He
escuchado decir por ahí, vaya a saber a quién, que los escritores
tienen a lo sumo uno o dos temas sobre los que escribir y que la
literatura consiste, justamente, en las variaciones que adopta dicho
tema. Se vuelve siempre a las dos o tres preocupaciones más
importantes, y se trata de asirlas, por medio de la escritura, por
todos sus costados, que a veces pueden ser infinitos, inagotables. Me
interesa la escritura literaria. Me interesa su poder creador, su
poder transformador de la conciencia, su forma de idear mundos
paralelos que nunca dejan de hablar del nuestro. Por eso vuelvo una y
otra vez. Y me pregunto, y me pregunto.
1)
Se escribe para decir algo (o “Se me coló Sartre en un bolsillo”)
Se
escribe para decir algo. Eso supuse siempre. Nombrar un estado de
cosas, sacar afuera, crear una realidad, decía Jean-Paul.
¿Comunicar? Creo que los grandes escritores han sido tipos que
tenían mucho para decir, y lo decían escribiendo, por eso quizás
muchos eran gente difícil, se aislaban; lo que no decían a los
otros verbalmente, es posible, que haya sido el sustento de sus
posteriores grandes obras. Claro, esto es solo una conjetura... ¿Qué
es lo que uno tiene para decir? Si escribimos, ¿por qué y para qué
escribimos? ¿Qué hacemos
con la escritura?
Abril
2006
2)
Palabras que arden (o “Sobre fueguitos dantescos personales”)
La
ciudad me avasalla. Y las palabras están acá, ardiendo en la pira.
Arden sin ser escuchadas. Y cómo quisiera que el río, que el
viento, las arrastrara con él.
Es
mentira que el fuego purifica. Lo destruye todo, no deja rastros...
mis palabras mueren conmigo cuando no puedo decirlas... y jamás
volverán a nacer, y aun así, si nacieran de sus cenizas, ya no
serían las mismas.
Las
palabras somos y no somos nosotros. Somos porque nos hacen. No somos
porque ellas son inmortales. Seguirán en la boca y en el puño de
los hablantes. Mientras tanto, los que escribimos moriremos. Y la
palabra será, cada vez que sea dicha o leída.
Escribir
para sobrevivir. ¿Para sobrevivirse?
Diciembre
2006
3) Escribir
para escribir (o “Marechal tiene la culpa”)
Escribir:
Ejercicio casi olvidado por el tiempo, por el vivir cotidiano.
Abducidos por lo que Severo Arcángelo denominó “La Vida
Ordinaria”, nuestra parte poeta, escritora, artista, muere en un
secaplatos o en un fuentón con ropa en remojo...
Hacemos
esfuerzos sobrehumanos para recuperarla: Escalamos Everest de
pensamientos estirando la noche como bandita elástica, aunque eso
nos cueste el sueño del día laboral siguiente; echamos a perder
momentos irrecuperables filosofando a modo de monólogo con aquellos
con los que hubiese sido mejor permanecer en silencio; garabateamos
en el viaje en colectivo algunos versitos chuscos con letra
mamarracheada para justificar que, por lo menos, tratamos de escribir
“en los ratos libres”... ¿Libres?
¿Cómo
recuperar entonces la palabra perdida, envejecida, resentida por
nuestro olvido abandónico? La única forma que se me ocurre es
escribiendo. Tocarla con los párpados, acariciarla con el pulso, con
las yemas de los dedos... enamorarla pensándola, degustándola en su
sentido, en su entonación, en su cadencia.
Tal
vez porque escribir es pensarse, la escritura se me resiste. Muchas
veces vivir y pensarse viviendo es incompatible. Aunque hable de los
demás, del mundo, aun hablando de aquello que uno no conoce, no hace
más que hablar de uno mismo. Trato de escribir sobre escribir para
escribir... Lo cierto es que es necesario recuperar el poder creador
de la palabra. Hay que recuperar la voz dormida, mutilada por la Vida
Ordinaria. Gauna entendería a qué me refiero. Severo también. Y
por eso lo intento. Solo espero no terminar frustrada detrás de una
expectativa vacía, de una utopía, como los tristes clowns,
encadenados a la mesa del banquete de Severo Arcángelo.
Enero
2009
4)
No soy yo quien escribe estas palabras huérfanas (“Girondónicos
yoes escritores”)
No,
claro que no soy yo, es Girondo el que las escribe, quién pudiese
ser como Girondo. Como Marechal, como Macedonio, como Gudi que
diosloguardelotengaenlagloriaynolodejebajar. Alguna vez escribí
cartas. Hoy, a falta de destinatario, hablo conmigo misma, que
después de todo no es diferente a lo que siempre hice, incluso en
esas cartas que pretendían un otro.
Y
entonces pensaba en la maravilla de escribir, en cómo te sorprende
una idea y luego, así, como si nada, plaf, un cuento. Aunque no
sepas exactamente hacia dónde vas, simplemente el texto nace, está.
Como si ya estuviese gestado dentro. ¿Tendremos una serie de
escritos ya terminados dentro y sólo es cuestión de sacarlos con el
transcurrir de la vida? ¿Quién sabe si no llevo dentro una gran
obra escrita?... Quizás Borges ya llevaba en su interior El Aleph y
no lo sabía hasta que salió.
Tal
vez son esos yoes internos y múltiples que escriben. Como copistas
encerrados en el cuerpo, aburridos de tanto órgano y tanto fluir
ordenadito. Esos yoes escriben y uno solo elige entre sus textos, y
le pone el cuerpo, le pone grafía, le pone materialidad.
Múltiples
yoes escriben para múltiples yoes fuera de uno. ¿Eso busca quien
escribe? ¿Busca tender puentes hacia otros yoes? Escribo, tal vez,
para entrar en el universo personal del otro, y quedarme unos minutos
allí, moviendo el gran sistema de engranajes que es una persona, una
mente, un cuerpo, una vida. Eso. Nada más. Disfrutar y hacer
disfrutar. Es pretencioso, lo sé, pero si bien se mira, es tan
poco... ¡Chapó!, para quienes lo lograron. Yo y mis yoes seguimos
todavía naufragando en un caos de palabras.
Diciembre
2009
5)
Desanudar palabras
A
veces uno tiene algo adentro. Una congoja, un globo azul, un alfiler
crítico. Están ahí. Puro bulto enredado. Un nudo. Un formidable
nudo. Entonces:
Escribir
es como desatar un nudo. Uno empieza a estirar y estirar del
piolín-palabra y empiezan a salir, y se traban un poco, pero luego
uno tironea racionalmente sobre uno de los lados y el nudo cede un
poco más y así.... seguimos estirando y una vueltita y ¡plac!,
nudo desatado. Y el nudo que apretaba se hace cuerda, y está liso,
hacia adelante, hecho línea en el papel, ex nudo en toda su
extensión. Eso no quiere decir que se haya vuelto comprensible su
material, no. No, no. Eso es otra cosa. Sólo somos desanudadores,
unos pobres infelices de las palabras. No más. La comprensión de
todo otro tipo de fenómeno que se haga nudo, muchas veces nos está
vedada. Pero no la palabra.
Eso.
Quién sabe.
Enero
2010
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