domingo, 29 de mayo de 2016

El lenguaje en la filosofía y el teatro de Jean-Paul Sartre

Este trabajo parte de una inquietud personal: cuál es la importancia que Sartre le otorga al lenguaje en el sistema teórico filosófico del Existencialismo y cómo esta concepción que Sartre tiene acerca del lenguaje se traduce en su propia producción teatral. Para proponer una respuesta, trabajaré con una serie de escritos teórico-filosóficos de Jean-Paul Sartre y tres de sus obras de teatro: A puerta cerrada, La mujerzuela respetuosa y Los secuestrados de Altona.


I. La idea de lenguaje en los ensayos de Jean-Paul Sartre
El existencialismo, como sistema teórico-filosófico postulado por Sartre, reúne e interrelaciona una serie de conceptos entre los que se encuentra el lenguaje. Para dilucidar cómo lo caracteriza el filósofo francés, nos centraremos en los escritos en los que se ha hecho hincapié en el tema: Qué es la literatura (1948); Literatura y Arte (1964) y El escritor y su lenguaje (1972), los dos primeros considerados ensayos, y el último una entrevista.
Para Sartre, el lenguaje es una inmensa realidad, un conjunto práctico-inerte, un objeto que nos envuelve y dentro del cual el hombre puede tomar las cosas, asir el mundo para luego poder comunicar. El lenguaje no está dentro del hombre, es algo exterior a él, algo con lo que está estrechamente vinculado, una realidad exterior en la que el hombre se encuentra, él mismo señala: “Estamos en el lenguaje” (Sartre, 1973: 31).
Toda profundización del hombre y del objeto se da mediante una praxis constante cuyo instrumento mediador es el lenguaje. La lengua designa al hombre en la medida que el hombre intenta designar al objeto. Los hombres existen (entendiendo “existen” meramente como acción, como una acción en realización) e interiorizan la profundidad para luego volverla al exterior, al cual interiorizará constantemente y devolverá, a su vez, a modo de exterioridad, es decir, interioriza lo que él mismo habrá creado (la exterioridad, la profundidad). Así, el hombre es la profundidad del mundo y el mundo la profundidad del hombre, hecho que se da por la utilización de la palabra, materia histórica producida y rehecha por el hombre. Vemos de este modo que el lenguaje es esencial para hombre y su estar en el mundo, es de esta manera que entendemos el “estamos en el lenguaje” que plantea Sartre.
La palabra tiene un valor funcional en sí, ya que al nombrar algo nombro su esencia y su significación. Mediante las palabras el hombre se construye y construye su exterioridad, porque el lenguaje es un instrumento que le sirve para asir el mundo, para hacer de la exterioridad interioridad y al mismo tiempo, mediante el lenguaje materializar su interioridad para exteriorizarla.
Esta es la relación que el hombre tiene con el lenguaje. El hombre está situado en el lenguaje, cercado por las palabras que son como prolongaciones de sus sentidos, su forma de ver. Está rodeado de un cuerpo verbal del que apenas tiene conciencia y que extiende su acción por el mundo ya que el hombre conoce las cosas mediante el lenguaje. La palabra es la prolongación del cuerpo, un instrumento, y el lenguaje es el caparazón que protege y que le dice al hombre qué es lo otro. Lo percibe cuando otro lo emplea y lo siente cuando él utiliza al lenguaje para determinados fines. La palabra es signo porque remite a una realidad exterior, pero también es un momento determinado de la acción y no puede comprenderse fuera de ella, porque el lenguaje es puesta en uso, es praxis. Pero Sartre le da al lenguaje no solo un valor de mediador y herramienta para construirse y estar en el mundo, sino también, y fundamentalmente, un valor utilitario: el lenguaje sirve para comunicar.
Según el autor, el fin del lenguaje es comunicarse. Al hablar se modifica un estado de las cosas, pues: hablar es actuar. Todo aquello que se nombra ya no es completamente lo mismo, queda de manifiesto ante el hombre y ante el mundo. El hombre ve ante sí al mundo y a sí mismo en el momento en que es nombrado, y se sabe visto por los demás, por lo tanto, eso que fue nombrado ha comenzado a existir para todos, se integra al espíritu objetivo y toma una nueva dimensión. Por eso, al hablar, descubro o revelo una situación para cambiarla tanto para mí mismo como para los otros. Con cada palabra nos metemos más en el mundo y salimos, al mismo tiempo, un poco más de él.
Ahora, lo que ha interiorizado el hombre y el lenguaje mismo (lo “otro” imaginario, le llama Sartre), ha sido olvidado como “interiorizado”, es naturalizado por el hombre, y es recién cuando se quiere comunicar a otro, que el hombre se ve en la posición de reactivar el develamiento de ese otro imaginario que estaba asimilado. De esta manera, el hombre toma conciencia del espesor del lenguaje y su posibilidad de significar.
De aquí se desprende la distinción entre la comunicación literaria y la comunicación en sí, ya que en esta última hay simple comunicación de significaciones, mientras que en la otra hay un desborde de la significación, y ese todo que desborda es el que fundará la comunicación literaria, lo que creará un sentido.
Llegados a este punto en que podemos vislumbrar la relación que existe para Sartre entre Lenguaje, Hombre y Comunicación, podemos abordar ya el escalón que nos conduce a pensar estos tres fenómenos dentro de la literatura.
Al hablar de comunicación literaria, es necesario mencionar que Sartre distingue entre poesía y prosa precisamente por el uso que se hace del lenguaje en relación con la comunicación. Según el autor, de niños confundimos las palabras y las cosas. Nos apropiamos del lenguaje porque lo poseemos como una realidad exterior y establecemos en principio una relación mágica con él, en la cual la palabra nos da la cosa, nos apropiamos de ella a través de la palabra. Pero luego, esta relación es superada cuando se da el momento de la comunicación, donde el aspecto mágico del lenguaje desaparece y se sabe que la palabra no está hecha para poseer la cosa sino para designarla ante otro. El primer estadio de la relación presupone una no comunicación porque se da la creación-apropiación que está hecha para uno y no para los otros. Para Sartre, los poetas se niegan a utilizar el lenguaje, no nombran el mundo pues no consideran a la palabra como signo, sino como cosa. Creen que el lenguaje es un espejo del mundo, hecho que hace que se materialice el lenguaje y represente el significado más que expresarlo, y terminan por reflejar a este como una imagen en un cuerpo verbal. Por todo esto, el significado pierde preeminencia, las palabras se vuelven las cosas y se transforman en un absoluto, una substancia.
Entonces, vemos que en la poesía se juega con las palabras sin buscar la comunicación con el otro. Philip Thody lo resume expresando que Sartre “excluye la poesía como género digno de considerar porque los poetas se interesan por las palabras puramente en sí mismas y no como medios de comunicación” (Thody, 1966: 166).
En cambio, la prosa es utilitaria por esencia pues el prosista se sirve de las palabras para comunicar. La prosa se ejerce sobre el discurso y su materia es significativa, en ella las palabras no son objetos sino que designan objetos y deben indicar correctamente ciertas cosas del mundo o cierta noción. Pero hay prosa cuando la palabra pasa a través de la mirada, por eso un prosista no es un hombre que designa, sino un hombre que designa de cierta manera. En la prosa literaria la comunicación de la cosa se hace mediante la subjetividad del escritor que hace que se exprese la particularidad de eso que se designa, y lo que interesa fundamentalmente es la comunicación, el vínculo con el otro que se da a través del lenguaje como objeto de comunicación total.
Para Sartre, el escritor (hombre) está en situación y en el lenguaje. Manifiesta en él su manera de estar inmerso en el mundo, su forma de interiorizar el mundo se refleja en la unidad de los significantes que manifestarán un sentido. Según Sartre, se es escritor por decir ciertas cosas de cierta manera, esa interioridad (subjetividad) que se manifiesta en el lenguaje es el “estilo” del escritor, y este representa el valor de la prosa, aunque debe pasar inadvertido y no opacar a la palabra, porque la función del escritor es llamar a las cosas por su nombre, ya que nombrar es mostrar y mostrar es cambiar.
Vemos cómo el hombre comunica algo para otro mediante el lenguaje. De aquí se desprenden tres interrogantes que tienen que ver esencialmente con la literatura: ¿qué se comunica?, ¿para qué se comunica? y ¿cómo se comunica?
Al primer interrogante podríamos responder que lo que se comunica es el mundo de una forma crítica. El escritor debe mostrar el mundo a través de su lenguaje y su escritura, de forma tal que despierte la conciencia de los hombres, debe aparecer ante los ojos de los lectores (o espectadores en el caso del teatro) como un mundo revelado. Es por ello que para Sartre la literatura tiene una función social, y con ello responderíamos al segundo interrogante, ya que la literatura debe recuperar al mundo mostrándolo tal cual es, y, además, debe darle al hombre una imagen crítica de sí mismo y permitirle cambiar la concepción social que de él se tiene. Por lo tanto, debe ser un espejo crítico donde el hombre pueda verse y ver al mundo, y así despertar en él la conciencia reflexiva para llegar a la acción, al cambio y a conquistar su libertad. Por eso, lo importante en la literatura no será el estilo literario, sino el contenido de la obra, el tema, su significación.
Respecto de cómo se comunica, Sartre piensa que se comunica mediante el lenguaje, un lenguaje que es común a todos los hombres. Cada sociedad tiene su lenguaje, sus lugares comunes que ha de encontrar en los libros que lee y los escritores pueden afirmar ese lenguaje dominante (ideología dominante) y aceptarlo o pueden ser sus detractores. En el primer caso, no ayudan a la sociedad a tener una conciencia de sí misma, solo le dan forma a los lugares comunes, haciendo de la lectura un acto de reconocimiento y afirmación de que el escritor y el lector son del mismo mundo y tienen las mismas opiniones, las que no contradicen el lenguaje dominante; mientras que en el segundo caso, considera que el escritor debe devolverle a las palabras sus propios significados, curar a las palabras y nombrar al mundo con ellas, producir mediante el lenguaje la conciencia en la sociedad, transformándose en escritores verdaderamente comprometidos, porque a través del nuevo lenguaje que socava los cimientos del lenguaje del lugar común promulgan la libertad del lector y, por ende, la de todos los hombres.
Y en esto radica el compromiso del que Sartre nos habla en sus ensayos respecto al lenguaje. El escritor comprometido escribe porque escribir es poner en tela de juicio, cuestionar. La literatura debe comunicar, mostrar el mundo en forma crítica a los hombres para conquistar la trascendencia y la libertad, y el medio para hacerlo será el lenguaje. Debe, además de formar ideas, criticarlas para poder revelar y producir un cambio, y no reflejar lugares comunes ni trabajar con un lenguaje vacío de significaciones, como la llamada por Meschonnic (1999) “lengua de palo”, la lengua de los lugares comunes que es incapaz de producir un pensamiento crítico. Y en este “develar”, en el “nombrar”, “hacer pensar” que produce la literatura mediante el lenguaje, en esta lucha contra los lugares comunes y la “lengua de palo”, consiste el compromiso literario.
El autor sostiene que el compromiso literario debe ser doble, por un lado, infundiendo una nueva sangre a la literatura en la renovación de la técnica y el compromiso con los temas sin hablar de arquetipos ni de la “naturaleza humana”, ya que hacerlo es utilizar los lugares comunes; por otro lado, servir a la colectividad tratando de darle la literatura que le conviene: una literatura que muestre el mundo y permita accionar una conciencia reflexiva en el hombre.
Comprometerse es abogar por la acción, cambiar un estado de las cosas, es criticar, crear nuevas ideas y comunicar. Este compromiso se realiza por el lenguaje, pero también en él, y con esto nos referimos a comprometerse “con” el lenguaje, al modo en que Benjamin (1999) planteaba la cuestión del escritor comprometido, como aquel que no solo se comprometía con una tendencia política sino con la renovación del aparato de producción, con la renovación de la técnica, centrándose Sartre en la renovación del lenguaje como material de producción, haciéndolo significar, relucir en su profundidad para poder expresar las nuevas exigencias con un nuevo lenguaje.
Entonces, concluimos que, tal como lo dice Dardo Scavino (2000b), para Sartre el compromiso literario es poner en evidencia los presupuestos de la sociedad con un lenguaje que no pertenezca a la ideología dominante, y para eso hay que inventar un lenguaje para decir lo que la época con su lenguaje no puede decir: lo no dicho.
Para Sartre nada es inexpresable si se inventa esa expresión. No inventar palabras ni gramática, sino trabajar el aspecto de la palabra que remite a su propia historia, al significante como historia. El aparato verbal se va deteriorando y se cuenta con ese mismo aparato verbal para designar las cosas en diferentes situaciones. Es por ello que hay que efectuar un trabajo con el lenguaje profundizando y generando nuevas ideas, porque el material del escritor es el lenguaje y son ellos quienes deben devolverle su dignidad, hacerlo significar con justeza en las diferentes épocas y sus requerimientos.
En resumen: El hombre está en el lenguaje, este es su herramienta, su medio para comunicar, su material para escribir y significar, con él hace la literatura para poder nombrar al mundo (notemos la importancia de la puesta en lenguaje, praxis, necesaria para poder asir el mundo y cambiarlo), con él y en él se compromete y mediante él llega al otro y pugna por su libertad y la de todos los hombres. El lenguaje es un potente instrumento con el que el hombre se relaciona con el mundo, el que le posibilita la acción tan importante para la filosofía existencialista, ya que mediante la acción el hombre se hace a sí mismo.

II. El lenguaje en el teatro
Para poder analizar la materialización de las ideas teóricas en las obras dramáticas, deberíamos abordar dos líneas de análisis: la línea teórica que se ocuparía de la idea del lenguaje en el sistema de ideas que sustenta la producción de una poética teatral; y la línea que se ocupa del lenguaje en los textos ficcionales del autor y como este se manifiesta en los diferentes niveles de las obras, contenido, expresión y semántica. A partir de allí, podremos establecer diferentes relaciones entre su producción teórica y su producción dramática y concluir si hay correspondencia entre ambas o no.
Hemos observado en el apartado anterior cuál es la idea que Sartre tiene sobre el lenguaje y el lugar que este ocupa en el sistema de ideas de sus ensayos sobre el tema. Para abordar el análisis del lenguaje en el teatro Sartreano, siguiendo la línea de análisis teórica nos basaremos principalmente en Un teatro de situaciones que contiene escritos de diferentes épocas. En cuanto al análisis de las obras teatrales nos ocuparemos básicamente de tres de ellas: A puerta cerrada, La mujerzuela respetuosa y Los secuestrados de Altona. Aunque el análisis se circunscriba solo a tres piezas (de elección arbitraria), creemos que es posible extender las observaciones principales al resto de las piezas del autor.
Para Sartre el teatro es una arena de lucha donde los hombres disputan sus derechos y donde los conflictos deben estar comprometidos con la realidad social para llegar (movilizar) a los espectadores. El hecho de que el teatro instaure una distancia absoluta entre espectadores y actores genera que el espectador pueda ver objetivamente lo que se le presenta (conflictos y acciones) y, a partir de la percepción de lo revelado, tomar conciencia de sí mismo y del mundo para producir la acción y luego el cambio.
Así como cada género literario tiene para Sartre su lenguaje específico, es decir, sus características (prosa literaria, poesía, prosa filosófica), el teatro debe contar con un lenguaje particular que tenga que ver con la finalidad que le otorga el autor al teatro (así como el lenguaje de la prosa literaria, la poesía y la prosa filosófica está relacionado con la finalidad y características de cada género). Veamos cómo considera Sartre que debe ser el lenguaje dramático en sus textos sobre teoría teatral.
El lenguaje dramático deberá tener, principalmente, tres características: ser acto y compromiso, ser elíptico, y ser irreversible. Una palabra es una manera de actuar, un acto en sí, de la cual puede disponer el personaje. El espectador juzgará al personaje por sus actos, por lo tanto las palabras deben ser acto y deben servir para comprometer, no para describir un estado interior del personaje; deben ser un medio para realizar un fin, ser decisiva, tener el poder de la acción y no parecer repetición inútil o reflejo de algo. La acción es central en el teatro y ya que la palabra es acción, el lenguaje no debe ser nunca descriptivo, ni ser discurso estético que acompañe la acción. Hablar es un momento de la acción (como en la vida) y sirve para diferentes actos: apelar, expresar, persuadir, ordenar, etc., por lo tanto, la palabra es siempre un acto y si deja de serlo se vuelve innecesaria. Si este actuar producirá algo, esa palabra debe ser comprometida, involucrarse, porque no podría permanecer imparcial, debe crear al personaje como crea al hombre, tal como el acto lo hace ser.
Cuando habla de lenguaje elíptico, Sartre se refiere a que la lengua es un acto y por ello no puede separarse del gesto, la elipsis debe constituir el ritmo del lenguaje y evidenciarse en el movimiento que expresará lo que el actor no dice verbalmente. Esto que expresa el actor sin verbalizar es el gesto.
Si concebimos a la palabra como acto, debemos concebir al lenguaje como algo irreversible igual que la acción. Una acción verdadera es irreversible, radical, no puede volverse atrás. Lo mismo sucede con la palabra. El lenguaje debe ser irreversible, las frases deben estar colocadas en su justo lugar, sin repeticiones innecesarias ni detención de la acción, ya que hay compromiso en ellas y cada una hará avanzar la acción sin que se pueda desandar el camino.
Además de estas tres características, el lenguaje debe ser parecido al lenguaje cotidiano, con un ritmo propio que debe buscarse en las necesidades de la acción, con una significación propia que haga del lenguaje dramático un lenguaje distinto del lenguaje cotidiano. El lenguaje dramático debe evitar las digresiones, debe “parecer” cotidiano pero conservando su propia expresividad en el diálogo, las elipsis y la tensión en las frases que será lo que lo distinguirá de él.
La preocupación de Sartre, entonces, consiste en hallar un lenguaje dramático que hable a los espectadores de esos conflictos actuales y de sus derechos, con medios (entendiendo por medios: lenguaje, y por ende, palabras) actuales que sean cotidianos y que operen a distancia. Consideramos que tal vez sea en el teatro donde Sartre más radicaliza la noción de lenguaje. Con ello queremos decir que el autor la simplifica notablemente, la aleja de sus consideraciones más abstractas para volcarla hacia la praxis. Consecuencia de ello podría ser el hecho de que no haya teorizado con demasiada profundidad sobre el tema del lenguaje en el teatro. Por el contrario, observamos que apunta a conceptos sencillos y absolutamente puntuales, en cómo debe ser el lenguaje teatral y para lograr qué cosas. Es que lejos de la teoría, en el teatro, ámbito de la acción por excelencia, Sartre focaliza en el uso del lenguaje, podríamos decir que el teatro es la puesta en uso concreta de todo lo que el autor ha teorizado al respecto.
Pero para poder aseverar esto es necesario analizar el lenguaje en sus obras teatrales. Primero diremos al respecto que se trata de textos ficcionales (Dubatti, 2003: 77-78) que tienen la capacidad de producir semiosis ilimitada (por ser un sistema de modelización secundaria), y crean un mundo posible paralelo a nuestro mundo cuyo discurso refiere a su propio régimen referencial y que despragmatiza el lenguaje que ya no opera en relación directa al mundo real, por lo que esta ficción se convierte en metáfora epistemológica respecto a nuestra realidad.
En segundo lugar, es preciso destacar que las ideas pueden manifestarse en un texto dramático en sus diferentes niveles de composición: el contenido, la expresión y la semántica (Dubatti, 2003: 80). Tendremos que observar entonces, cómo se manifiesta la idea de lenguaje que tiene Sartre respecto al teatro en la trama narrativa y sus contenidos, en la forma de expresarlos, y en cómo significa (intencionalidad del autor, metáfora epistemológica, carácter performativo del texto, sentido).
En el plano del contenido nos ocupamos de los elementos básicos de la fábula y de lo que la obra parece aludir a partir de ellos. En La mujerzuela respetuosa, nos encontramos básicamente con cuatro personajes principales: Lizzi, el Negro, Fred y el Senador. Las acciones se desarrollan entre ellos cuatro y transcurren en un cuarto de alguna cuidad americana del Sur (según las didascalias). Respecto al lenguaje, lo destacable de esta obra es que las acciones principales se concentran en una acción discursiva central: Declarar la verdad o mentir para encubrir al culpable. Lizzi, la prostituta, se encuentra ante esta encrucijada, ella debe decidir si decir la verdad o mentir, mientras que el Negro le ruega que no lo inculpe, Fred la presiona para que mienta a favor de su primo (culpable), y el senador intenta (y lo logra) convencer a Lizzi para que firme la declaración contra el Negro y a favor del blanco. Es interesante notar que hay dos fuerzas discursivas muy importantes que se juegan las acciones que hacen la trama narrativa: Decir la verdad o no/ Convencer- persuadir de mentir por “el bien de la ciudad”. En este debate moral reside el conflicto que expresará el dilema del racismo.
Respecto a la expresión, podemos decir que estos personajes están dispuestos en una estructura de relaciones conflictivas, a partir de la interacción de los tres personajes con Lizzi se desarrollan las tres posiciones centrales. Lizzi/el Negro, refleja la conciencia de una verdad, lo que representaría una “moral correcta”; la relación Lizzi/Fred, refleja la imposición de una postura “amoral”, a favor del racismo mintiendo para encubrir al culpable; y la tercera relación Lizzi/Senador, muestra un conflicto un poco más profundo que sigue el lineamiento de la segunda relación, pero busca su materialización mediante los medios de la persuación, por lo que se enlazan al conflicto del racismo, otros como la aceptación social, el reconocimiento, y la pertenencia social mediante la adhesión a la doxa. Es este sistema de relaciones el que hace a la pieza, considerándola como perteneciente al género del teatro de ideas, donde se explora la condición humana, y se traslucen ciertos postulados existencialistas como la elección, la opción, la responsabilidad, etc. Es una obra donde hay absoluto predominio de lo discursivo, por lo que la pieza se construye con los diálogos e interacciones discursivas constantes de los personajes, en los que manifiestan las diferentes posturas antagónicas en constante conflicto.
Lo expuesto se manifiesta en la obra en el plano de la expresión mediante los discursos (lo dicho y lo no dicho) de los personajes. Lizzi al comienzo parece sostener una postura firme “¡Quiero decir la verdad! (...) no quiero levantar falso testimonio”(1979b: 54,55), y en sus parlamentos se trasluce una postura objetiva que apoya firmemente la verdad (inocencia del negro, culpabilidad del blanco). Pero al interactuar con el Senador, dicha postura empieza a fluctuar, es que este personaje tiene una función claramente marcada: convencer, persuadir a Lizzi mediante argumentaciones y el uso de la retórica. El senador manipula el discurso, inclusive se apropia del rol de hablante de Lizzi “Hablo en su nombre(...)”(1979b: 60), comienza hablándole de la “verdad” pero con un doble discurso que termina por edificar esa verdad como una “verdad americana” que consiste en la supervivencia del mejor que debe ser, según la postura ideológica que este personaje manifiesta en sus parlamentos, el blanco. La prostituta termina por decir “Qué bien habla usted” (1979b: 60) y firma a favor del blanco, aunque luego reconocerá que el Senador la ha envuelto hasta confundirla con sus maniobras discursivas, lo cual se expresa en el siguiente pasaje cuando hablando con el Negro dice:
EL NEGRO: - Muchas veces obligan a la gente a decir lo contrario de lo que piensa.
LIZZI: - Sí. Muchas veces. Y cuando no pueden obligarlos, los embrollan con sus discursos. (...)” (1979b: 65)
Lizzi se debate entre la creencia popular, la doxa que está a favor del racismo, lo cual se observa en la utilización de los lugares comunes del lenguaje cuando expresa “Dicen que un negro siempre ha hecho algo” (1979b: 67) y entre la verdad de su conciencia que la hace gritar cuando Fred persigue al Negro para matarlo “¡Es inocente!”(1979b: 69). Finalmente, es nuevamente envuelta por la retórica, esta de vez de Fred, que hace que ella opte por perdonarlo y creer en él.
La construcción discursiva de la obra muestra una elaboración considerable del discurso, están determinadas en forma expresa las pausas, los silencios, las diferentes formas de expresarse como la burla, la ironía, la imitación, etc., e inclusive hay un trabajo bastante minucioso con la enunciación indicada en las didascalias: tristemente, vivamente, emocionado, con cansancio, gritando, divertido, en voz baja, sollozando, etc. Predominan en las acciones los verbos particularmente discursivos: Decir, declarar, persuadir. Veamos que la tensión se centra en acciones ligadas estrechamente con el lenguaje, hablar es actuar, ya que se oscila entre declarar la verdad o no y entre firmar un escrito que contiene los argumentos a favor del culpable o no.
Por último, en un nivel semántico de análisis, La mujerzuela respetuosa nos habla del conflicto del racismo, de los manejos de poder respecto de los discursos sociales y las creencias colectivas que manifiestan una posición sobre el tema. Refleja implícitamente la manera en que los lugares comunes del discurso social refuerzan una creencia que, lejos de ser un pensamiento crítico, no hace más que absorber conciencias que se subyugan cómodamente a la ideología que detenta el poder. Además, observamos la importancia fundamental del discurso al momento de generar conciencia y la presión que este ejerce al momento de la toma de decisiones. El hecho de ser una obra que podríamos considerar como teatro de ideas, hace que estos conflictos que tienen que ver con una conciencia social puedan ser recorridos, complejizados y observados más vivamente a través de la fluidez y la confrontación de ideas que son expresadas mediante el discurso. La obra muestra un conflicto para que nosotros como lectores-espectadores podamos observarlo y activar una conciencia crítica sobre nosotros mismos y sobre el mundo.
Ahora, nos referiremos a A puerta cerrada, cuyos personajes principales son tres: Garcin, Inés y Estelle. Ellos se encuentran en una habitación despojada, solo con tres catres y una estatua de bronce, presuntamente después de haber muerto y en lo que sería el infierno. La acción transcurre allí, en la interacción de los tres personajes que intentan dar un sentido a su estadía y cuentan lo que creen es la causa de su llegada a aquel lugar. Podríamos decir que la acción de esta obra se reduce casi a una sola y que es tomar conciencia de una nueva condición de existencia (la eternidad en el infierno), conciencia a la que accederán mediante el lenguaje.
En el plano de la expresión, nos hallamos también ante una estructura de interrelaciones entre los personajes que manifiestan diferentes conflictos personales (infanticidio, homosexualidad, traición), y que al encontrarse constituyen el gran conflicto principal que consiste justamente en el reconocimiento de que el infierno son los demás hombres. Los personajes forman un triángulo muy particular donde los otros constituyen su infierno, por lo que las relaciones se tornan problemáticas para los tres. Esta trama es la que sustenta a la obra, pieza fundamentalmente discursiva, donde justamente los personajes fundan su nueva realidad (el estar “en el infierno”) mediante el discurso. Intentan comprender una realidad que temen nombrar pues hacerlo implica revelarse a sí mismos una situación que les resulta espantosa; realidad que asumen una vez que la han nombrado, pues cuando los tres se animan a confesar sus acciones, a nombrarlas, y a nombrar su estado actual, acaban por fundar esa nueva realidad a la que temían, es finalmente allí donde asumen que ellos tres construyen entre sí su propio infierno y que así será por siempre. Observamos expresamente este desarrollo de la acción en los parlamentos de los personajes, por ejemplo, cuando Estelle le solicita a Garcin que no emplee palabras crueles que le resultan chocantes (ante la palabra “muerto”), es entonces cuando propone nombrar “ese estado de cosas” como “ausentes” (1979b: 16). Estaríamos en este punto en el momento de la negación del estado actual. Pero Inés, no puede evitar nombrar la situación diciendo “[estamos]Entre asesinos. Estamos en el infierno, nenita(...)” (1979b: 20), y al continuar diciendo que están “condenados”, provoca la reacción de Estelle que la hace “callar” prohibiéndole que emplee “palabras groseras”. Hasta ese momento parece ser Inés únicamente la que comprende la situación, el personaje que enuncia su sentido: estamos condenados, el verdugo es cada uno para nosotros, la tortura del infierno es una tortura psicológica y no física. Podríamos considerar a Inés un personaje delegado que encauza el sentido de la obra, pero esto no es estrictamente así a lo largo de la pieza. Es en este momento de tensión, donde se evita fundar esa nueva realidad nombrándola a través del lenguaje, que Garcin propone justamente el mecanismo contrario: Callar; Garcin propone “(...)Y silencio. Ni una sola palabra(...)” (1079b: 20), propone callarse y mirarse a “uno mismo”, aunque luego Inés le retruca que podría él cortarse la lengua y sin embargo seguiría existiendo, y ese mismo silencio le estaría gritando en sus orejas. Finalmente los tres personajes terminan por ensañarse en hacer lo que saben que violenta al otro, después de haber contado la causa de que estén allí, y terminan por depender siempre de la mirada del otro, así es que Garcin se obstina hacia el final de la pieza en convencer a Inés, con todo tipo de argumentaciones, de que él no es un cobarde, sabiendo ambos que tienen toda la eternidad para ello. La obra finaliza habiendo asumido los personajes su estado de situación, su condena, el hecho de que “(...)el infierno son los Demás”(1979: 41), y resignándose a cumplir cada uno con su rol (¿de verdugo?) por la eternidad.
Al igual que en la otra obra, el trabajo con el plano discursivo es notable, tanto en la enunciación, la entonación y la argumentación como en el armado del contenido, ya que los personajes introducen sus visiones de lo que ha acontecido en la tierra mediante el relato de los sucesos y que la toma de conciencia a la que ellos llegan sobre su condición se da exclusivamente mediante el discurso: mediante el diálogo constante se logra la toma de conciencia.
Respecto a la semántica, a la interpretación del sentido del texto, podemos decir que esta obra refleja uno de los postulados centrales del existencialismo Sartreano: el hombre convive con otros hombres por lo que cada acto y su propia ética repercutirá en los demás hombres y, por ende, en él mismo. Este infierno construido por Sartre se transforma en metáfora epistemológica de nuestra realidad cotidiana, la convivencia social, nuestra constitución como individuos mediante nuestros propios actos y nuestra libertad de elección de la que somos totalmente responsables, pero que repercute en nuestros prójimos bajo cuya mirada nos constituimos también. Podríamos también hallar aquí una gran metáfora respecto al lenguaje: los hombres fundan su realidad con el lenguaje, nombran, y al nombrar cambian un estado de cosas. Los tres personajes nombran su estado, y al nombrar esa nueva realidad se ven obligados a asumir sus realidades personales, sus nuevos roles y una verdad mayor que consiste en asumir al otro como nuestro propio verdugo.
En el caso de Los secuestrados de Altona nos hallamoss ante una obra más extensa que refiere en otros aspectos al lenguaje. Los personajes centrales son El padre, Johanna, Franz, Werner y Leni. Las acciones transcurren en una casa, entre el salón principal y la habitación de Franz, y cabe señalar la importancia de un objeto que es el que cerrará la pieza y que es un magnetófono donde se oirá la voz de uno de los personajes. Las acciones son numerosas, ya que la trama es fluctuante y compleja. Podríamos resumirlas diciendo que la obra comienza con el pedido de juramento del padre a los hijos de que residan en esa casa hasta su muerte (para proteger a Franz, el hermano encerrado-secuestrado), y el conflicto se genera con la oposición de Johanna. A partir de allí comienzan a delinearse y dejarse entrever los planes y la postura de cada personaje respecto al encierro de Franz. Johanna empieza a visitar a Franz hasta congraciarse con él. Paralelamente Werner que se había hecho cargo de la empresa naviera, se entera por su esposa de la verdad y agudiza su conflicto con ella. Leni atiende a Franz hasta que sospecha que Johanna está intercediendo entre Franz y el Padre y que está influyendo en él, y lo hace elegir entre ella y Johanna revelando una verdad oculta de Franz. Johanna se aleja de Franz, y este decide enfrentarse finalmente al padre que iba a morir. Ambos disponen su muerte juntos, mientras Leni acaba por tomar el lugar de Franz como secuestrado (para evitar la realidad) y Johanna queda bajo la decisión de Werner al terminar la pieza. Las acciones están fundamentalmente basadas en lo discursivo ya que nos encontramos ante la situación de revelar verdades (la muerte del padre, la verdadera situación de Alemania, la relación de Johanna con Franz, las verdaderas intenciones del padre, etc.), y en cada revelación que se hace, la trama de la historia toma un nuevo giro, acentuando las complicaciones o definiendo situaciones.
En el plano de la expresión, nos encontramos también con un entramado de relaciones donde predomina lo discursivo y se manifiestan las diferentes ideas y posturas sobre el conflicto, que es el encierro de Franz, y su significado. Las relaciones entre los personajes reflejan los conflictos verdad-mentira, hablar-silenciar, aceptación-negación, amor-odio, etc., pero nos ocuparemos de las dos primeras. Cada personaje parece sostener una verdad propia, que se va desmembrando con el correr del discurso en las acciones, inclusive hasta llegan a oscilar entre la verdad y la mentira, como en el caso de Johanna quien asume que miente descaradamente a Franz: “Mi voz miente, mi cuerpo la desmiente (...)” (1979b: 150), pero que sus mentiras son verdades en el contexto de la habitación de arriba: “(...)las palabras tienen otro significado allí arriba” (1979b: 148). Esta verdad-mentira se vincula con el debate entre revelar o callar, entre decirle a Franz la verdad del apogeo de Alemania o seguir callando para sostener la mentira que él mismo se ha inventado (y que Leni le ayudó a construir con la información que le proveía) para evadirse. Franz mismo (mientras vive secuestrado en su mentira) construye un testimonio para justificar sus propias acciones y para sustentar su existencia, se pretende testigo del siglo y graba en un magnetófono las argumentaciones (sus verdades) de un proceso que él se hace a sí mismo y a su época, testimonio con el que se cerrará la obra. Revelar es la opción final, todos revelan su verdad, inclusive el secuestrado mismo, pues ya no existirá Franz pero quedarán sus palabras, su discurso, un testimonio de un proceso que seguirá operando aun después de su existencia.
Además de observar las mismas características de las piezas anteriormente analizadas en cuanto al trabajo con el discurso, observamos también que las acciones están muy marcadas por lo discursivo, los personajes deben convencer, ordenar, revelar, mentir, decir verdades, juzgar, nombrar, jurar; verbos todos íntimamente ligados al lenguaje como acto, actos performativos que provocan una reacción, un cambio en el estado de las cosas. El predominio de la acción es también discursivo como en los otros casos, y la pieza transcurre en una constante fluidez de argumentaciones que van construyendo la significación del texto.
En tanto al nivel semántico, este texto nos muestra un sentido complejo donde vemos al hombre sumido en la doble culpa por servir al gobierno nazi, mientras que al mismo tiempo, al haber desobedecido ciertas órdenes por repugnarle la violencia, contribuyó a la supuesta caída alemana. Gran metáfora de lo que hace la guerra con los hombres, plantea las contradicciones morales existentes entre el hombre y el soldado, los estragos de la violencia y la responsabilidad del hombre en ello.
En realidad, cabe el mismo análisis para las tres obras cuando hablamos de la forma de producir significación, ya que las tres son un teatro basado absolutamente en la expresión de ideas, básicamente discursivo, con alto predominio de lo argumentativo, que permite producir sentido a partir de las relaciones entre los personajes y la expresión de sus diferentes posturas ya que muestran los conflictos tal como suceden en el ámbito de lo real. Las tres son la puesta en escena del hombre en “acto”, de situaciones conflictivas que ponen al hombre a elegir, lo muestran frente a las problemáticas actuales con sus posibilidades de opción, la elección, y su correspondiente responsabilidad por sus actos libres. La intención del autor con ello es generar mediante este tipo de teatro una conciencia crítica, busca una incidencia social y política donde el hombre reflexione acerca de su condición y de lo que acontece en el mundo. El teatro de Sartre nombra, es fuertemente discursivo, está basado en la palabra como acto y los conflictos mismos giran en torno a ello: Revelar, decir, callar, jurar, persuadir, etc.; Los personajes de sus obras utilizan el lenguaje como instrumento, comunican, muestran una situación, nombran un estado de cosas y al hacerlo producen un cambio en sus realidades, pero al mismo tiempo, Sartre duplica esta acción, ya que él mismo a través de sus obras nombra un estado de cosas, y bien sabemos que para el autor nombrar es mostrar y mostrar es cambiar.
Sartre dice que la obra de teatro es la forma más apropiada para mostrar al hombre en acto (Sartre, 1973: 11). Para comprender esta frase es preciso considerar dos aspectos: que el teatro es el género que más se acerca a la vida en tanto se presentan hombres (actores) realizando acciones (acciones despragmatizadas), y que en el género teatral hay un predominio de lo discursivo. De aquí se desprende que si para Sartre el lenguaje es acción y la palabra es acto, es lógico que elija la obra teatral como la mejor forma de mostrar al hombre en acto, y como la mejor manera de ocuparse de los problemas de su actualidad y expresar sus ideas de una forma vívida y espontánea.
Si la finalidad del teatro es despertar conciencias al mostrar los conflictos “actuales” en los que el hombre vive inmerso, la convivialidad propia del teatro (por la afectación que produce la presencia) y la utilización de un lenguaje sencillo y actual serán dos cosas fundamentales para lograr con éxito ese fin. Partiendo de la idea de que el teatro nace primero en un acontecimiento convivial (Dubatti, 2002), podemos considerar que lo que en ese espacio se comunique tendrá un impacto fuerte, una gran afectación sobre el espectador que está allí mismo compartiendo la experiencia con los comunicadores. En cuanto al lenguaje, si tomamos en cuenta que para el autor la palabra es acto, nos encontraríamos con que un lenguaje sencillo y actual sería doblemente efectivo por ser dos veces acto: la acción propia del teatro puesta en palabras. Así el espectador se vería afectado por la acción corporal (gestos) y además por el propio lenguaje, por lo que se transmite. Por ello Sartre trabaja notoriamente con el lenguaje en su puesta en uso, tanto en la intencionalidad como en la entonación de los parlamentos, y por supuesto, trabaja minuciosamente con las argumentaciones que serán las que producirán el sentido de la pieza, y por ende la conciencia crítica.
Pero además, el hecho de que el lenguaje teatral sea un lenguaje despragmatizado otorga una doble valencia al lenguaje que lo hace aún más rico y más efectivo en su fin. Hablar es actuar, pero por supuesto, este actuar está lejos de ser pragmático en nuestro mundo, es un hablar que se realiza pragmáticamente en un mundo otro, en el mundo posible que instraura el salto ontológico, por lo tanto, el lenguaje al estar despragmatizado respecto a nuestro mundo tiene la posibilidad de engrosar su significación, de significar más, pero a su vez, ese actuar en un mundo otro que está objetivado ante nosotros está llevado a cabo por un lenguaje que produce un cambio en nuestro mundo, pues lo que se está nombrando (significado de la obra) despierta nuestra conciencia. Esta posibilidad de significar más por su despragmatización y de producir acción en la pragmatización respecto de nuestro mundo (en cuanto a lo que produce en nosotros lo significado), todo esto en un marco real, convivial, donde la afectación es más fuerte, es algo que solo el teatro hace posible.
Vemos entonces que las consideraciones teóricas básicas que hace Sartre sobre el lenguaje encuentran su expresión más radical y más concreta en el teatro. Entiéndase por ellas, el lenguaje como un instrumento que comunica un sentido, con una profundidad en su significación, que se da para el otro, buscando mostrar el mundo y el hombre para producir una conciencia y un cambio en ese otro a quien está dirigida la comunicación. Lenguaje que revela y produce un cambio en el estado de las cosas.
Observamos, además, que el autor (como productor de texto) busca conscientemente imprimir en la expresión (el discurso) la experiencia de la cultura, y traducir su fundamento de valor en el teatro (Dubatti, 2002), no solo en su contenido sino también en su lenguaje. Y aunque Sartre no se haya ocupado de teorizar sobre el lenguaje en el teatro con tanta minuciosidad como lo hizo en sus ensayos sobre literatura en general, lo poco que ha expresado sobre cómo debe ser el lenguaje en las obras teatrales, lo ha practicado en la producción de sus piezas, mientras que observamos además que las concepciones generales que tiene sobre el lenguaje como instrumento para la comunicación, como herramienta de la que se sirve el hombre para nombrar y cambiar la realidad, las plasma implícitamente en sus obras.


III. Conclusión: La importancia del lenguaje en el Existencialismo Sartreano
Se desprende de este análisis que el rol que el lenguaje tiene para el existencialismo Sartreano es esencial. Es la noción mediadora entre las nociones más importantes de su sistema teórico-filosófico. El rol del lenguaje es ser el lazo mediador, el instrumento realizador en cuanto a producción literaria se refiere. Lo encontramos en la base del proceso de comprensión y apropiación del mundo por parte del hombre, pero además como constructor de una interioridad y una exterioridad entre las que fluctúa este. Pero su importancia mayor radica en que el lenguaje es una herramienta que sirve para comunicar, y además para actuar directamente sobre el mundo, nombrándolo y cambiando un estado de cosas.
Por lo tanto, la concepción que Sartre tiene del lenguaje es evidentemente utilitaria. El lenguaje es herramienta, instrumento y medio. Pero además, es puramente social. El lenguaje comunica, entabla relaciones entre el hombre, el mundo y los otros que constituyen ese mundo, y actúa además directamente sobre él.
Esta noción utilitaria y pragmática (en el sentido de utilidad social) está bastante alejada de las concepciones del lenguaje que relativizan al extremo su rol. El lenguaje no será perspectiva relativista, sino un arma con la que se develan los mecanismos sociales. Si bien se tienen en cuenta las dimensiones de la subjetividad del lenguaje, esta no logra disminuir su utilidad y su fuerte referencialidad, cosa que podemos ver claramente en el hecho de que “nombra” al mundo y “lo cambia”.
Para el existencialismo Sartreano es, en cierta manera, el lenguaje el que vincula a los hombres, más específicamente en su relación de escritor y lector o espectador, ya que estos se comunican mediante su puesta en uso.
El fin específico del lenguaje es comunicar, sirve como herramienta para comunicarle al otro, para abogar por su libertad y por el cambio. Esto se dará en la prosa literaria, en la filosófica y en lenguaje dramático, ya que en la poesía, para Sartre no se utiliza el lenguaje (no con intención comunicativa), se emplean las palabras en su materialidad y no en su propiedad comunicativa, se significa para volver a uno mismo, no para los demás. Y entre estos tres, consideramos que es el lenguaje dramático el que tiene una fuerza mayor y la capacidad de producir un efecto más directo y movilizador sobre el otro a quien se quiere comunicar. Es por ello que el autor trabaja mucho sobre lo discursivo en el teatro puesto que es la posibilidad de comunicar situaciones actuales de forma más espontánea y con la posibilidad de una recepción más efectiva debido a la fuerza que adquiere el lenguaje en el teatro.
Señalamos finalmente que la importancia de la noción del lenguaje para el sistema teórico-filosófico del existencialismo de Sartre radica en su funcionalidad. El lenguaje como objeto, como instrumento, como prolongación de los sentidos es importante en un sistema que apunta a una concepción de hombre que se hace con sus actos y por ende, es entendible que el lenguaje cobre importancia como praxis que sirve al hombre en sus actos, y mejor aún si sirve como acto a favor de su libertad. El lenguaje es claramente funcional porque es el puente que se tiende entre todas las nociones que tienen que ver con la comunicación como acto y el hombre. Pero es a su vez una noción fundante y cuyo valor pasa casi inadvertido entre el cúmulo de nociones del sistema, es que sin el lenguaje no habría forma de asir el mundo, ni comprensión, ni dimensión consciente del hombre y su existencia, ni ruptura de la barrera hacia el otro, porque no habría forma de objetivar qué es eso otro. Por supuesto que si no hay otro, mucho menos habrá intención de comunicar. El lenguaje es entonces, el instrumento motor de los actos del hombre hacia el mundo y dialécticamente para sí.
Consideramos que Jean-Paul Sartre, en cierta manera, era consciente de la potencialidad y el valor que posee el lenguaje. Es por eso que al hablar del hombre, su conciencia reflexiva y su capacidad de cambiar un estado de las cosas, el autor se refiere a trabajar con la dimensión profunda del lenguaje para poder crear uno nuevo, que nombre lo que no puede nombrarse porque el mismo lenguaje ya desgastado no se lo permite. Sartre apunta a la capacidad de regeneración de ideas y de pensamiento crítico en la dimensión significativa del lenguaje, encuentra allí, en cierta manera el espacio donde el hombre se recrea y amplía sus posibilidades de trascendencia, lugar donde se combate el estancamiento y se reaviva la existencia. El lenguaje es, en fin, el lugar donde el hombre tiene la posibilidad de afirmar su libertad.
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