I.
Introducción
Thomas Hobbes, filósofo inglés profundamente aquejado por la crisis
política en que le tocó vivir, escribe el Leviatán (1651),
quizá su obra política de mayor relevancia, como
un gran tratado acerca de las cuestiones que más le preocuparon: la
unidad del Estado, amenazada por enfrentamientos religiosos y luchas
de poder, y el peligro terrible de la guerra civil, en la que se pone
en riesgo nada más y nada menos que la propia vida. Explica Norberto
Bobbio:
Hobbes está obsesionado por la idea de la disolución de la
autoridad, (...) por la disgregación de la unidad del poder,
destinada a producirse cuando se empieza a sostener que el poder ha
de ser limitado; dicho brevemente, por la anarquía, que es el
regreso del hombre al estado de naturaleza. El mal al que más teme
(…) no es la opresión, que deriva del exceso de poder, sino la
inseguridad, que por el contrario deriva del defecto de poder. Ante
todo la inseguridad en la vida, que es el primum bonum, y
luego la inseguridad de los bienes materiales, y finalmente también
la inseguridad de aquella poca o mucha libertad que a un hombre se le
ha concedido disfrutar en la sociedad. (Bobbio, 1991: 52-53)
Estas inquietudes son tematizadas en el Leviatán,
obra que se centra en la constitución de la República a partir de
un pacto entre los hombres, el cual les garantiza, a partir de la
renuncia y transferencia de sus derechos al soberano, la protección
de este, quien por su concentración de poder es capaz de hacer
efectiva la paz.
En el enorme edificio conceptual que es la obra de Hobbes, en el que
sobre un concepto o definición se va apoyando el siguiente, para
poder arribar a las nociones políticas, el autor parte de lo que se
llama la Teoría antropológica. Si el gran Leviatán o Estado está
conformado por el hombre, primero es necesario saber qué es y cómo
vive este. Entre los aspectos estudiados, además de los sentidos, la
imaginación, la razón, las pasiones, etc., encuentra su lugar el
lenguaje.
Pero consideramos que el lenguaje en el gran sistema hobbesiano no
tiene un lugar anecdótico o marginal, sino que constituye uno de los
puntos de apoyo más fuertes, para la construcción de su teoría
política. Señala Hobbes, en el Cap. IV del Leviatán,
que el lenguaje nos permite una serie de operaciones “sin lo
cual no habría existido entre los hombres ni república, ni
sociedad, ni contrato, ni paz ni ninguna cosa que no esté presente
entre los leones, osos y lobos” (2004: 54); es decir, sin lenguaje
no hay pacto, no hay república, ni paz, no hay posibilidad de
escapar del terrible estado de naturaleza.
¿Por qué ocuparse entonces del lenguaje? Porque el lenguaje es lo
que permite al hombre distinguirse del resto de los animales, le
permite formar una sociedad civil que pueda alcanzar la paz y la
concordia, y es una de sus herramientas para lograrlo.
Pero no solo el lenguaje es condición para la paz, sino también,
que puede avivar la guerra. Tiene la propiedad de establecer acuerdos
pero también de insuflar las malas pasiones y el poder de atentar
contra la estabilidad de la autoridad, es decir, del Estado. Por eso
es necesario estudiarlo, por eso se detiene Hobbes a analizar qué es
el lenguaje, sus usos y las formas del recto lenguaje: los procesos
que a partir del lenguaje nos conducen a apartar las opiniones vanas
del discurso razonable y bien fundado, esto es, distinguir la opinión
de la ciencia, ya que el mal uso del lenguaje puede traer
consecuencias tremendas como la sedición y la disolución del
estado. Explica Bobbio:
A Hobbes le impulsa a filosofar la turbación que en él suscita el
peligro de la disolución del estado, porque está convencido de que
la mayor causa de los males ha de buscarse en la cabeza de los
hombres, en las falsas opiniones que éstos tienen o que reciben de
malos maestros sobre lo que es justo e injusto, sobre los derechos y
sobre los deberes, respectivamente, de los soberanos y de los
súbditos. Uno de los temas constantes en las tres obras políticas
es la condena de las opiniones sediciosas consideradas como la causa
principal de los desórdenes. (1991: 55)
Es por eso que nos hemos propuesto, en este trabajo, analizar el rol
del lenguaje dentro del sistema político hobbesiano del Leviatán,
y ponderar su importancia para la concreción de la sociedad civil,
que consideramos es central, sobre todo en lo que concierne al pacto
que posibilita el pasaje del estado de naturaleza a la sociedad
civil.
Para alcanzar dicho objetivo, expondremos las ideas principales que
Hobbes sostiene sobre el lenguaje en el Cap. IV del Leviatán,
observando su composición, sus usos y abusos, y la forma en que
permite al hombre recordar y transmitir ideas mediante las marcas y
los signos. A partir de estos conceptos observaremos las
características del lenguaje y su importancia para el estado de
naturaleza, para luego dedicarnos en profundidad al rol del lenguaje
en el pacto, a partir del cual se da el pasaje a la sociedad civil.
Por último, nos detendremos a considerar de qué manera actúa el
lenguaje en la sociedad civil dentro de la teoría hobbesiana y su
carácter realizativo, dentro de un marco de legalidad instaurada por
el propio soberano.
II. Origen y características centrales del lenguaje para Hobbes
En el Cap. IV del Leviatán, Hobbes
dedica un espacio para la reflexión sobre el lenguaje. En este
capítulo explica que el lenguaje “consiste en nombres
o apelaciones y en su
conexión, mediante las cuales, los hombres registran sus
pensamientos, los recuerdan cuando han pasado y se los declaran
también unos a otros para utilidad mutua y conversación” (2004:
58).
Como hemos señalado, Hobbes procede
de una manera cautelosa al momento de dar definiciones, pues intenta
evitar los equívocos que producen las malas definiciones y los vanos
edificios construidos sobre ellas, los cuales darán por resultado
grandes absurdos que arrastran a error a los hombres. Es por ello que
a lo largo del capítulo desmenuzará la definición ocupándose de
cada uno de los términos allí utilizados, analizando sus
características, implicancias y consecuencias: los nombres y las
apelaciones, su conexión, el registro del pensamiento o recuerdo y
la declaración de estos.
Antes de ocuparnos de esto, es necesario referir cuál es el origen del lenguaje para el filósofo. Hobbes atribuye al lenguaje un origen divino: Dios, autor del lenguaje, instruyó a Adán en su uso para que nombrara todo lo existente, pero además, este último agregó nombres para las nuevas cosas que le iba presentando la experiencia. Este lenguaje, bastante copioso, fue perdido por el hombre cuando Dios lo castiga en el episodio de la torre de Babel por su rebelión. Según Palacios:
Antes de ocuparnos de esto, es necesario referir cuál es el origen del lenguaje para el filósofo. Hobbes atribuye al lenguaje un origen divino: Dios, autor del lenguaje, instruyó a Adán en su uso para que nombrara todo lo existente, pero además, este último agregó nombres para las nuevas cosas que le iba presentando la experiencia. Este lenguaje, bastante copioso, fue perdido por el hombre cuando Dios lo castiga en el episodio de la torre de Babel por su rebelión. Según Palacios:
Este relato funciona como una
justificación del estado actual del lenguaje a la vez que salva su
origen divino. […] A partir de la caída de la Torre de Babel
sucedieron dos cosas. Por un lado, se perdió la lengua adánica y,
por el otro, dice Hobbes, los hombres se dispersaron por distintas
partes del mundo, como consecuencia del castigo divino contra la
soberbia humana. (2001: 15)
El lenguaje, entonces, pasa a tener un doble
origen: es, por un lado, creación divina, pero por el otro, creación
artificial del hombre, como señala Margarita Costa: “Superado el
momento teológico-adánico del lenguaje, nos encontramos con la
plena capacidad de imponer nombres a las cosas como un atributo
específicamente humano” (Costa, 1995: 4).
Volvamos a la definición de lenguaje planteada por Hobbes en el Cap.
IV. En ella dice que el lenguaje consiste en nombres o apelaciones.
Los nombres pueden ser propios y singulares o comunes a varias cosas,
que serán señalados como universales. Los universales pueden
contener en sí a universales menores o comprenderse unos a otros, y
además, no implican una sola palabra sino que pueden ser un
circunloquio, más de una palabra juntas. Estos nombres nos
posibilitan el reconocimiento de las causas que imaginamos y las
transforma en apelaciones, es decir, nos permiten registrar y
recordar las causas descubiertas para avanzar en el entendimiento
ahorrando esfuerzos.
Estos nombres y apelaciones se conectan para rememorar las
consecuencias de causas y efectos. La manera en que estos se conectan
traerá como consecuencia la verdad o falsedad de la proposición, es
decir, que “la verdad consiste en el orden correcto de los nombres
en nuestras afirmaciones” (Hobbes, 2004: 62), por lo que “verdad
y falsedad son atributos del lenguaje, no de las cosas” (Hobbes,
2004: 62).
Quien busque la verdad, debe según Hobbes, recordar aquello a lo que
refiere exactamente cada uno de los nombres utilizados y situarlo
respecto de ello en su discurso, así es como cobran importancia las
definiciones. Estas nos permiten establecer el significado de las
palabras para poder alcanzar el conocimiento. Aquel que se base en
definiciones erróneas incurre en el primer abuso del lenguaje, que
genera principios falsos que no posibilitan el conocimiento
científico.
Pero, ¿por qué es necesario buscar la significación precisa de los
nombres, sin la cual no habría ciencia? Esto sucede porque según
Hobbes, los nombres tienen una significación inconstante, varían de
acuerdo con la experiencia de cada hombre y según cómo este haya
concebido las cosas que luego recordará. Esta diferencia en la
recepción de las cosas está dada por los prejuicios y las
diferentes constituciones corporales, que entran en relación con
nuestras pasiones. La disposición y el interés del hablante
influyen en el significado de las palabras, es este quien pone su
carga de subjetividad en el significado. Explica Hobbes en el Cap. VI
del Leviatán:
(…) las palabras bueno, malo y
despreciable son siempre usadas en relación con la persona que las
usa, no habiendo nada simple y absolutamente tal, ni regla alguna
común del bien y del mal que pueda tomarse de la naturaleza
de los objetos mismos, sino de la persona del hombre (allí donde no
hay República) o, (en una República) de la persona que la
representa (…). (2004: 75)
Por otro lado, Hobbes otorga un matiz pragmático muy fuerte al
lenguaje: “El uso general de la palabra consiste en transformar
nuestro discurso mental en discurso verbal” (2004: 59). De hecho,
hacia el final de la definición, describe dos objetivos precisos del
lenguaje, y agregará luego cuatro usos especiales. El primer
objetivo o finalidad es registrar las consecuencias de nuestros
pensamientos, es decir, generar una huella que permita recordar,
reponer, lo que la distracción o el tiempo tiende a borrar. Así el
primer uso es “servir como marcas o
notas de rememoración”
(Hobbes, 2004: 59). El segundo objetivo del lenguaje es comunicar, es
decir, “indicar (por su conexión y orden) lo que unos y otros
conciben o piensan de cada asunto, y también lo que desean, temen o
es objeto de alguna otra pasión suya” (Hobbes, 2004: 59). Esta
finalidad implica ya un uso compartido del lenguaje, en el que “los
nombres se denominan signos”
(Hobbes, 2004: 59). Para Hobbes (2004: 77), la razón, que es el
cálculo de las consecuencias de los nombres generales convenidos,
pasando de una consecuencia a otra, “caracteriza” el pensamiento
cuando usa las marcas, es decir, cuando se hace un uso individual y
particular del lenguaje, y “significa” cuando usa los signos,
para demostrar o probar los cálculos a otros, es decir, cuando se
hace un uso público o social del lenguaje.
Recordar (registrar, memorizar) y comunicar (expresar) son los dos
objetivos del lenguaje. A partir de estas finalidades propone cuatro
usos: a) registrar las causas de alguna cosa presente o pasada
descubiertas por el pensamiento; b) mostrar a otros el conocimiento
alcanzado, ya sea enseñando o aconsejando; c) expresar a otros
nuestra voluntad y propósitos para gozar de ayuda mutua; y d)
deleitarnos y satisfacernos a nosotros y a otros con el juego de las
palabras y ornamentos (Hobbes, 2004: 59).
A estos cuatro usos correspondan cuatro abusos, que serán
fundamentales para comprender luego cuáles son los equívocos en que
cae el hombre y que hacen peligrar su seguridad (ya sea por fomentar
el estado de guerra o por atentar contra la paz): Al uso a)
corresponde el abuso de registrar mal aquello que hayan creído
conocer con el pensamiento, y esto sucede por una inconstancia en la
significación de las palabras; al uso b) corresponde el uso
metafórico de las palabras, es decir, darle un significado distinto
de aquel para el que fueron ordenadas, esto produce el engaño a
otros; al uso de c) corresponde declarar una voluntad que no es la
propia, es decir, mentir; y por último, al uso d) corresponde al uso
de las palabras para agraviar a otros (Hobbes, 2004: 59-60).
El lenguaje le permite al hombre, según Hobbes, nombrar las causas
de las cosas, recordarlas, encadenarlas, y por medio de la recta
razón, conocer; también permite comunicar lo conocido y los propios
pensamientos y pasiones. El buen uso o abuso del lenguaje dependerá
de lo que el hombre haga con él:
Para concluir, la luz de las mentes humanas
está en las palabras claras, pero venteadas primero mediante
definiciones exactas y depuradas de ambigüedad. La razón es la
senda; el incremento de ciencia, el camino. Y el beneficio de la
humanidad, el fin. Al contrario, las metáforas y las palabras
ambiguas y sin sentido son como ignes
fatui; y
razonar sobre ellas es vagar entre innumerables absurdos. Y su fin es
el litigio, la sedición o el desdén. (Hobbes, 2004: 72)
Con el buen uso del lenguaje se puede hacer ciencia para mejorar la
vida del hombre y alcanzar la concordia; o se puede, con el mal uso y
abuso, atentar contra la unidad y la paz por medio de la sedición y
el litigio, abonando el estado de guerra.
III. Lenguaje en el estado de naturaleza
El estado de naturaleza hobbesiano es un estado en el que los hombres
son iguales en capacidades y derechos para alcanzar sus fines, que
tienden a un fin supremo que es la conservación de la propia vida.
Estos derechos para alcanzar sus fines y preservar su vida se ejercen
libremente. El problema de esta situación es que el hombre, según
Hobbes, tiende a querer lo mismo que el otro, y esto lo pone, por su
igualdad de condiciones, en un litigio permanente. En este litigio,
triunfa quien logre dominar, por ello, el hombre es un ser que busca
el poder y al que su ambición, y temor al poder del otro, lo lleva a
convertirse en un lobo para sí y para los otros hombres.
De esta manera, “la condición del hombre (…) es condición de
guerra de todos contra todos” (Hobbes, 2004: 133), y esta disputa
entre hombres en el estado de naturaleza puede darse por tres
motivos: por competición, por inseguridad y por gloria. En el tercer
caso, los hombres se alzan contra otros hombres por reputación, y
usan a la palabra (tomada como signo de subvaloración) o las
opiniones divergentes a las suyas, como excusa para ejercer la
violencia contra los otros, y defender su reputación, ganar más y
por ende, obtener más poder: “La reputación de poder es poder,
porque trae con ella la adhesión de quienes necesitan protección”
(Hobbes, 2004: 100). En su afán de poder, el hombre usa el lenguaje
como un signo, ya sea para detentar poder o para ganarlo. Entre estos
usos, Hobbes (2004: 100-104) señala la elocuencia como muestra de
poder; y la súplica, la alabanza, el hablar con consideración, el
solicitar consejo, como formas de honrar a otro, y por ende, formas
de reconocer y otorgar más poder. Señala Bobbio: “El énfasis que
Hobbes le presta a la vanagloria entre las pasiones generadoras de
disputas deriva del hecho de considerarla como la manifestación más
visible del deseo de poder. En realidad, lo que impulsa al hombre
contra el hombre es el deseo insaciable de poder” (1991: 66).
Estos usos del lenguaje, dice Hobbes, existen tanto en el estado de
naturaleza como en el civil, aunque en este último, bajo la decisión
del soberano, se dan otras formas distintas. Pero a los usos
corresponden abusos, advertidos por el filósofo inglés, sobre todo
en el Cap. XI, que avivan el estado de guerra de todos contra todos,
ya que inducen a los hombres a error; por ejemplo, esa elocuencia y
adulación lleva a los hombres a confiar ya que parecen sabiduría y
bondad, y al confiar, se pone a merced de la voluntad del otro.
También ignorar el significado de las palabras induce al hombre a
confiar en una verdad que desconoce, y aceptar los nombres puestos a
las cosas en un lenguaje privado1
como una opinión general (olvidando que el significado de los
nombres varía de acuerdo con cada experiencia particular), lo hace
incurrir en error. Por otro lado, la persuasión del lenguaje es un
gran peligro para Hobbes, ya que los hombres pueden ser persuadidos
por otro para cometer actos terribles, incluso, la sedición estando
ya en un estado civil.
Como vemos, el lenguaje en el estado de naturaleza, usado libremente
y atravesado por el deseo de poder genera más litigios, dominación,
peligro.
¿Cómo protegerse entonces en el estado de naturaleza de los otros?
¿Cómo superar el miedo de ser dominado y aniquilado, engañado,
abusado no solo por las acciones de los otros, sino también por el
mal uso del lenguaje?
Según Costa, la necesidad de salir de ese estado de terror
permanente empujó a los hombres a hacer un uso social del lenguaje,
con el fin de poder comunicarse y ayudarse mutuamente:
Es comprensible que el hombre en estado de naturaleza sienta esa
urgencia, pues si cada uno permanece aislado en el temor a los demás,
encerrado en la subjetividad de su discurso mental y las 'marcas' que
ha inventado para retenerlo y evocarlo para sí mismo, nunca podrá
liberarse de esa existencia "solitaria, pobre, desagradable,
brutal y breve". Es decir, cuando la razón, engendrada por el
lenguaje, les dicta a los hombres la necesidad de asociarse, algunas
marcas comienzan a funcionar como signos para que ellos puedan
comunicarse unos a otros, en primer lugar, el terrible temor
compartido a una muerte violenta. Esto parece lógicamente previo a
la transmisión de conocimientos propiamente dichos. (…) como
Hobbes considera que es la razón, 'unida a la pasión', la que lleva
a los hombres a pactar, y como el lenguaje es anterior a la razón,
debe existir necesariamente alguna forma perentoria de comunicación,
es decir, algunas marcas deben transformarse en signos y su enlace en
discurso verbal intersubjetivo o público ya en el estado de
naturaleza. (Costa, 1995: 9)
Para Hobbes, la razón dicta ciertas leyes naturales que sugieren al
hombre ciertas prohibiciones con el objetivo de conservar la vida. La
más fundamental es que todo hombre debe buscar la paz y seguirla, y
con ello, defender su vida. Para eso, una segunda ley establece que
es necesario transferir el derecho a hacer lo que cada uno quiera a
otro para garantizar la paz. Para eso el hombre necesita acordar con
los otros hombres y pactar para poder salir del estado de naturaleza,
pero el problema de las leyes naturales que disponen a la paz, en
estado de naturaleza, es que no tienen una garantía de cumplimiento
efectivo sin un poder coercitivo, ya que cada hombre es libre de
hacer lo que quiera, y por ende, de incumplir esas leyes sin castigo
alguno.
Por eso, ningún tipo de observancia de la regla (ley natural) tiene
garantía de ser beneficiosa, ya que no hay poder que respalde su
cumplimiento efectivo, y solo obligan el cumplimiento en fuero
interno (Bobbio, 1991: 175-176), y al que la cumpliera, lo arrojaría
de alguna manera a merced de su enemigo. Explica Bobbio: “Para
fundar una sociedad estable es necesario estipular un acuerdo
preliminar establecido para crear las condiciones de seguridad de
cualquier acuerdo posterior. Sólo este acuerdo preliminar hace salir
al hombre del estado de naturaleza y funda el estado” (1991: 75).
Es necesario, entonces, pactar para salir del estado de naturaleza. Y
pactar es también, y fundamentalmente, una cuestión de lenguaje.
IV. Lenguaje y pacto
Para poder pactar se debe renunciar a un derecho. Esta renuncia
posibilitará lo que Hobbes llamará “pacto”, y que se da cuando
uno de los contratantes entrega lo pactado, mientras que permite al
otro cumplir con su parte en un tiempo posterior (Hobbes, 2004: 135).
Para que esto suceda es necesario, primero, hacer el contrato, que
implica, como dijimos, una renuncia de los derechos. Hobbes lo
define, en el Cap. XIV del Leviatán, de la siguiente manera:
La forma en que un hombre renuncia simplemente, o transfiere su
derecho, es una declaración o significación por algún signo o
signos, voluntarios y suficientes, de que así renuncia o transfiere,
o ha así renunciado o transferido lo mismo a aquel que lo acepta.
Estos signos son o solamente palabras, o solamente acciones, o, (como
con más frecuencia ocurre) tanto palabras como acciones (…).
(2004: 134)
Según
esta definición del contrato, el lenguaje es “El
vehículo que pone de manifiesto las intenciones puestas en juego al
pactar (...) El lenguaje se convierte así en una condición
necesaria
del pacto. (…) la esencia del Pacto es la manifestación de la
voluntad de transferir un derecho, y el medio que se utiliza para
ello es definido por Hobbes como lenguaje”
(Palacios,
2001: 10).
De esta manera, el lenguaje es la herramienta
por la cual se hace posible el pacto, y que permitirá acordar con
los otros hombres para conseguir la paz. La celebración del pacto
coincide, según Palacios, con el tercer uso del lenguaje definido
por Hobbes en el Cap. IV, en el sentido en que se busca transmitir
los pensamientos, expresarlos, para conseguir ayuda mutua. Expresar
la voluntad de hacer el pacto es ayudarse mutuamente para la paz. A
su vez, señala que a este tercer uso corresponde el tercer abuso, en
el que “deberá
darse en el incumplimiento una mentira o contradicción al manifestar
la voluntad de pactar y no pactar. El incumplimiento es una especie
de contradicción respecto de la voluntad de pactar” (Palacios,
2001: 13).
Pactar es propiedad exclusiva de los hombres, y
esto los distingue de los animales. ¿Por qué esto es así, según
Hobbes? Porque las criaturas vivientes no tienen, como el hombre,
“palabra mediante la cual pudiera una significar a otra lo que
considera oportuno para el beneficio común” (2004: 165), ni tienen
“ese arte de las palabras mediante el cual pueden unos hombres
representar a otros lo bueno con el viso de la maldad, y la maldad
con el viso de lo bueno, y aumentar o disminuir la grandeza aparente
de la bondad y la maldad, creando descontento y turbando la paz de
los hombres caprichosamente” (2004, 166), esto es, la capacidad de
engañar y mentir, lo que hace necesario el pacto. Por otro lado,
tampoco puede el hombre hacer pacto con animales, porque carecen de
un lenguaje común, compartido, para comprender lo que significa la
traslación de derechos, ni tampoco con Dios, porque como él no nos
habla directamente, no podremos saber si nuestro pacto es aceptado o
no, excepto si lo hacemos con un mediador que hable por él (Hobbes,
2004: 139). El pacto está ligado, entonces, profundamente, con la
cuestión de lenguaje.
El lenguaje concebido por Hobbes, sobre todo en
vinculación al pacto, es un lenguaje que instaura realidad. Algunos
comentaristas2
han visto en su uso respecto del pacto, una cercanía entre Hobbes y
J. Austin, a partir de su concepción de los actos realizativos. Para
Austin, las expresiones realizativas o performativas “no son
obviamente expresiones lingüísticas que podrían calificarse de
'verdaderas' o 'falsas'. (…) diríamos que al decir estas palabras
estamos haciendo algo:
a saber, asumir un cargo y no dando
cuenta
de algo (…)” (Austin, 1998: 54). Para que el enunciado se
transforme en lo que Austin llama acto realizativo del lenguaje, es
necesario que se dé en ciertas condiciones o circunstancias que
puedan garantizar su cumplimiento efectivo, por ejemplo, que se
pronuncien las palabras apropiadas, de la manera apropiada, ante la
persona apropiada, en algunos casos complementando lo que se enuncia
con ciertas acciones particulares y también llevando a cabo ciertas
acciones mentales determinadas (Austin, 1998: 49-50).
Este concepto de acto realizativo nos permite echar luz sobre la
concepción de los pactos en Hobbes, sobre todo para comprender por
qué hay pactos que no son válidos en el estado de naturaleza y por
qué el pacto del pasaje a la sociedad civil necesita de condiciones
particulares para poder cumplimentarse efectivamente. Analizaremos
esto con detenimiento.
Los principales actos realizativos mencionados por Austin y que
resultan centrales para el Leviatán
son ordenar, declarar, aconsejar, designar, juzgar, pero sobre todo
prometer. Dice Hobbes en el Cap. XIV que todo contrato es una
promesa, ya que, como vimos, uno de los pactantes se compromete a
entregar al otro un beneficio en un tiempo futuro. Y agrega, además,
que toda promesa es obligatoria, por su estatuto de contrato. En
estado de naturaleza, el pacto puede romperse, ya que las condiciones
para que este sea un acto realizativo efectivo, no están dadas, pues
no hay garantía (poder coercitivo) que respalde dicha promesa:
Si se hace un pacto en el que
ninguna de las partes cumple de momento, sino que confía en la otra,
en la condición de mera naturaleza (que es condición de guerra de
todo hombre contra todo hombre) es, ante la menor sospecha razonable,
nulo. (…) los lazos de la palabra son demasiado débiles para
frenar la ambición, avaricia, ira y otras pasiones del hombre,
cuando falta el temor a algún poder coercitivo, que no hay
posibilidad alguna de suponer en la condición de mera naturaleza,
donde todos los hombres son iguales y jueces de la justicia de sus
propios temores. Y por tanto, aquel que cumple primero no hace más
que entregarse a su enemigo (…). (Hobbes, 2004: 138)
Como vemos, la palabra no alcanza
para hacer efectivo el pacto, ya que es débil para sujetar a los
hombres al cumplimiento de los pactos, que de ser así resultarían
“palabras huecas”, según el filósofo. Es necesario,
entonces, crear un marco que garantice el cumplimiento efectivo, y
este se producirá mediante la introducción de un tercero en el
pacto, que concentre el poder de hacerlo cumplir, pero sin ser él
mismo objeto de la obligación;
La única manera de constituir un poder común es que todos
consientan en renunciar al propio poder y en transferirlo a una sola
persona (sea ésta una persona física o una persona jurídica, como
por ejemplo, una asamblea), que de ahí en adelante tendrá tanto
poder como sea necesario para impedirle al individuo que ejercite su
propio poder con daño para los demás. (Bobbio, 1991: 74)
De esta manera, cada hombre pactará con cada hombre en ceder sus
derechos a un tercero: el soberano, quien será la cabeza del
Leviatán. Este tendrá todo el poder en sí mismo de hacer cumplir
los pactos, y a partir del pacto primero, funda el marco
institucional del Estado para hacer cumplir el resto de los actos
realizativos. Lo que legitima este primer acto realizativo del
lenguaje es el propio acto fundante del gran Leviatán. Víctor
Palacios, citando a Martin Bertman, lo explica del siguiente modo:
“(...)
el Soberano hobbesiano crea los actos performativos institucionales
con sus actos de habla. Los actos performativos del soberano no sólo
actúan un nuevo hecho institucional, sino que lo crean.” En el
caso de los actos de habla hobbesianos, el Leviathan
crea e instaura arbitrariamente la convención que le da sentido a
los actos de habla (…). (Palacios, 2001: 10-11)
Con la autoridad del soberano, llega la garantía de cumplimiento del
pacto: la espada pública como poder coercitivo instará a los
hombres a cumplir con su palabra, e impartirá castigo a quien
incumpla con ella. Con la creación del Estado, y el pasaje del
estado de naturaleza a la sociedad civil, la promesa, como acto
realizativo, encuentra un marco que haga efectivo su cumplimiento3.
V. Lenguaje en acto: el rol del lenguaje en la sociedad civil
Un vez realizado el pacto, los actos realizativos de lenguaje que se
den dentro del marco del Leviatán encuentran su marco institucional
para el efectivo cumplimiento: “los actos institucionales por los
cuales se instaura la república, o se pacta entre los súbditos
acerca de otras cuestiones de interés recíproco dentro de un marco
legal, son actos de habla y los hablantes son quienes establecen -por
la palabra misma- la validez de dichos pactos” (Costa, 1995: 11).
Los actos realizativos más importantes encuadrados por el Leviatán
son: ceder los derechos, acto fundamental que da origen al Estado y
que ha sido tratado en el apartado anterior; ordenar (cuyo acto
perlocucionario correspondiente es obedecer); juzgar (cuyo acto
perlocucionario es acatar); y designar sucesores. Todos estos actos
son realizados por el soberano. Lo súbditos también realizan actos
performativos: prometen, juran, declaran, etc., pero de ellos nos
hemos ocupado en otros apartados, por lo que nos interesa,
puntualmente, detenernos en aquellos actos que cobran una fuerza
particular con la institución del Leviatán.
En el estado de naturaleza, cada hombre juzga de acuerdo con su
parecer, pero en la sociedad civil, deben establecerse criterios
válidos sobre los significados para todos por igual, y esto implica
establecer un cierto pacto, un cierto consenso que permitirá la
comunicación y el cultivo de la paz. Como la experiencia y el
parecer de cada hombre es individual y singular, será necesario un
árbitro que dirima los conflictos y juzgue lo que es correcto:
(…) las palabras bueno, malo y
despreciable son siempre usadas en relación con la persona que las
usa, no habiendo nada simple y absolutamente tal, ni regla alguna
común del bien y del mal que pueda tomarse de la naturaleza
de los objetos mismos, sino de la persona del hombre (allí donde no
hay República) o, (en una República) de la persona que la
representa, o de un árbitro o juez, a quien hombres en desacuerdo
eligen por consenso, haciendo de su sentencia la regla. (Hobbes,
2004: 75)
A partir de la institución del soberano con la creación de la
República, este concentra el poder y decide por sobre sus súbditos,
quienes le deben obediencia: “La obligación fundamental que los
individuos contraen sobre la base de este acuerdo es la
característica del pactum subiectionis, es decir, la
obligación de obedecer todo aquello que ordene el detentador del
poder” (Bobbio, 1991: 76). De esta manera, toda orden se transforma
en acto realizativo, al ser respaldada la palabra por la amenaza de
la espada.
Mientras tanto, el súbdito debe obedecer todos los mandatos, esta es
la obligación adquirida mediante sus “palabras expresas, autorizo
todas sus acciones (…) la
obligación y libertad del súbdito deben derivarse o bien de esas
palabras (o de otras equivalentes) o bien del fin aparejado a
la institución de la soberanía, a saber: la paz de los súbditos
entre sí, y su defensa frente a su enemigo común” (2004: 199). La
única orden que puede un súbdito rehusar es la de atentar contra su
propia vida, ya que sería ir contra la conservación de esta, y
contra la ley natural. El resto de las libertades de los súbditos
dependen del silencio de la ley, es decir, de lo que haya
quedado sin declarar ni prescribir por el propio Leviatán.
El soberano, como vimos, tiene entre sus derechos el de juzgar lo que
considere necesario para la paz. Lo que él realiza con el acto
lingüístico de juzgar, resulta irrevocable. Entre esas cosas está
la de decidir qué doctrinas son convenientes comunicar y de qué se
puede hablar a la multitud de personas, estableciéndose en juez de
lo que puede decirse públicamente y de lo que no (Hobbes, 2004:
170-171).
Esto no significa juzgar lo verdadero y lo falso, puesto que, como ya
hemos señalado en el apartado II, la verdad o falsedad no está en
las cosas, sino en el lenguaje: “El criterio de verdad en el que
Hobbes habrá de fundar sus afirmaciones no podrá consistir en la
correspondencia con la cosa (…) La verdad para el filósofo inglés
no puede verificarse de hecho, solo alcanzará una fundamentación de
derecho, basada en la coherencia racional de las inferencias que
hagamos a partir de los términos convenidos” (Lukac de Stier,
1991: 64).
El soberano no establece juicio sobre la verdad de las proposiciones,
sino sobre lo que es bueno y malo, justo e injusto, es decir, lo que
resulta aceptado o prohibido para el estado, y esto lo hace no a
partir del criterio de lo verdadero o lo falso, sino de aquello que
atente o no contra la paz. Por este motivo, los actos realizativos
del lenguaje que se lleven a cabo en la sociedad civil, no serán
verdaderos o falsos, sino legítimos o prohibidos según el juicio
que imparta el Leviatán (Palacios, 2002: 9).
Por último, otro de los derechos que ejerce el soberano es el de
nombrar sucesores, acto que realiza también a través de la palabra:
“Y para la cuestión (que puede surgir a veces) de quién es el
designado por el monarca reinante para la sucesión y herencia de su
poder, está determinado por sus palabras expresas y testamento, o
por otros signos tácitos suficientes. Por palabras expresas, o
testamento, cuando es declarada por él en el tiempo de su vida, viva
voce o mediante escritura (...)”
(2004: 184).
VI. Lenguaje, sociedad y política: decir, hacer, pactar
Nos preguntamos al comienzo de este trabajo, cuál era la importancia
del lenguaje dentro del sistema hobbesiano, y nos propusimos ponderar
su valor respecto de la concreción de la sociedad civil.
Hemos observado que para Hobbes, el lenguaje permite al hombre
expresar, comunicar, enseñar, declarar sus pensamientos y pasiones.
Claro que para que esto suceda, se da, en primera instancia, el mero
registro y recuerdo que permiten las marcas, que nacen de la
particularidad de la experiencia de cada hombre. Luego, en la
necesidad de ser socializadas, se transforman en signos, pasaje que
estabiliza las múltiples significaciones que puede tener un nombre
(debido a que en la experiencia particular la relación entre los
nombres y aquello que designan es arbitraria y está el significado
colmado de subjetividad), para llegar a un cierto consenso que
permita la comunicación y posibilite la comprensión entre los
hombres. Señala Palacios:
(…) según la concepción hobbesiana del lenguaje que proponemos,
hay un acuerdo convencional anterior al pacto político. A través de
este acuerdo convencional se fija un juego de significados del
lenguaje, que garantiza un mínimo de comprensión. Qué forma tiene
este acuerdo convencional lingüístico o cómo sucedería
exactamente, es algo que Hobbes no aclara y define de manera vaga en
beneficio de la brevedad. (…) este acuerdo pre-político implica la
posibilidad y la voluntad de utilizar marcas e intercambiarlas con
otros, para compartir nuestros pensamientos con otros individuos o
interactuar de alguna manera con los pensamientos ajenos,
subordinando nuestro derecho a utilizar marcas privadas, al beneficio
de ceñirnos a significados compartidos. Es, por tanto, un estadio
que presupone la conformación de una comunidad de individuos ligados
por la voluntad de comunicarse y decididos a ceñirse de manera
momentánea o eventual (puesto que dura mientras lo juzguemos
beneficioso) a ciertas reglas de uso de los signos comunes. Este
acuerdo impone una ley lingüística que regula la utilización de
los nombres y fija un juego de significados. (2001: 73)
Así, el lenguaje como herramienta social, permite enseñar lo
conocido a otros, hacer ciencia, pero también algo más fundamental:
salir del estado de guerra en el que los hombres viven para pactar en
pos de la conservación de la vida y la paz. Ese pacto se realiza por
medio de la declaración expresa de la renuncia a los derechos,
transfiriéndolos a un tercero que será el soberano, quien se
estatuye en juez y garantía del cumplimiento de los pactos
realizados en el marco del Leviatán.
Pero no solo el lenguaje posibilita la comunicación y la paz, sino
que su mal uso, aumenta la confusión entre los hombres (con las
metáforas, con los nombres mal definidos, con el engaño y la
mentira), provoca los pleitos, y hasta sirve para persuadir e
insuflar en las cabezas de los hombres las ideas de traición y
sedición: “Esta
pragmática mínima, es insuficiente para garantizar la paz. Nos
permite entender al otro, pero también nos permite insultarlo,
injuriarlo, disputar con él, aumentar las causas de conflictos y
utilizar el lenguaje para generar desacuerdo y mantener la discordia
que reina en el Estado de Naturaleza” (Palacios, 2001: 73-74).
Para evitar
la proliferación de este mal uso del lenguaje en el estado de
naturaleza, es necesario usar el lenguaje para la ayuda mutua, es
decir, para alcanzar un consenso que le permita al hombre vivir en
paz. Así nace el Leviatán, del cual el lenguaje es condición de
posibilidad.
Como podemos observar, las relaciones sociales y políticas del
Estado están apoyadas sobre los actos de lenguaje. El lenguaje en
Hobbes es condición necesaria para que exista el Estado, para dar
vida al Leviatán. El hombre crea al Leviatán con la palabra, y su
palabra es acto, al enunciarla para realizar el pacto. En la
Introducción del Leviatán,
Hobbes hace una reflexión sobre la naturaleza y lo artificial,
equiparando, a nuestro entender, al hombre con Dios y a la palabra
humana con la divina: ambos han dado vida a su creación por medio de
la palabra, uno en un orden natural, el otro en un orden artificial:
La Naturaleza (Arte con el cual Dios ha hecho y gobierna el mundo) es
imitada por el Arte del hombre en muchas cosas y, entre otras, en la
producción de un animal artificial. (…) Pero el Arte va aún más
lejos, imitando la obra más racional y excelente de la naturaleza
que es el hombre. Pues mediante el Arte se crea ese gran
Leviatán que se llama una república o Estado (Civitas en
latín), y que no es sino un hombre artificial, aunque de estatura y
fuerza superiores a las del natural, para cuya protección y defensa
fue pensado. Allí la soberanía
es un alma artificial
que da fuerza y movimiento al cuerpo entero (…), los pactos
y convenios, mediante los cuales
se hicieron, conjuntaron y unificaron en el comienzo las partes del
cuerpo político, se asemejan a ese Fiat o
al hagamos el hombre pronunciado
por Dios en la Creación.4
(Hobbes, 2004: 39-40).
Recordemos que en el Cap. IV, Hobbes da un origen divino al lenguaje,
herramienta que el hombre utiliza para nombrar el mundo hasta el
acaecimiento de Babel. Para Hobbes, el lenguaje
es la más noble y beneficiosa invención de todas (2004: 54).
Dentro de su sistema, el lenguaje es capaz de hacer realidad, de
volver en acto un estado de cosas. ¿Cuál es, entonces, el acto
fundamental del lenguaje en el Leviatán? El
acto fundamental de lenguaje es el pacto. ¿Y por qué resulta tan
importante este acto para Hobbes? Porque
la palabra tiene el poder de crear las condiciones para la
paz.
Pensemos, entonces, si no es esto darle un lugar central al lenguaje
dentro de la teoría política del Leviatán.
VII. Bibliografía
Austin,
John (1998). Cómo
hacer cosas con palabras,
Barcelona: Paidós.
Bertman,
Martin (1978). “Hobbes and Performatives”, en Crítica.
Revista hispanoamericana de filosofía,
vol. X, n. 30, diciembre, págs. 41-53.
Bobbio,
Norberto (1991). Thomas
Hobbes,
Barcelona: Paradigma.
Costa,
Margarita (1995). “Aportes de Hobbes y Locke a la filosofía del
lenguaje”, en La
filosofía británica en los siglos XVII y XVIII. Vigencia de su
problemática,
Buenos Aires: Fundec.
Hobbes,
Thomas (2003). Leviatán,
Buenos
Aires: Losada, trad. Antonio Escohotado y Prólogo de Carlos Moya.
Jiménez
Castaño, David (2011). “Lenguaje, ciudadanía y concordia racional
en Thomas Hobbes”, Tesis Doctoral presentada en la Universidad de
Salamanca, en Repositorio
Gredos,
disponible
en
http://gredos.usal.es/jspui/bitstream/10366/108985/1/DFLFC_Jimenez_Casta%C3%B1o_D_LenguajeCiudadania.pdf
Lukac de
Stier, María, L. (1991). “Lenguaje, razón y ciencia en el sistema
hobbesiano”, en Diánoia,
Buenos Aires, págs. 61-69.
Palacios,
Víctor (2002). “El
consenso eventual en Thomas Hobbes”, ponencia de las II Jornadas
Wittgenstein, Grupo de Acción Filosófica, del 2 al 4 de diciembre,
acta disponible en
http://www.accionfilosofica.com/jornadas/jornada.pl?id=1
Palacios,
Víctor (2001). Lenguaje
y pacto en Thomas Hobbes,
Buenos Aires: Prometeo.
1Margarita
Costa define al lenguaje privado en Hobbes como un primer momento
del lenguaje, que pasará luego de un estadio particular e
individual a un estadio social, en el que el lenguaje es usado para
comunicar, para enseñar: “En el Leviatán, Hobbes
menciona como primer uso del lenguaje el registrar nuestros propios
pensamientos, es decir, traducir nuestro discurso mental al verbal.
En este contexto los nombres funcionan como marcas o señales, las
cuales constituyen lo que hoy en día llamaríamos un lenguaje
privado” (Costa, 1995: 8)
2Incluso,
algunos han visto en Hobbes un antecesor de la moderna filosofía
del lenguaje. Se han ocupado de la relación entre la teoría del
lenguaje de Hobbes y la de los actos de habla de Austin autores como
I. Hungerland, G. R. Vick y E. Rabossi, H. Warrender, M. Bertman,
Y. Zarka y A. Robinet.
3A
partir de este aspecto se comprende el interés de Hobbes por
resaltar los abusos del lenguaje, entre ellos el usar nombres
erróneos, que equivaldría a mentir. Al hacer una promesa, si el
que promete -o como dice Palacios, el que pacta- lo hace sin la
intención de cumplir con esa promesa/pacto, el acto realizativo
sería insincero, lo que haría al acto, según Austin,
desafortunado pero no nulo. El incumplimiento de las condiciones
para que se haga efectiva la promesa al incurrir en una mentira,
preocupa a Hobbes porque esto debilita el pacto necesario para
conservar la vida y establecer la paz.
4El
destacado nos pertenece.
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