domingo, 16 de marzo de 2014

Acunar sueños, proyectar hijos

El embarazo adolescente es un tema que se ha vuelto central entre quienes pensamos en el futuro de los jóvenes, y va cobrando cada vez mayor relevancia. Esto no es casual, las cifras de madres adolescentes crece a pasos agigantados. ¿Cómo no preguntarnos acerca de este fenómeno? ¿Cómo no “preocuparnos”?
 Y antes que nada, pensemos en ese “preocuparnos”. ¿Es realmente un “problema” el embarazo adolescente, tal que debiéramos “preocuparnos” por él? Quizás sí, si consideramos sus posibles causas y consecuencias. Profundicemos en esto.
¿Qué cosas llevan a una chica a ser madre en su adolescencia? Los adultos solemos aventurar algunas respuestas: porque no conocen los métodos anticonceptivos; porque desconocen los riesgos de una situación sexual; porque no miden las consecuencias que trae un “descuido” o un momento de “no pensar” y disfrutar.
 Sin embargo, cuando preguntamos a los chicos las posibles razones, pareciera que los adultos estamos lejos de acertar las causas. Los adolescentes dicen saber cómo cuidarse, dicen conocer los riesgos, dicen medir las consecuencias… tenemos entonces dos opciones, hacer de cuenta que no escuchamos nada y seguir repitiendo como disco rayado la información que ya dimos, o tomarnos un momento y analizar seriamente la situación, observando, debatiendo, escuchando las necesidades de los chicos, reflexionando de verdad, fuera de los lugares comunes.
 ¿Qué hace que chicos de entre 12 y 18 años se transformen en padres? Loreta Acevedo explica al respecto: 
Son muchos los factores que conllevan al ejercicio cada vez más temprano de la sexualidad en los y las adolescentes y por ende a los embarazos precoces. Según el boletín “Desafíos”, una publicación de la CEPAL y UNICEF, estos factores incluyen los cambios socioeconómicos, nuevos estilos de vida e insuficiente educación sexual. (…) se carece de políticas públicas de salud sexual y reproductiva, no se valoran los derechos sexuales y reproductivos de las adolescentes. En el ámbito de esa población joven tienen también mucho impacto la presión de grupo, la curiosidad, el abuso sexual, el sexo como paga por dinero, y la falta de orientación de los padres y madres.1
Seguramente todos estos factores llevan a que el embarazo adolescente siga creciendo, pero cabe también preguntarse algo con la mayor sinceridad posible: ¿No existirá tal vez un deseo en algunos de los chicos de ser padres? Es una hipótesis arriesgada, sí. Pero cuántos de ellos fantasean con dar afecto a un ser pequeñito, que dependa de ellos, que le den afecto, que les permitan sentir que ejercen autoridad sobre alguien, que siempre se quedará a su lado, que los haga sentir adultos, que les dé una razón para vivir…
 Todos aprendemos de lo que vemos. De los modelos y roles que se establecen en el hogar, en la comunidad, en la televisión. Aprendemos de a poco qué es ser padre, porque somos hijos, y entendemos también en carne propia cuáles son las falencias que los padres tienen, y quisiéramos, de hecho, no repetirlas con nuestros hijos. Por otro lado, todos necesitamos un núcleo afectivo que nos contenga, que nos aliente, que nos brinde amor, que nos haga sentir importantes. Hay un fuerte componente social, afectivo y psicológico en la conformación de los núcleos familiares que está modificándose y modificando los roles de padre/hijo, cambios que impactan en las elecciones de los adolescentes. ¿Qué pasa, entonces, cuando las figuras paternas no ponen los límites y se equivocan en su rol de padres? ¿Y qué pasa cuando no tenemos un círculo familiar afectivo en quién apoyarnos y que nos ayude a construir nuestra autoestima? Podría pasar que yo, como ser libre de elegir, supliera el núcleo familiar conflictivo que “me tocó”, por uno con mis propias reglas: podría elegir convertirme en padre/madre y ser importante para alguien, que ese alguien me dé amor, y constituirme en un adulto, una figura de autoridad para ese otro. Explica Esther Díaz: “Quedar embarazada (…) es un estado que –superado el primer momento de rechazo y reproches- la posiciona en un lugar de respeto y consideración. La adolescente con hijo en su vientre adquiere un cuestionable ‘poder’ del que nunca había gozado. Tiene algo propio, demuestra que es capaz de producir (nada menos que vida) y se enfrenta a cierta responsabilidad”2. Pero esta precocidad conlleva un riesgo: ¿estoy realmente preparado para ser padre? ¿Soy lo suficientemente maduro y responsable? ¿Sé qué quiero y quién soy?
 Hay quizás otro fenómeno que potencia esto último: la falta de proyección a futuro. Soñar con el futuro no significa solamente soñar con tener hijos, sino con estudiar, con viajar, con tener un trabajo con un buen salario que me permita proyectar otras cosas: construir una casa, montar un negocio, aprender un oficio, disfrutar de actividades distintas, socializar, conocer gente, aprender un hobbie, en fin, desarrollar mis aspectos interiores y mis aspectos sociales. Crecer como individuo. Si crezco como individuo, si soy feliz, si estoy conforme conmigo mismo y mi vida, entonces podré darle una vida feliz a quienes traiga al mundo. Pero para crecer, para transformarme en un individuo pleno tengo que tener tiempo para atravesar distintas experiencias: estudiar, trabajar, viajar, etc. Tiempo que, si fuera padre, debería dedicarle prioritariamente a mis hijos. Como lo expresa Esther Díaz: “El cuerpo de una adolescente está listo para parir, pero difícilmente su disposición existencial esté preparada para asumir la maternidad”3. Es que asumir la maternidad implica tomar conciencia de la responsabilidad: un hijo demanda nuestro tiempo y nuestra atención, necesita nuestro respaldo, compartir, jugar con él, estar al tanto de sus actividades y quehaceres, dialogar sobre sus necesidades y sus sueños. Un hijo demanda dinero, para su alimentación, para su educación, para la conservación de su salud, para darle la calidad de vida que como padre soy responsable de darle, esto es, ropa limpia, condiciones sanas de vida, etc. Un hijo demanda atención, esfuerzo e inversión económica. 
 Si soy consciente de todo esto, un hijo debo, en cierta forma, planificarlo. Más bien, elegir tenerlo en un momento donde siento que es adecuado de acuerdo a todas estas condiciones nombradas anteriormente. ¿Puedo darle una buena calidad de vida y dedicarle tiempo a un hijo en este momento de mi vida? Si la respuesta es sí, entonces bienvenido, si es no, habrá que procurar los medios para lograrlo (estudiar, trabajar, mejorar nuestras condiciones de vivienda, etc.).
 Como vemos, el embarazo adolescente va mucho más allá de los métodos anticonceptivos y la información que se posea. Es un tema que debe debatirse y del que se debe generar conciencia. Un tema que deben tratar en las casas, en el núcleo familiar. Debemos preguntarle a nuestros jóvenes qué esperan para su vida, qué desean, qué sueñan. Y si no sueñan nada, si no esperan nada, hay que enseñarles a soñar. Porque acunar un sueño entre nuestros brazos es mejor que acunar un niño antes de tiempo. Y proyectar un hijo para el momento adecuado es mejor que cortar de raíz un camino de experiencias, un sueño.
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1 Acevedo, Loreta. “Embarazo adolescente”, en sito UNICEF-República Dominicana, disponible en http://www.unicef.org/republicadominicana/health_ 
2 Díaz, Esther. Las grietas del control. Vida, vigilancia y caos, Buenos Aires, Biblos, 2010, pág. 124.childhood_10191.htm
3 Díaz, Esther. Las grietas del control. Vida, vigilancia y caos, Buenos Aires, Biblos, 2010, pág. 127. 


Bibliografía

-Acevedo, Loreta. “Embarazo adolescente”, en sito UNICEF-República Dominicana, disponible en http://www.unicef.org/republicadominicana/health-childhood10191.htm

-Avaca, Soledad. “Mamás antes de tiempo”, en La Nación,  del 3/4/2012, disponible en http://www.lanacion.com.ar/919644-mamas-antes-de-tiempo

-Díaz, Esther. Las grietas del control. Vida, vigilancia y caos, Buenos Aires, Biblos, 2010.

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