El texto que pondremos a consideración acerca de la relación entre discurso y realidad es “Hacia una metodología de las ciencias humanas”, de Mijaíl Bajtín. Se trata de una serie de apuntes escritos en 1974, a partir de un texto anterior del mismo autor, publicado a fines de los años treinta y principios de los cuarenta. Antes de morir, Bajtín preparó una versión de estos apuntes para su publicación, la cual Kozhinov hizo efectiva finalmente en 1975, luego de la muerte del filósofo.
En este material el tema central es el problema del conocimiento en las ciencias humanas. Bajtín distingue entre el conocimiento que aportan estas y el que aportan las ciencias exactas. Caracteriza a las ciencias humanas como una ciencia no exacta que interpreta estructuras simbólicas y los sentidos de esos símbolos. El sentido de las imágenes y los símbolos, para el autor, solo puede descubrirse y comentarse a partir de otros sentidos análogos, es decir, a partir de otras imágenes y símbolos, pero nunca pueden ser disueltos en conceptos puros. De acuerdo con esta concepción: “La interpretación de las estructuras simbólicas se ve obligada a ir en la infinitud de los sentidos simbólicos; por lo tanto no puede llegar a ser científica en el sentido de la cientificidad de las ciencias exactas” (Bajtín, 2011: 380). Esta interpretación de los sentidos, “es profundamente cognoscitiva. Puede estar al servicio de la praxis que tiene que ver con las cosas de una manera inmediata” (2011: 380). Entre estas ciencias coloca Bajtín a la filosofía en un lugar privilegiado respecto de las demás y distinguiéndola de las ciencias exactas: “La filosofía comienza allí donde se acaba la cientificidad exacta y donde se inicia otra cientificidad. Esta puede ser definida como el metalenguaje de todas las ciencias (y de todos los tipos del conocimiento y de la conciencia)” (Bajtín, 2011: 381).
Por otro lado, las ciencias humanas se distinguen de las exactas por la forma que adopta el conocimiento. Mientras en las exactas es de carácter monológico, en las humanas es de carácter dialógico. Esto marca una profunda diferencia en el modo de concebir al objeto de estudio y al sujeto de conocimiento.
I. Acerca de la idea de hombre
En las ciencias exactas, según Bajtín, el sujeto contempla el objeto y se expresa acerca de ello. Por lo que el sujeto es un sujeto cognoscitivo y enunciador, mientras que el objeto de conocimiento es percibido como una cosa sin voz, incluso si ese objeto fuese el hombre mismo. Por eso este tipo de conocimiento presenta un carácter monológico.
Pero, para Bajtín, estudiar al sujeto como una cosa o mero objeto es un error, ya que no puede concebirse un sujeto, aunque este sea objeto de estudio, sin voz, ya que esta es su condición constituyente. Es decir, el sujeto es, esencialmente, sujeto hablante. El lenguaje es un aspecto constitutivo del ser del hombre.
Las ciencias humanas, entonces, tienen un carácter dialógico del conocimiento ya que el que conoce a otro sujeto necesariamente establece un diálogo con él, una relación de voces entre sujetos. La palabra se transforma, en este marco, en parte constitutiva de las ciencias humanas y en objeto de estudio.
II. El lenguaje
El hombre, decíamos, es esencialmente un hablante. Recibe durante su desarrollo una influencia extratextual que está revestida de palabras, tanto de palabras ajenas que el sujeto recibe de otros (su madre, por ejemplo) como de las impresiones de la naturaleza que están “preñadas de palabras” (2011: 383), y las reelabora dialógicamente transformándolas en propias u ajenas en tanto confronta dialógicamente con otras palabras ajenas. En este proceso consigue el hombre “apropiarse” de las palabras ajenas, borrar las marcas del otro, y formar su propia voz: “La palabras ajenas se vuelven anónimas, se apropian (en forma reelaborada, por supuesto); la conciencia se monologiza. Se olvidan también las relaciones dialógicas iniciales con las palabras ajenas: se suelen absorber las palabras ajenas asimiladas (...)” (2011: 383-384).
Una vez monologizada la conciencia, es decir, encontrada ya la propia voz, esta entra en un nuevo diálogo con voces ajenas. La conciencia creativa tenderá a dialogar e incorporar las voces ajenas como propias, y transformará a las voces ajenas anónimas en símbolos especiales: “la voz de Dios”, “la voz del pueblo, “la voz de la naturaleza”, etc.
La palabra, carácter constitutivo del hombre, es un signo. Esos signos forman textos, y cada palabra adquiere un sentido dentro del texto, pero también conduce más allá de esos límites. Allí entra en relación con otros textos. La confrontación entre textos es llamada por el autor “comprensión”. Esta comprensión puede darse en tres etapas de movimiento dialógico: el texto en su punto de partida; el texto en relación con contextos pasados; el texto en relación con un contexto futuro. Así, el texto se ilumina, es decir, adquiere sentido a partir de otros textos, y no a partir de realidades extratextuales, aunque estas serán importantes en las primeras etapas de desarrollo del hombre, pues ayudarán a constituir la voz del sujeto.
A partir de estos puntos de contacto entre textos (texto-contexto), hacia el pasado y hacia el futuro, “aparece una luz que alumbra hacia atrás y hacia adelante, que inicia el texto dado en el diálogo” (2011: 382). El significado del texto en sí se dará por la comprensión en la primera etapa, por un contacto entre los elementos abstractos (los signos), pero el sentido surgirá en el diálogo con el contexto extraverbal, y en su relación con otros textos.
III. El lenguaje y la realidad
Para Bajtín, existe la tendencia a cosificar los contextos anónimos extraverbales, es decir, a todo lo que no sea el sujeto como sujeto hablante, y esas “cosas” externas a él representarán causas que provoquen o definan su palabra, pero no habrá instancia dialógica con ellas, sino reacción mecánica. Entendidas así, esas cosas que son el contexto de la voz del sujeto, de la palabra, no podrían generar sentido, pues las cosas solo pueden actuar sobre cosas, no sobre personas, ya que la cosa “para actuar sobre personas ha de descubrir su potencial de sentido, llegar a ser palabra, es decir iniciarse en un contexto verbal y semántico posible” (2011: 384). Vemos entonces que las realidades extraverbales cobran sentido cuando son traducibles a palabras, cuando logran entrar en el lenguaje. Esto no quiere decir que las cosas se transformen en palabras, sino que logran ingresar en el espacio de sentido donde los acontecimientos y circunstancias son traducidos al lenguaje de la palabra.
El sentido opera a partir del lenguaje. Este no cambia los fenómenos, ya que no incide sobre la materialidad, sino que transforma la forma en que los concebimos, transforma la semántica del ser, del acontecimiento:
El sentido no puede (y no quiere) cambiar los fenómenos físicos, materiales y otros, no puede actuar como una fuerza material. Tampoco lo necesita: es más poderoso que cualquier fuerza, cambia el sentido total del acontecimiento y de la realidad sin cambiar ni un solo grano en su composición real, todo sigue siendo como era pero adquiere un sentido totalmente diferente (la transformación semántica del ser). (2011: 385)
IV. Algunas consideraciones
Según este texto de Bajtín, el discurso-palabra es una dimensión constitutiva del hombre, es la esencia del hombre. El hombre es en el lenguaje, y la relación que establece con lo real se da mediada por este. En primer lugar, las cosas (lo extraverbal: las acciones, las manifestaciones físicas naturales, etc.) llegan al hombre a partir de la palabra: unas son significativas en tanto entran en el espacio de sentido que genera el lenguaje; las otras, mediadas por las palabras que parecieran despertar las impresiones que tenemos de los fenómenos físicos. En segundo lugar, la forma en la que se constituye el hombre es por medio de discursos ajenos, que vienen “desde afuera” y que terminan por ser incorporados mediante un proceso dialógico.
Pareciera que se pudieran distinguir dos planos: el adentro, que es la conciencia del sujeto mismo, allí donde se oponen y tensan discursos opuestos, y donde se termina por formar la propia voz, que es lo define al hombre en su esencia, como sujeto hablante; el afuera, que es la realidad que trasciende al sujeto, el mundo circundante con el que el sujeto entra en contacto por medio del lenguaje, dentro de un horizonte de sentido. Las categorías bajtinianas acerca del discurso “propio” y “ajeno”, parecerían abonar esta división entre el afuera y el adentro, donde cuando la voz ajena es apropiada, se borra su huella de identidad para transformarse en el discurso propio, interno.
Desde esta perspectiva nos resuena el aporte de los sofistas, a quienes menciona en el texto como una remisión que finalmente no desarrolla por el carácter fragmentario de estos apuntes. En primer lugar, podrían observarse algunos ecos de Protágoras, bajo la corriente que lo señala como un heredero de Heráclito (Schiappa, 2003), respecto a la tensión de opuestos en los logoi, de los cuales uno termina por imponerse sobre el otro. En este sentido, pareciera que la pugna entre el discurso ajeno y la voz propia en la conciencia del sujeto tiende, en la relación dialógica, a neutralizar o tomar para sí lo ajeno y transformarlo en propio, para luego volver a oponerse a otros discursos. La voz propia del hombre, que es constitutiva de su ser, está en permanente tensión con otros discursos, y refleja una conflictividad productiva que se manifiesta en el carácter dialógico del conocimiento.
Por otra parte, la idea de que las palabras llegan al hombre desde una realidad extraverbal y exterior, y son signos de lo real, podría coincidir con la visión de Cordero sobre la gran innovación que trae Gorgias respecto de la relación entre discurso y realidad. Cita Cordero (1987: 141) a partir de Sexto Empírico que según Gorgias: “el logos proviene de nuestras experiencias externas”, y que lo externo afecta al sujeto percipiente dando origen a las palabras, las cuales son signo de lo real. Así, no es el lenguaje el que revela la realidad, sino que es la realidad la que revela a las palabras. Recordemos que, en consonancia, para Bajtín “las impresiones están preñadas de la palabra” (2011: 383), y estas llegan a nosotros transformándose en discurso. El lenguaje se concibe como una experiencia profundamente personal e individual. Y si bien en Gorgias la realidad es intransferible e incomunicable porque el lenguaje no podría dar cuenta de ella, sino únicamente de una experiencia personal, según Cordero es necesario admitir cierto espacio de intersubjetividad que garantiza el intercambio y el funcionamiento comunicativo del lenguaje.
A partir de esta mirada podríamos establecer un punto de contacto con Bajtín en tanto las ciencias humanas, que son puramente interpretativas de los símbolos e imágenes, solo pueden traducir los sentidos en otros sentidos similares (a partir de símbolos e imágenes racionalizados) pero nunca reducirlos a conceptos, ni limitar su interpretación que puede extenderse al infinito. El espacio de intersubjetividad que permitiría poner en funcionamiento el sentido (proveniente del discurso) que se da más allá de la conciencia individual sería posible “sólo para los individuos vinculados por ciertas condiciones comunes de la vida (…) a fin de cuentas por los vínculos de fraternidad a un nivel más alto” (2011: 386).
Los textos establecen su coherencia, su sentido, en la relación con otros textos y en contextos. Pero esto no ha de entenderse separadamente de la realidad histórica (cronotopo bajtiniano), sino que el sujeto es un enunciador que habla desde un lugar determinado, e incluso los textos dialogan con otros textos en diferentes contextos, pero siempre teniendo en cuenta la dimensión histórica. El sujeto de Bajtín no está fuera del tiempo. De hecho, es esto lo que critica al formalismo (2011: 388): una falta de comprensión de la historicidad y del cambio. Sin embargo, pareciera haber una búsqueda de lo trascendente que se da a partir del texto. Es él quien trasciende las barreras del tiempo y el espacio histórico para entrar en diálogo con textos del pasado y del futuro posible. Por medio de ese carácter dialógico los textos se iluminan y el sentido se va renovando, sin dejar atrás los sentidos anteriores, e incluso así entra dentro de lo que Bajtín llama “el gran tiempo”, que trasciende el tiempo y espacio concreto histórico y es “un diálogo infinito e inconcluso en el cual no muere ni uno solo de los sentidos” (2011: 389), en donde se generan múltiples sentidos:
"No existe ni la primera ni la última palabra, y no existen fronteras para un contexto dialógico (asciende a un pasado infinito y tiende a un futuro igualmente infinito). Incluso los sentidos pasados, es decir, generados en el diálogo de los siglos anteriores, nunca pueden se estables (concluidos de una vez y para siempre, terminados); siempre van a cambiar renovándose en el proceso de desarrollo posterior del diálogo. En cualquier momento del desarrollo del diálogo existen las masas enormes e ilimitadas de sentidos olvidados, pero en los momentos determinados del desarrollo ulterior del diálogo, en el proceso, se recordarán y revivirán en un contexto renovado y en un aspecto nuevo. No existe nada muerto de una manera absoluta: cada sentido tendrá su fiesta de resurrección. Problema del gran tiempo" (2011: 390).
Finalmente, y pensando la relación discurso-realidad, podemos ver que Bajtín en sus apuntes rescata al discurso/texto como un generador de sentido, el cual a partir del diálogo con otros textos y contextos, multiplica el sentido y bajo ese sentido es que la realidad adquiere otros nuevos sin cambiar en absoluto su composición. El sentido echa luz sobre la realidad, sobre el ser. Ese es el poder del lenguaje.
Bibliografía:
Bajtín, Mijaíl, 2011. “Hacia una metodología de las ciencias humanas”, en Estética de la creación verbal, Buenos Aires: Siglo XXI.
Cordero, Néstor, 1987. “Lenguaje, realidad y comunicación en Gorgias”, en Escritos de Filosofía, n. 1, Buenos Aires, pp. 135-142.
Schiappa, Edward, 2003. Protagoras and logos: A study in Greek Ohilosophy and Rhetoric, Columbia: University of South Carolina Press.
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