sábado, 8 de noviembre de 2014

Las chispas de la insistencia o el eterno retorno (de): Escribir

He escuchado decir por ahí, vaya a saber a quién, que los escritores tienen a lo sumo uno o dos temas sobre los que escribir y que la literatura consiste, justamente, en las variaciones que adopta dicho tema. Se vuelve siempre a las dos o tres preocupaciones más importantes, y se trata de asirlas, por medio de la escritura, por todos sus costados, que a veces pueden ser infinitos, inagotables. Me interesa la escritura literaria. Me interesa su poder creador, su poder transformador de la conciencia, su forma de idear mundos paralelos que nunca dejan de hablar del nuestro. Por eso vuelvo una y otra vez. Y me pregunto, y me pregunto.

1) Se escribe para decir algo (o “Se me coló Sartre en un bolsillo”)

Se escribe para decir algo. Eso supuse siempre. Nombrar un estado de cosas, sacar afuera, crear una realidad, decía Jean-Paul. ¿Comunicar? Creo que los grandes escritores han sido tipos que tenían mucho para decir, y lo decían escribiendo, por eso quizás muchos eran gente difícil, se aislaban; lo que no decían a los otros verbalmente, es posible, que haya sido el sustento de sus posteriores grandes obras. Claro, esto es solo una conjetura... ¿Qué es lo que uno tiene para decir? Si escribimos, ¿por qué y para qué escribimos? ¿Qué hacemos con la escritura?
Abril 2006
2) Palabras que arden (o “Sobre fueguitos dantescos personales”)

La ciudad me avasalla. Y las palabras están acá, ardiendo en la pira. Arden sin ser escuchadas. Y cómo quisiera que el río, que el viento, las arrastrara con él.
Es mentira que el fuego purifica. Lo destruye todo, no deja rastros... mis palabras mueren conmigo cuando no puedo decirlas... y jamás volverán a nacer, y aun así, si nacieran de sus cenizas, ya no serían las mismas.
Las palabras somos y no somos nosotros. Somos porque nos hacen. No somos porque ellas son inmortales. Seguirán en la boca y en el puño de los hablantes. Mientras tanto, los que escribimos moriremos. Y la palabra será, cada vez que sea dicha o leída.
Escribir para sobrevivir. ¿Para sobrevivirse?
Diciembre 2006
3) Escribir para escribir (o “Marechal tiene la culpa”)

Escribir: Ejercicio casi olvidado por el tiempo, por el vivir cotidiano. Abducidos por lo que Severo Arcángelo denominó “La Vida Ordinaria”, nuestra parte poeta, escritora, artista, muere en un secaplatos o en un fuentón con ropa en remojo...
Hacemos esfuerzos sobrehumanos para recuperarla: Escalamos Everest de pensamientos estirando la noche como bandita elástica, aunque eso nos cueste el sueño del día laboral siguiente; echamos a perder momentos irrecuperables filosofando a modo de monólogo con aquellos con los que hubiese sido mejor permanecer en silencio; garabateamos en el viaje en colectivo algunos versitos chuscos con letra mamarracheada para justificar que, por lo menos, tratamos de escribir “en los ratos libres”... ¿Libres?
¿Cómo recuperar entonces la palabra perdida, envejecida, resentida por nuestro olvido abandónico? La única forma que se me ocurre es escribiendo. Tocarla con los párpados, acariciarla con el pulso, con las yemas de los dedos... enamorarla pensándola, degustándola en su sentido, en su entonación, en su cadencia.
Tal vez porque escribir es pensarse, la escritura se me resiste. Muchas veces vivir y pensarse viviendo es incompatible. Aunque hable de los demás, del mundo, aun hablando de aquello que uno no conoce, no hace más que hablar de uno mismo. Trato de escribir sobre escribir para escribir... Lo cierto es que es necesario recuperar el poder creador de la palabra. Hay que recuperar la voz dormida, mutilada por la Vida Ordinaria. Gauna entendería a qué me refiero. Severo también. Y por eso lo intento. Solo espero no terminar frustrada detrás de una expectativa vacía, de una utopía, como los tristes clowns, encadenados a la mesa del banquete de Severo Arcángelo.
Enero 2009
4) No soy yo quien escribe estas palabras huérfanas (“Girondónicos yoes escritores”)

No, claro que no soy yo, es Girondo el que las escribe, quién pudiese ser como Girondo. Como Marechal, como Macedonio, como Gudi que diosloguardelotengaenlagloriaynolodejebajar. Alguna vez escribí cartas. Hoy, a falta de destinatario, hablo conmigo misma, que después de todo no es diferente a lo que siempre hice, incluso en esas cartas que pretendían un otro.
Y entonces pensaba en la maravilla de escribir, en cómo te sorprende una idea y luego, así, como si nada, plaf, un cuento. Aunque no sepas exactamente hacia dónde vas, simplemente el texto nace, está. Como si ya estuviese gestado dentro. ¿Tendremos una serie de escritos ya terminados dentro y sólo es cuestión de sacarlos con el transcurrir de la vida? ¿Quién sabe si no llevo dentro una gran obra escrita?... Quizás Borges ya llevaba en su interior El Aleph y no lo sabía hasta que salió.
Tal vez son esos yoes internos y múltiples que escriben. Como copistas encerrados en el cuerpo, aburridos de tanto órgano y tanto fluir ordenadito. Esos yoes escriben y uno solo elige entre sus textos, y le pone el cuerpo, le pone grafía, le pone materialidad.
Múltiples yoes escriben para múltiples yoes fuera de uno. ¿Eso busca quien escribe? ¿Busca tender puentes hacia otros yoes? Escribo, tal vez, para entrar en el universo personal del otro, y quedarme unos minutos allí, moviendo el gran sistema de engranajes que es una persona, una mente, un cuerpo, una vida. Eso. Nada más. Disfrutar y hacer disfrutar. Es pretencioso, lo sé, pero si bien se mira, es tan poco... ¡Chapó!, para quienes lo lograron. Yo y mis yoes seguimos todavía naufragando en un caos de palabras.
Diciembre 2009
5) Desanudar palabras

A veces uno tiene algo adentro. Una congoja, un globo azul, un alfiler crítico. Están ahí. Puro bulto enredado. Un nudo. Un formidable nudo. Entonces:
Escribir es como desatar un nudo. Uno empieza a estirar y estirar del piolín-palabra y empiezan a salir, y se traban un poco, pero luego uno tironea racionalmente sobre uno de los lados y el nudo cede un poco más y así.... seguimos estirando y una vueltita y ¡plac!, nudo desatado. Y el nudo que apretaba se hace cuerda, y está liso, hacia adelante, hecho línea en el papel, ex nudo en toda su extensión. Eso no quiere decir que se haya vuelto comprensible su material, no. No, no. Eso es otra cosa. Sólo somos desanudadores, unos pobres infelices de las palabras. No más. La comprensión de todo otro tipo de fenómeno que se haga nudo, muchas veces nos está vedada. Pero no la palabra.
Eso. Quién sabe.
          Enero 2010

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