envolvió, pero por sobre todo me hizo pensar, mucho, muchísimo...
Y hoy me toca estudiarlo, como quien examina bajo una o dos formulitas algún ejercicio matemático facilongo, y me pregunto... ¿Vale la pena esto Franz? ¿Es así que se accede a la literatura? ¿Así se accede a la espiritualidad? ¿Es necesario estudiar la literatura para sentirse colmado, pleno de ella, para sentirse literatura? ¿Es así que se mitiga la necesidad de escritura? Pero Franz, como tantos otros, nunca va a contestarme, aunque yo sienta que hay algo que nos hermana, aunque yo sienta que puedo comprenderlo y que a veces soy presa de su mismo padecimiento. La única respuesta que él dejó vagando en el aire de sus textos es, tal vez, la misma que encontré en las palabras de Gudiño Kieffer, y cuya idea parece decirme que la literatura puede ser al mismo tiempo un instrumento de salvación y una condena. 
Mi única esperanza para comprender algunas de estas cuestiones es que esta respuesta valga tanto para los grandes como para los mediocres, entre los cuales levanto la mano y doy mi presente reglamentario, mientras con la otra sigo escribiendo, y escribiendo, y escribiendo...

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