El
mundo está lleno de gente elíptica. Puede reconocérselos muy
fácilmente, aunque usted sea un escucha poco avezado. Esto es
posible debido a que rápidamente reconocerá en su discurso los
pronombres de primera persona tales como “yo”, “mí”, “me”,
que proliferan en su vocabulario como mosquitas cargosas sobre la
fruta.
Así
como una elipsis es una trayectoria curvilínea que se produce cuando
el movimiento de un cuerpo traza una curva ajustada, achatada en sus
polos, que vuelve al mismo punto de partida, la gente
elíptica, entabla diálogos con otros con el solo fin de hablar de
sí mismos.
Claro
que esto no lo hacen monologando, sino que la presencia del otro es
fundamental, pues se garantizan un interlocutor que pueda testimoniar
su presunta (y en general inexistente) grandeza. Es por ello que
durante las conversaciones, cuando usted cree que están hablando del
clima, de sus problemas o de la enorme población china, por ejemplo,
en realidad están al borde del trampolín que los conduce al salto
mortal hacia la piscina egomaníaca de su interlocutor.
¿Que
cómo es eso posible? Veámoslo: Acordado ya el tópico, el elíptico
refiere su discurso momentáneamente a un objeto ajeno a sí, pero lo
hace de tal manera que termina por referir, sin que usted lo
advierta, siempre a sí mismo. Así, el referente del discurso se
mueve elípticamente pareciendo ir hacia un Otro, pero continúa su
camino virando nuevamente hacia el yo del hablante. El discurso del
elíptico es un discurso del yo para el ego, que toma por unos
segundos apariencia de ser para otro. Esto puede ser enormemente
nocivo para aquellos que crean que una pregunta salida de la boca de
un elíptico es una verdadera pregunta que invita al diálogo. No. De
ninguna manera. La pregunta del elíptico solo importa en términos
del establecimiento del tópico. Es arrojada a usted para que oficie
de planeta tierra a su satelital interrogación que terminará en una
respuesta acerca de su propia persona. En criollo: Si un elíptico le
pregunta cómo está, no es para saber acerca de usted (¡iluso!),
sino para que, sin dejarlo contestar, él pueda contarle acerca de sí
mismo lo bien o mal que se siente, y usted, cual paparulo, soporte
azorado el relato.
¿Pero
cómo funciona exactamente la técnica discursiva del elíptico?
Veamos, pues, algunas de las técnicas más usadas por este poco
simpático grupo de auténticos narcicistas, con ejemplos clarísimos
y pedagógicos, extraídos textualmente (¡lo juro amable lector!) de
la vida real:
a)
Técnica de la transitividad: Consiste en engrandecer un objeto X
para luego explicitar algún tipo de relación del objeto con el
enunciador, intentando, por propiedad transitiva, atribuirse (por
afectación o influencia) la grandeza del objeto.
Usando
esta técnica, un elíptico podrá contarle con gran entusiasmo y
circunspección, acerca de lo maravilloso que es, por ejemplo, el
profesor García, le dirá sobre él acentuando largamente la “a”:
“García, un tipo brillaaaante...”, y seguramente agregará:
“...que tuve el gusto de tener como mi profesor”.
b)
Técnica de la empatía: Consiste en engrandecer el logro de otro
para luego, por medio de una presunta empatía, atribuirse esa
grandeza a sí mismo y mostrar su propio logro personal.
No
importa si usted cumplió el gran objetivo de su vida, se ganó la
lotería, o está siendo groseramente feliz, el elíptico quiere
hablar de sí mismo, pero sin olvidar, claro, que si usted es grande,
él lo es tanto o más que usted. Un elíptico, entonces, le dirá:
“Te felicito por la publicación de tu novela, entiendo
perfectamente lo que debés estar sintiendo porque yo mismo lo sentí
cuando publiqué mis tres novelas anteriores, y seguro volveré a
sentirlo cuando termine la cuarta, que estoy escribiendo”.
c)
Técnica atributiva: Consiste burdamente en tomar como punto de
partida el objeto de la conversación para atribuírselo.
Basta
con que usted mencione cualquier objeto, cualquiera,
c-u-a-l-q-u-i-e-r-a, como por ejemplo, “Comparto este libro con
ustedes”, para que el elíptico en veloz movimiento discursivo le
anuncie que usted es un imbécil caracol y él un gran velocirraptor,
respondiendo a su mención con cosas como estas: “¡Qué bueno, yo
ya tengo los tres tomos en mi biblioteca!”. El “gracias”, por
supuesto, no existe entre las palabras de su yoico diccionario.
d)
Técnica de la elipsis de primeridad: Consiste en señalar que él
mismo ya ha pasado primero por el logro o felicidad del otro, con lo
cual, no se alegra ni acompaña al feliz, sino que, por movimiento
elíptico, se esfuerza en mostrar que eso que hizo el otro, él lo ha
hecho primero.
Si
usted dijera, por ejemplo, algo así como “¡Estoy en Cabo
Pendorcha, un lugar fascinante que siempre soñé conocer!”, el
elíptico jamás lo arengará, ni tampoco le preguntará cómo lo
está pasando. Más bien recibirá de él algo así como el siguiente
comentario: “¡Eh! ¡Cabo Pendorcha, sí... Yo ya estuve ahí, muy
lindo lugar”.
Pero...,
podrá preguntar usted, ¿cuál es la base que subyace a estas
técnicas descriptas? Y permítame adentrarme ahora en el aspecto
profundo de la cuestión. La gente elíptica posee un particular
sistema de pensamiento unilateralmente comparativo. Para ellos, el
mundo se divide en tres: ÉL, los que son inferiores a él y los que
son superiores (contadosconlosdedosdeunamano), a los cuales, por arte
del discurso y de la conveniencia, se encarga de invisibilizar. Con
lo cual, si existe un punto de comparación con un otro, es solo
respecto de los que considera inferiores, y con un fin meramente
utilitario: serán el trampolín hacia la exposición de su ego, un
mero medio que le sirve para proyectar ante el mundo de los que cree
inferiores su inefable luz de mediocre superioridad. Y engrandecerse
ante sus propios ojos, claro. La relación comparativa, entonces, se
traduciría en los siguientes términos: él es mejor que usted,
sufre más que usted, o es más feliz que usted, sabe más que usted,
y le pasaron muchas más cosas que a usted, ¡y primero!, porque él
es la vanguardia de la experiencia humana, mientras usted corre
desgarbado en retaguardia.
Si
no quiere, estimado lector, posar como cartón pintado un largo rato
escuchando los exordios de un ególatra pseudomonologante, esté
atento. Aléjese. No pierda su valioso tiempo intentando un diálogo
que nunca existirá. Huya lejos ante el tercer “yo”, “me”,
“mí”, que con esos bastan. Déjelos andar en círculo tras su
propia cola, o batirse a duelo narcisista con otros elípticos de su
talla. Mientras tanto, usted podrá cultivar una verdadera charla
con aquellos que sí tienen cosas para contar, y reposar en la
otredad, que es tan distinta, tan enriquecedora. Deje a la gente
elíptica ser uno mismo, y arrójese nomás hacia esa hermosa línea
recta que es ser en el otro. No se arrepentirá.
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