martes, 19 de mayo de 2015

Gente elíptica (observaciones antropológico-discursivas)

El mundo está lleno de gente elíptica. Puede reconocérselos muy fácilmente, aunque usted sea un escucha poco avezado. Esto es posible debido a que rápidamente reconocerá en su discurso los pronombres de primera persona tales como “yo”, “mí”, “me”, que proliferan en su vocabulario como mosquitas cargosas sobre la fruta.
Así como una elipsis es una trayectoria curvilínea que se produce cuando el movimiento de un cuerpo traza una curva ajustada, achatada en sus polos, que vuelve al mismo punto de partida, la gente elíptica, entabla diálogos con otros con el solo fin de hablar de sí mismos.
Claro que esto no lo hacen monologando, sino que la presencia del otro es fundamental, pues se garantizan un interlocutor que pueda testimoniar su presunta (y en general inexistente) grandeza. Es por ello que durante las conversaciones, cuando usted cree que están hablando del clima, de sus problemas o de la enorme población china, por ejemplo, en realidad están al borde del trampolín que los conduce al salto mortal hacia la piscina egomaníaca de su interlocutor.
¿Que cómo es eso posible? Veámoslo: Acordado ya el tópico, el elíptico refiere su discurso momentáneamente a un objeto ajeno a sí, pero lo hace de tal manera que termina por referir, sin que usted lo advierta, siempre a sí mismo. Así, el referente del discurso se mueve elípticamente pareciendo ir hacia un Otro, pero continúa su camino virando nuevamente hacia el yo del hablante. El discurso del elíptico es un discurso del yo para el ego, que toma por unos segundos apariencia de ser para otro. Esto puede ser enormemente nocivo para aquellos que crean que una pregunta salida de la boca de un elíptico es una verdadera pregunta que invita al diálogo. No. De ninguna manera. La pregunta del elíptico solo importa en términos del establecimiento del tópico. Es arrojada a usted para que oficie de planeta tierra a su satelital interrogación que terminará en una respuesta acerca de su propia persona. En criollo: Si un elíptico le pregunta cómo está, no es para saber acerca de usted (¡iluso!), sino para que, sin dejarlo contestar, él pueda contarle acerca de sí mismo lo bien o mal que se siente, y usted, cual paparulo, soporte azorado el relato.
¿Pero cómo funciona exactamente la técnica discursiva del elíptico? Veamos, pues, algunas de las técnicas más usadas por este poco simpático grupo de auténticos narcicistas, con ejemplos clarísimos y pedagógicos, extraídos textualmente (¡lo juro amable lector!) de la vida real:
a) Técnica de la transitividad: Consiste en engrandecer un objeto X para luego explicitar algún tipo de relación del objeto con el enunciador, intentando, por propiedad transitiva, atribuirse (por afectación o influencia) la grandeza del objeto.
Usando esta técnica, un elíptico podrá contarle con gran entusiasmo y circunspección, acerca de lo maravilloso que es, por ejemplo, el profesor García, le dirá sobre él acentuando largamente la “a”: “García, un tipo brillaaaante...”, y seguramente agregará: “...que tuve el gusto de tener como mi profesor”.
b) Técnica de la empatía: Consiste en engrandecer el logro de otro para luego, por medio de una presunta empatía, atribuirse esa grandeza a sí mismo y mostrar su propio logro personal.
No importa si usted cumplió el gran objetivo de su vida, se ganó la lotería, o está siendo groseramente feliz, el elíptico quiere hablar de sí mismo, pero sin olvidar, claro, que si usted es grande, él lo es tanto o más que usted. Un elíptico, entonces, le dirá: “Te felicito por la publicación de tu novela, entiendo perfectamente lo que debés estar sintiendo porque yo mismo lo sentí cuando publiqué mis tres novelas anteriores, y seguro volveré a sentirlo cuando termine la cuarta, que estoy escribiendo”.
c) Técnica atributiva: Consiste burdamente en tomar como punto de partida el objeto de la conversación para atribuírselo.
Basta con que usted mencione cualquier objeto, cualquiera, c-u-a-l-q-u-i-e-r-a, como por ejemplo, “Comparto este libro con ustedes”, para que el elíptico en veloz movimiento discursivo le anuncie que usted es un imbécil caracol y él un gran velocirraptor, respondiendo a su mención con cosas como estas: “¡Qué bueno, yo ya tengo los tres tomos en mi biblioteca!”. El “gracias”, por supuesto, no existe entre las palabras de su yoico diccionario.
d) Técnica de la elipsis de primeridad: Consiste en señalar que él mismo ya ha pasado primero por el logro o felicidad del otro, con lo cual, no se alegra ni acompaña al feliz, sino que, por movimiento elíptico, se esfuerza en mostrar que eso que hizo el otro, él lo ha hecho primero.
Si usted dijera, por ejemplo, algo así como “¡Estoy en Cabo Pendorcha, un lugar fascinante que siempre soñé conocer!”, el elíptico jamás lo arengará, ni tampoco le preguntará cómo lo está pasando. Más bien recibirá de él algo así como el siguiente comentario: “¡Eh! ¡Cabo Pendorcha, sí... Yo ya estuve ahí, muy lindo lugar”.
Pero..., podrá preguntar usted, ¿cuál es la base que subyace a estas técnicas descriptas? Y permítame adentrarme ahora en el aspecto profundo de la cuestión. La gente elíptica posee un particular sistema de pensamiento unilateralmente comparativo. Para ellos, el mundo se divide en tres: ÉL, los que son inferiores a él y los que son superiores (contadosconlosdedosdeunamano), a los cuales, por arte del discurso y de la conveniencia, se encarga de invisibilizar. Con lo cual, si existe un punto de comparación con un otro, es solo respecto de los que considera inferiores, y con un fin meramente utilitario: serán el trampolín hacia la exposición de su ego, un mero medio que le sirve para proyectar ante el mundo de los que cree inferiores su inefable luz de mediocre superioridad. Y engrandecerse ante sus propios ojos, claro. La relación comparativa, entonces, se traduciría en los siguientes términos: él es mejor que usted, sufre más que usted, o es más feliz que usted, sabe más que usted, y le pasaron muchas más cosas que a usted, ¡y primero!, porque él es la vanguardia de la experiencia humana, mientras usted corre desgarbado en retaguardia.
Si no quiere, estimado lector, posar como cartón pintado un largo rato escuchando los exordios de un ególatra pseudomonologante, esté atento. Aléjese. No pierda su valioso tiempo intentando un diálogo que nunca existirá. Huya lejos ante el tercer “yo”, “me”, “mí”, que con esos bastan. Déjelos andar en círculo tras su propia cola, o batirse a duelo narcisista con otros elípticos de su talla. Mientras tanto, usted podrá cultivar una verdadera charla con aquellos que sí tienen cosas para contar, y reposar en la otredad, que es tan distinta, tan enriquecedora. Deje a la gente elíptica ser uno mismo, y arrójese nomás hacia esa hermosa línea recta que es ser en el otro. No se arrepentirá.  

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