jueves, 3 de marzo de 2016

Decir, hacer, pactar: El rol del lenguaje en el Leviatán de Thomas Hobbes

I. Introducción
Thomas Hobbes, filósofo inglés profundamente aquejado por la crisis política en que le tocó vivir, escribe el Leviatán (1651), quizá su obra política de mayor relevancia, como un gran tratado acerca de las cuestiones que más le preocuparon: la unidad del Estado, amenazada por enfrentamientos religiosos y luchas de poder, y el peligro terrible de la guerra civil, en la que se pone en riesgo nada más y nada menos que la propia vida. Explica Norberto Bobbio:
Hobbes está obsesionado por la idea de la disolución de la autoridad, (...) por la disgregación de la unidad del poder, destinada a producirse cuando se empieza a sostener que el poder ha de ser limitado; dicho brevemente, por la anarquía, que es el regreso del hombre al estado de naturaleza. El mal al que más teme (…) no es la opresión, que deriva del exceso de poder, sino la inseguridad, que por el contrario deriva del defecto de poder. Ante todo la inseguridad en la vida, que es el primum bonum, y luego la inseguridad de los bienes materiales, y finalmente también la inseguridad de aquella poca o mucha libertad que a un hombre se le ha concedido disfrutar en la sociedad. (Bobbio, 1991: 52-53)
Estas inquietudes son tematizadas en el Leviatán, obra que se centra en la constitución de la República a partir de un pacto entre los hombres, el cual les garantiza, a partir de la renuncia y transferencia de sus derechos al soberano, la protección de este, quien por su concentración de poder es capaz de hacer efectiva la paz.
En el enorme edificio conceptual que es la obra de Hobbes, en el que sobre un concepto o definición se va apoyando el siguiente, para poder arribar a las nociones políticas, el autor parte de lo que se llama la Teoría antropológica. Si el gran Leviatán o Estado está conformado por el hombre, primero es necesario saber qué es y cómo vive este. Entre los aspectos estudiados, además de los sentidos, la imaginación, la razón, las pasiones, etc., encuentra su lugar el lenguaje.
Pero consideramos que el lenguaje en el gran sistema hobbesiano no tiene un lugar anecdótico o marginal, sino que constituye uno de los puntos de apoyo más fuertes, para la construcción de su teoría política. Señala Hobbes, en el Cap. IV del Leviatán, que el lenguaje nos permite una serie de operaciones “sin lo cual no habría existido entre los hombres ni república, ni sociedad, ni contrato, ni paz ni ninguna cosa que no esté presente entre los leones, osos y lobos” (2004: 54); es decir, sin lenguaje no hay pacto, no hay república, ni paz, no hay posibilidad de escapar del terrible estado de naturaleza.
¿Por qué ocuparse entonces del lenguaje? Porque el lenguaje es lo que permite al hombre distinguirse del resto de los animales, le permite formar una sociedad civil que pueda alcanzar la paz y la concordia, y es una de sus herramientas para lograrlo.
Pero no solo el lenguaje es condición para la paz, sino también, que puede avivar la guerra. Tiene la propiedad de establecer acuerdos pero también de insuflar las malas pasiones y el poder de atentar contra la estabilidad de la autoridad, es decir, del Estado. Por eso es necesario estudiarlo, por eso se detiene Hobbes a analizar qué es el lenguaje, sus usos y las formas del recto lenguaje: los procesos que a partir del lenguaje nos conducen a apartar las opiniones vanas del discurso razonable y bien fundado, esto es, distinguir la opinión de la ciencia, ya que el mal uso del lenguaje puede traer consecuencias tremendas como la sedición y la disolución del estado. Explica Bobbio:
A Hobbes le impulsa a filosofar la turbación que en él suscita el peligro de la disolución del estado, porque está convencido de que la mayor causa de los males ha de buscarse en la cabeza de los hombres, en las falsas opiniones que éstos tienen o que reciben de malos maestros sobre lo que es justo e injusto, sobre los derechos y sobre los deberes, respectivamente, de los soberanos y de los súbditos. Uno de los temas constantes en las tres obras políticas es la condena de las opiniones sediciosas consideradas como la causa principal de los desórdenes. (1991: 55)
Es por eso que nos hemos propuesto, en este trabajo, analizar el rol del lenguaje dentro del sistema político hobbesiano del Leviatán, y ponderar su importancia para la concreción de la sociedad civil, que consideramos es central, sobre todo en lo que concierne al pacto que posibilita el pasaje del estado de naturaleza a la sociedad civil.
Para alcanzar dicho objetivo, expondremos las ideas principales que Hobbes sostiene sobre el lenguaje en el Cap. IV del Leviatán, observando su composición, sus usos y abusos, y la forma en que permite al hombre recordar y transmitir ideas mediante las marcas y los signos. A partir de estos conceptos observaremos las características del lenguaje y su importancia para el estado de naturaleza, para luego dedicarnos en profundidad al rol del lenguaje en el pacto, a partir del cual se da el pasaje a la sociedad civil. Por último, nos detendremos a considerar de qué manera actúa el lenguaje en la sociedad civil dentro de la teoría hobbesiana y su carácter realizativo, dentro de un marco de legalidad instaurada por el propio soberano.


II. Origen y características centrales del lenguaje para Hobbes
En el Cap. IV del Leviatán, Hobbes dedica un espacio para la reflexión sobre el lenguaje. En este capítulo explica que el lenguaje “consiste en nombres o apelaciones y en su conexión, mediante las cuales, los hombres registran sus pensamientos, los recuerdan cuando han pasado y se los declaran también unos a otros para utilidad mutua y conversación” (2004: 58).
Como hemos señalado, Hobbes procede de una manera cautelosa al momento de dar definiciones, pues intenta evitar los equívocos que producen las malas definiciones y los vanos edificios construidos sobre ellas, los cuales darán por resultado grandes absurdos que arrastran a error a los hombres. Es por ello que a lo largo del capítulo desmenuzará la definición ocupándose de cada uno de los términos allí utilizados, analizando sus características, implicancias y consecuencias: los nombres y las apelaciones, su conexión, el registro del pensamiento o recuerdo y la declaración de estos.
Antes de ocuparnos de esto, es necesario referir cuál es el origen del lenguaje para el filósofo. Hobbes atribuye al lenguaje un origen divino: Dios, autor del lenguaje, instruyó a Adán en su uso para que nombrara todo lo existente, pero además, este último agregó nombres para las nuevas cosas que le iba presentando la experiencia. Este lenguaje, bastante copioso, fue perdido por el hombre cuando Dios lo castiga en el episodio de la torre de Babel por su rebelión. Según Palacios:
Este relato funciona como una justificación del estado actual del lenguaje a la vez que salva su origen divino. […] A partir de la caída de la Torre de Babel sucedieron dos cosas. Por un lado, se perdió la lengua adánica y, por el otro, dice Hobbes, los hombres se dispersaron por distintas partes del mundo, como consecuencia del castigo divino contra la soberbia humana. (2001: 15)
El lenguaje, entonces, pasa a tener un doble origen: es, por un lado, creación divina, pero por el otro, creación artificial del hombre, como señala Margarita Costa: “Superado el momento teológico-adánico del lenguaje, nos encontramos con la plena capacidad de imponer nombres a las cosas como un atributo específicamente humano” (Costa, 1995: 4).
Volvamos a la definición de lenguaje planteada por Hobbes en el Cap. IV. En ella dice que el lenguaje consiste en nombres o apelaciones. Los nombres pueden ser propios y singulares o comunes a varias cosas, que serán señalados como universales. Los universales pueden contener en sí a universales menores o comprenderse unos a otros, y además, no implican una sola palabra sino que pueden ser un circunloquio, más de una palabra juntas. Estos nombres nos posibilitan el reconocimiento de las causas que imaginamos y las transforma en apelaciones, es decir, nos permiten registrar y recordar las causas descubiertas para avanzar en el entendimiento ahorrando esfuerzos.
Estos nombres y apelaciones se conectan para rememorar las consecuencias de causas y efectos. La manera en que estos se conectan traerá como consecuencia la verdad o falsedad de la proposición, es decir, que “la verdad consiste en el orden correcto de los nombres en nuestras afirmaciones” (Hobbes, 2004: 62), por lo que “verdad y falsedad son atributos del lenguaje, no de las cosas” (Hobbes, 2004: 62).
Quien busque la verdad, debe según Hobbes, recordar aquello a lo que refiere exactamente cada uno de los nombres utilizados y situarlo respecto de ello en su discurso, así es como cobran importancia las definiciones. Estas nos permiten establecer el significado de las palabras para poder alcanzar el conocimiento. Aquel que se base en definiciones erróneas incurre en el primer abuso del lenguaje, que genera principios falsos que no posibilitan el conocimiento científico.
Pero, ¿por qué es necesario buscar la significación precisa de los nombres, sin la cual no habría ciencia? Esto sucede porque según Hobbes, los nombres tienen una significación inconstante, varían de acuerdo con la experiencia de cada hombre y según cómo este haya concebido las cosas que luego recordará. Esta diferencia en la recepción de las cosas está dada por los prejuicios y las diferentes constituciones corporales, que entran en relación con nuestras pasiones. La disposición y el interés del hablante influyen en el significado de las palabras, es este quien pone su carga de subjetividad en el significado. Explica Hobbes en el Cap. VI del Leviatán:
(…) las palabras bueno, malo y despreciable son siempre usadas en relación con la persona que las usa, no habiendo nada simple y absolutamente tal, ni regla alguna común del bien y del mal que pueda tomarse de la naturaleza de los objetos mismos, sino de la persona del hombre (allí donde no hay República) o, (en una República) de la persona que la representa (…). (2004: 75)
Por otro lado, Hobbes otorga un matiz pragmático muy fuerte al lenguaje: “El uso general de la palabra consiste en transformar nuestro discurso mental en discurso verbal” (2004: 59). De hecho, hacia el final de la definición, describe dos objetivos precisos del lenguaje, y agregará luego cuatro usos especiales. El primer objetivo o finalidad es registrar las consecuencias de nuestros pensamientos, es decir, generar una huella que permita recordar, reponer, lo que la distracción o el tiempo tiende a borrar. Así el primer uso es “servir como marcas o notas de rememoración” (Hobbes, 2004: 59). El segundo objetivo del lenguaje es comunicar, es decir, “indicar (por su conexión y orden) lo que unos y otros conciben o piensan de cada asunto, y también lo que desean, temen o es objeto de alguna otra pasión suya” (Hobbes, 2004: 59). Esta finalidad implica ya un uso compartido del lenguaje, en el que “los nombres se denominan signos (Hobbes, 2004: 59). Para Hobbes (2004: 77), la razón, que es el cálculo de las consecuencias de los nombres generales convenidos, pasando de una consecuencia a otra, “caracteriza” el pensamiento cuando usa las marcas, es decir, cuando se hace un uso individual y particular del lenguaje, y “significa” cuando usa los signos, para demostrar o probar los cálculos a otros, es decir, cuando se hace un uso público o social del lenguaje.
Recordar (registrar, memorizar) y comunicar (expresar) son los dos objetivos del lenguaje. A partir de estas finalidades propone cuatro usos: a) registrar las causas de alguna cosa presente o pasada descubiertas por el pensamiento; b) mostrar a otros el conocimiento alcanzado, ya sea enseñando o aconsejando; c) expresar a otros nuestra voluntad y propósitos para gozar de ayuda mutua; y d) deleitarnos y satisfacernos a nosotros y a otros con el juego de las palabras y ornamentos (Hobbes, 2004: 59).
A estos cuatro usos correspondan cuatro abusos, que serán fundamentales para comprender luego cuáles son los equívocos en que cae el hombre y que hacen peligrar su seguridad (ya sea por fomentar el estado de guerra o por atentar contra la paz): Al uso a) corresponde el abuso de registrar mal aquello que hayan creído conocer con el pensamiento, y esto sucede por una inconstancia en la significación de las palabras; al uso b) corresponde el uso metafórico de las palabras, es decir, darle un significado distinto de aquel para el que fueron ordenadas, esto produce el engaño a otros; al uso de c) corresponde declarar una voluntad que no es la propia, es decir, mentir; y por último, al uso d) corresponde al uso de las palabras para agraviar a otros (Hobbes, 2004: 59-60).
El lenguaje le permite al hombre, según Hobbes, nombrar las causas de las cosas, recordarlas, encadenarlas, y por medio de la recta razón, conocer; también permite comunicar lo conocido y los propios pensamientos y pasiones. El buen uso o abuso del lenguaje dependerá de lo que el hombre haga con él:
Para concluir, la luz de las mentes humanas está en las palabras claras, pero venteadas primero mediante definiciones exactas y depuradas de ambigüedad. La razón es la senda; el incremento de ciencia, el camino. Y el beneficio de la humanidad, el fin. Al contrario, las metáforas y las palabras ambiguas y sin sentido son como ignes fatui; y razonar sobre ellas es vagar entre innumerables absurdos. Y su fin es el litigio, la sedición o el desdén. (Hobbes, 2004: 72)
Con el buen uso del lenguaje se puede hacer ciencia para mejorar la vida del hombre y alcanzar la concordia; o se puede, con el mal uso y abuso, atentar contra la unidad y la paz por medio de la sedición y el litigio, abonando el estado de guerra.

III. Lenguaje en el estado de naturaleza
El estado de naturaleza hobbesiano es un estado en el que los hombres son iguales en capacidades y derechos para alcanzar sus fines, que tienden a un fin supremo que es la conservación de la propia vida. Estos derechos para alcanzar sus fines y preservar su vida se ejercen libremente. El problema de esta situación es que el hombre, según Hobbes, tiende a querer lo mismo que el otro, y esto lo pone, por su igualdad de condiciones, en un litigio permanente. En este litigio, triunfa quien logre dominar, por ello, el hombre es un ser que busca el poder y al que su ambición, y temor al poder del otro, lo lleva a convertirse en un lobo para sí y para los otros hombres.
De esta manera, “la condición del hombre (…) es condición de guerra de todos contra todos” (Hobbes, 2004: 133), y esta disputa entre hombres en el estado de naturaleza puede darse por tres motivos: por competición, por inseguridad y por gloria. En el tercer caso, los hombres se alzan contra otros hombres por reputación, y usan a la palabra (tomada como signo de subvaloración) o las opiniones divergentes a las suyas, como excusa para ejercer la violencia contra los otros, y defender su reputación, ganar más y por ende, obtener más poder: “La reputación de poder es poder, porque trae con ella la adhesión de quienes necesitan protección” (Hobbes, 2004: 100). En su afán de poder, el hombre usa el lenguaje como un signo, ya sea para detentar poder o para ganarlo. Entre estos usos, Hobbes (2004: 100-104) señala la elocuencia como muestra de poder; y la súplica, la alabanza, el hablar con consideración, el solicitar consejo, como formas de honrar a otro, y por ende, formas de reconocer y otorgar más poder. Señala Bobbio: “El énfasis que Hobbes le presta a la vanagloria entre las pasiones generadoras de disputas deriva del hecho de considerarla como la manifestación más visible del deseo de poder. En realidad, lo que impulsa al hombre contra el hombre es el deseo insaciable de poder” (1991: 66).
Estos usos del lenguaje, dice Hobbes, existen tanto en el estado de naturaleza como en el civil, aunque en este último, bajo la decisión del soberano, se dan otras formas distintas. Pero a los usos corresponden abusos, advertidos por el filósofo inglés, sobre todo en el Cap. XI, que avivan el estado de guerra de todos contra todos, ya que inducen a los hombres a error; por ejemplo, esa elocuencia y adulación lleva a los hombres a confiar ya que parecen sabiduría y bondad, y al confiar, se pone a merced de la voluntad del otro. También ignorar el significado de las palabras induce al hombre a confiar en una verdad que desconoce, y aceptar los nombres puestos a las cosas en un lenguaje privado1 como una opinión general (olvidando que el significado de los nombres varía de acuerdo con cada experiencia particular), lo hace incurrir en error. Por otro lado, la persuasión del lenguaje es un gran peligro para Hobbes, ya que los hombres pueden ser persuadidos por otro para cometer actos terribles, incluso, la sedición estando ya en un estado civil.
Como vemos, el lenguaje en el estado de naturaleza, usado libremente y atravesado por el deseo de poder genera más litigios, dominación, peligro.
¿Cómo protegerse entonces en el estado de naturaleza de los otros? ¿Cómo superar el miedo de ser dominado y aniquilado, engañado, abusado no solo por las acciones de los otros, sino también por el mal uso del lenguaje?
Según Costa, la necesidad de salir de ese estado de terror permanente empujó a los hombres a hacer un uso social del lenguaje, con el fin de poder comunicarse y ayudarse mutuamente:
Es comprensible que el hombre en estado de naturaleza sienta esa urgencia, pues si cada uno permanece aislado en el temor a los demás, encerrado en la subjetividad de su discurso mental y las 'marcas' que ha inventado para retenerlo y evocarlo para sí mismo, nunca podrá liberarse de esa existencia "solitaria, pobre, desagradable, brutal y breve". Es decir, cuando la razón, engendrada por el lenguaje, les dicta a los hombres la necesidad de asociarse, algunas marcas comienzan a funcionar como signos para que ellos puedan comunicarse unos a otros, en primer lugar, el terrible temor compartido a una muerte violenta. Esto parece lógicamente previo a la transmisión de conocimientos propiamente dichos. (…) como Hobbes considera que es la razón, 'unida a la pasión', la que lleva a los hombres a pactar, y como el lenguaje es anterior a la razón, debe existir necesariamente alguna forma perentoria de comunicación, es decir, algunas marcas deben transformarse en signos y su enlace en discurso verbal intersubjetivo o público ya en el estado de naturaleza. (Costa, 1995: 9)
Para Hobbes, la razón dicta ciertas leyes naturales que sugieren al hombre ciertas prohibiciones con el objetivo de conservar la vida. La más fundamental es que todo hombre debe buscar la paz y seguirla, y con ello, defender su vida. Para eso, una segunda ley establece que es necesario transferir el derecho a hacer lo que cada uno quiera a otro para garantizar la paz. Para eso el hombre necesita acordar con los otros hombres y pactar para poder salir del estado de naturaleza, pero el problema de las leyes naturales que disponen a la paz, en estado de naturaleza, es que no tienen una garantía de cumplimiento efectivo sin un poder coercitivo, ya que cada hombre es libre de hacer lo que quiera, y por ende, de incumplir esas leyes sin castigo alguno.
Por eso, ningún tipo de observancia de la regla (ley natural) tiene garantía de ser beneficiosa, ya que no hay poder que respalde su cumplimiento efectivo, y solo obligan el cumplimiento en fuero interno (Bobbio, 1991: 175-176), y al que la cumpliera, lo arrojaría de alguna manera a merced de su enemigo. Explica Bobbio: “Para fundar una sociedad estable es necesario estipular un acuerdo preliminar establecido para crear las condiciones de seguridad de cualquier acuerdo posterior. Sólo este acuerdo preliminar hace salir al hombre del estado de naturaleza y funda el estado” (1991: 75).
Es necesario, entonces, pactar para salir del estado de naturaleza. Y pactar es también, y fundamentalmente, una cuestión de lenguaje.

IV. Lenguaje y pacto
Para poder pactar se debe renunciar a un derecho. Esta renuncia posibilitará lo que Hobbes llamará “pacto”, y que se da cuando uno de los contratantes entrega lo pactado, mientras que permite al otro cumplir con su parte en un tiempo posterior (Hobbes, 2004: 135). Para que esto suceda es necesario, primero, hacer el contrato, que implica, como dijimos, una renuncia de los derechos. Hobbes lo define, en el Cap. XIV del Leviatán, de la siguiente manera:
La forma en que un hombre renuncia simplemente, o transfiere su derecho, es una declaración o significación por algún signo o signos, voluntarios y suficientes, de que así renuncia o transfiere, o ha así renunciado o transferido lo mismo a aquel que lo acepta. Estos signos son o solamente palabras, o solamente acciones, o, (como con más frecuencia ocurre) tanto palabras como acciones (…). (2004: 134)
Según esta definición del contrato, el lenguaje es “El vehículo que pone de manifiesto las intenciones puestas en juego al pactar (...) El lenguaje se convierte así en una condición necesaria del pacto. (…) la esencia del Pacto es la manifestación de la voluntad de transferir un derecho, y el medio que se utiliza para ello es definido por Hobbes como lenguaje” (Palacios, 2001: 10).
De esta manera, el lenguaje es la herramienta por la cual se hace posible el pacto, y que permitirá acordar con los otros hombres para conseguir la paz. La celebración del pacto coincide, según Palacios, con el tercer uso del lenguaje definido por Hobbes en el Cap. IV, en el sentido en que se busca transmitir los pensamientos, expresarlos, para conseguir ayuda mutua. Expresar la voluntad de hacer el pacto es ayudarse mutuamente para la paz. A su vez, señala que a este tercer uso corresponde el tercer abuso, en el que “deberá darse en el incumplimiento una mentira o contradicción al manifestar la voluntad de pactar y no pactar. El incumplimiento es una especie de contradicción respecto de la voluntad de pactar” (Palacios, 2001: 13).
Pactar es propiedad exclusiva de los hombres, y esto los distingue de los animales. ¿Por qué esto es así, según Hobbes? Porque las criaturas vivientes no tienen, como el hombre, “palabra mediante la cual pudiera una significar a otra lo que considera oportuno para el beneficio común” (2004: 165), ni tienen “ese arte de las palabras mediante el cual pueden unos hombres representar a otros lo bueno con el viso de la maldad, y la maldad con el viso de lo bueno, y aumentar o disminuir la grandeza aparente de la bondad y la maldad, creando descontento y turbando la paz de los hombres caprichosamente” (2004, 166), esto es, la capacidad de engañar y mentir, lo que hace necesario el pacto. Por otro lado, tampoco puede el hombre hacer pacto con animales, porque carecen de un lenguaje común, compartido, para comprender lo que significa la traslación de derechos, ni tampoco con Dios, porque como él no nos habla directamente, no podremos saber si nuestro pacto es aceptado o no, excepto si lo hacemos con un mediador que hable por él (Hobbes, 2004: 139). El pacto está ligado, entonces, profundamente, con la cuestión de lenguaje.
El lenguaje concebido por Hobbes, sobre todo en vinculación al pacto, es un lenguaje que instaura realidad. Algunos comentaristas2 han visto en su uso respecto del pacto, una cercanía entre Hobbes y J. Austin, a partir de su concepción de los actos realizativos. Para Austin, las expresiones realizativas o performativas “no son obviamente expresiones lingüísticas que podrían calificarse de 'verdaderas' o 'falsas'. (…) diríamos que al decir estas palabras estamos haciendo algo: a saber, asumir un cargo y no dando cuenta de algo (…)” (Austin, 1998: 54). Para que el enunciado se transforme en lo que Austin llama acto realizativo del lenguaje, es necesario que se dé en ciertas condiciones o circunstancias que puedan garantizar su cumplimiento efectivo, por ejemplo, que se pronuncien las palabras apropiadas, de la manera apropiada, ante la persona apropiada, en algunos casos complementando lo que se enuncia con ciertas acciones particulares y también llevando a cabo ciertas acciones mentales determinadas (Austin, 1998: 49-50).
Este concepto de acto realizativo nos permite echar luz sobre la concepción de los pactos en Hobbes, sobre todo para comprender por qué hay pactos que no son válidos en el estado de naturaleza y por qué el pacto del pasaje a la sociedad civil necesita de condiciones particulares para poder cumplimentarse efectivamente. Analizaremos esto con detenimiento.
Los principales actos realizativos mencionados por Austin y que resultan centrales para el Leviatán son ordenar, declarar, aconsejar, designar, juzgar, pero sobre todo prometer. Dice Hobbes en el Cap. XIV que todo contrato es una promesa, ya que, como vimos, uno de los pactantes se compromete a entregar al otro un beneficio en un tiempo futuro. Y agrega, además, que toda promesa es obligatoria, por su estatuto de contrato. En estado de naturaleza, el pacto puede romperse, ya que las condiciones para que este sea un acto realizativo efectivo, no están dadas, pues no hay garantía (poder coercitivo) que respalde dicha promesa:
Si se hace un pacto en el que ninguna de las partes cumple de momento, sino que confía en la otra, en la condición de mera naturaleza (que es condición de guerra de todo hombre contra todo hombre) es, ante la menor sospecha razonable, nulo. (…) los lazos de la palabra son demasiado débiles para frenar la ambición, avaricia, ira y otras pasiones del hombre, cuando falta el temor a algún poder coercitivo, que no hay posibilidad alguna de suponer en la condición de mera naturaleza, donde todos los hombres son iguales y jueces de la justicia de sus propios temores. Y por tanto, aquel que cumple primero no hace más que entregarse a su enemigo (…). (Hobbes, 2004: 138)
Como vemos, la palabra no alcanza para hacer efectivo el pacto, ya que es débil para sujetar a los hombres al cumplimiento de los pactos, que de ser así resultarían “palabras huecas”, según el filósofo. Es necesario, entonces, crear un marco que garantice el cumplimiento efectivo, y este se producirá mediante la introducción de un tercero en el pacto, que concentre el poder de hacerlo cumplir, pero sin ser él mismo objeto de la obligación;
La única manera de constituir un poder común es que todos consientan en renunciar al propio poder y en transferirlo a una sola persona (sea ésta una persona física o una persona jurídica, como por ejemplo, una asamblea), que de ahí en adelante tendrá tanto poder como sea necesario para impedirle al individuo que ejercite su propio poder con daño para los demás. (Bobbio, 1991: 74)
De esta manera, cada hombre pactará con cada hombre en ceder sus derechos a un tercero: el soberano, quien será la cabeza del Leviatán. Este tendrá todo el poder en sí mismo de hacer cumplir los pactos, y a partir del pacto primero, funda el marco institucional del Estado para hacer cumplir el resto de los actos realizativos. Lo que legitima este primer acto realizativo del lenguaje es el propio acto fundante del gran Leviatán. Víctor Palacios, citando a Martin Bertman, lo explica del siguiente modo:
(...) el Soberano hobbesiano crea los actos performativos institucionales con sus actos de habla. Los actos performativos del soberano no sólo actúan un nuevo hecho institucional, sino que lo crean.” En el caso de los actos de habla hobbesianos, el Leviathan crea e instaura arbitrariamente la convención que le da sentido a los actos de habla (…). (Palacios, 2001: 10-11)
Con la autoridad del soberano, llega la garantía de cumplimiento del pacto: la espada pública como poder coercitivo instará a los hombres a cumplir con su palabra, e impartirá castigo a quien incumpla con ella. Con la creación del Estado, y el pasaje del estado de naturaleza a la sociedad civil, la promesa, como acto realizativo, encuentra un marco que haga efectivo su cumplimiento3.

V. Lenguaje en acto: el rol del lenguaje en la sociedad civil
Un vez realizado el pacto, los actos realizativos de lenguaje que se den dentro del marco del Leviatán encuentran su marco institucional para el efectivo cumplimiento: “los actos institucionales por los cuales se instaura la república, o se pacta entre los súbditos acerca de otras cuestiones de interés recíproco dentro de un marco legal, son actos de habla y los hablantes son quienes establecen -por la palabra misma- la validez de dichos pactos” (Costa, 1995: 11).
Los actos realizativos más importantes encuadrados por el Leviatán son: ceder los derechos, acto fundamental que da origen al Estado y que ha sido tratado en el apartado anterior; ordenar (cuyo acto perlocucionario correspondiente es obedecer); juzgar (cuyo acto perlocucionario es acatar); y designar sucesores. Todos estos actos son realizados por el soberano. Lo súbditos también realizan actos performativos: prometen, juran, declaran, etc., pero de ellos nos hemos ocupado en otros apartados, por lo que nos interesa, puntualmente, detenernos en aquellos actos que cobran una fuerza particular con la institución del Leviatán.
En el estado de naturaleza, cada hombre juzga de acuerdo con su parecer, pero en la sociedad civil, deben establecerse criterios válidos sobre los significados para todos por igual, y esto implica establecer un cierto pacto, un cierto consenso que permitirá la comunicación y el cultivo de la paz. Como la experiencia y el parecer de cada hombre es individual y singular, será necesario un árbitro que dirima los conflictos y juzgue lo que es correcto:
(…) las palabras bueno, malo y despreciable son siempre usadas en relación con la persona que las usa, no habiendo nada simple y absolutamente tal, ni regla alguna común del bien y del mal que pueda tomarse de la naturaleza de los objetos mismos, sino de la persona del hombre (allí donde no hay República) o, (en una República) de la persona que la representa, o de un árbitro o juez, a quien hombres en desacuerdo eligen por consenso, haciendo de su sentencia la regla. (Hobbes, 2004: 75)
A partir de la institución del soberano con la creación de la República, este concentra el poder y decide por sobre sus súbditos, quienes le deben obediencia: “La obligación fundamental que los individuos contraen sobre la base de este acuerdo es la característica del pactum subiectionis, es decir, la obligación de obedecer todo aquello que ordene el detentador del poder” (Bobbio, 1991: 76). De esta manera, toda orden se transforma en acto realizativo, al ser respaldada la palabra por la amenaza de la espada.
Mientras tanto, el súbdito debe obedecer todos los mandatos, esta es la obligación adquirida mediante sus “palabras expresas, autorizo todas sus acciones (…) la obligación y libertad del súbdito deben derivarse o bien de esas palabras (o de otras equivalentes) o bien del fin aparejado a la institución de la soberanía, a saber: la paz de los súbditos entre sí, y su defensa frente a su enemigo común” (2004: 199). La única orden que puede un súbdito rehusar es la de atentar contra su propia vida, ya que sería ir contra la conservación de esta, y contra la ley natural. El resto de las libertades de los súbditos dependen del silencio de la ley, es decir, de lo que haya quedado sin declarar ni prescribir por el propio Leviatán.
El soberano, como vimos, tiene entre sus derechos el de juzgar lo que considere necesario para la paz. Lo que él realiza con el acto lingüístico de juzgar, resulta irrevocable. Entre esas cosas está la de decidir qué doctrinas son convenientes comunicar y de qué se puede hablar a la multitud de personas, estableciéndose en juez de lo que puede decirse públicamente y de lo que no (Hobbes, 2004: 170-171).
Esto no significa juzgar lo verdadero y lo falso, puesto que, como ya hemos señalado en el apartado II, la verdad o falsedad no está en las cosas, sino en el lenguaje: “El criterio de verdad en el que Hobbes habrá de fundar sus afirmaciones no podrá consistir en la correspondencia con la cosa (…) La verdad para el filósofo inglés no puede verificarse de hecho, solo alcanzará una fundamentación de derecho, basada en la coherencia racional de las inferencias que hagamos a partir de los términos convenidos” (Lukac de Stier, 1991: 64).
El soberano no establece juicio sobre la verdad de las proposiciones, sino sobre lo que es bueno y malo, justo e injusto, es decir, lo que resulta aceptado o prohibido para el estado, y esto lo hace no a partir del criterio de lo verdadero o lo falso, sino de aquello que atente o no contra la paz. Por este motivo, los actos realizativos del lenguaje que se lleven a cabo en la sociedad civil, no serán verdaderos o falsos, sino legítimos o prohibidos según el juicio que imparta el Leviatán (Palacios, 2002: 9).
Por último, otro de los derechos que ejerce el soberano es el de nombrar sucesores, acto que realiza también a través de la palabra: “Y para la cuestión (que puede surgir a veces) de quién es el designado por el monarca reinante para la sucesión y herencia de su poder, está determinado por sus palabras expresas y testamento, o por otros signos tácitos suficientes. Por palabras expresas, o testamento, cuando es declarada por él en el tiempo de su vida, viva voce o mediante escritura (...)” (2004: 184).

VI. Lenguaje, sociedad y política: decir, hacer, pactar
Nos preguntamos al comienzo de este trabajo, cuál era la importancia del lenguaje dentro del sistema hobbesiano, y nos propusimos ponderar su valor respecto de la concreción de la sociedad civil.
Hemos observado que para Hobbes, el lenguaje permite al hombre expresar, comunicar, enseñar, declarar sus pensamientos y pasiones. Claro que para que esto suceda, se da, en primera instancia, el mero registro y recuerdo que permiten las marcas, que nacen de la particularidad de la experiencia de cada hombre. Luego, en la necesidad de ser socializadas, se transforman en signos, pasaje que estabiliza las múltiples significaciones que puede tener un nombre (debido a que en la experiencia particular la relación entre los nombres y aquello que designan es arbitraria y está el significado colmado de subjetividad), para llegar a un cierto consenso que permita la comunicación y posibilite la comprensión entre los hombres. Señala Palacios:
(…) según la concepción hobbesiana del lenguaje que proponemos, hay un acuerdo convencional anterior al pacto político. A través de este acuerdo convencional se fija un juego de significados del lenguaje, que garantiza un mínimo de comprensión. Qué forma tiene este acuerdo convencional lingüístico o cómo sucedería exactamente, es algo que Hobbes no aclara y define de manera vaga en beneficio de la brevedad. (…) este acuerdo pre-político implica la posibilidad y la voluntad de utilizar marcas e intercambiarlas con otros, para compartir nuestros pensamientos con otros individuos o interactuar de alguna manera con los pensamientos ajenos, subordinando nuestro derecho a utilizar marcas privadas, al beneficio de ceñirnos a significados compartidos. Es, por tanto, un estadio que presupone la conformación de una comunidad de individuos ligados por la voluntad de comunicarse y decididos a ceñirse de manera momentánea o eventual (puesto que dura mientras lo juzguemos beneficioso) a ciertas reglas de uso de los signos comunes. Este acuerdo impone una ley lingüística que regula la utilización de los nombres y fija un juego de significados. (2001: 73)
Así, el lenguaje como herramienta social, permite enseñar lo conocido a otros, hacer ciencia, pero también algo más fundamental: salir del estado de guerra en el que los hombres viven para pactar en pos de la conservación de la vida y la paz. Ese pacto se realiza por medio de la declaración expresa de la renuncia a los derechos, transfiriéndolos a un tercero que será el soberano, quien se estatuye en juez y garantía del cumplimiento de los pactos realizados en el marco del Leviatán.
Pero no solo el lenguaje posibilita la comunicación y la paz, sino que su mal uso, aumenta la confusión entre los hombres (con las metáforas, con los nombres mal definidos, con el engaño y la mentira), provoca los pleitos, y hasta sirve para persuadir e insuflar en las cabezas de los hombres las ideas de traición y sedición: “Esta pragmática mínima, es insuficiente para garantizar la paz. Nos permite entender al otro, pero también nos permite insultarlo, injuriarlo, disputar con él, aumentar las causas de conflictos y utilizar el lenguaje para generar desacuerdo y mantener la discordia que reina en el Estado de Naturaleza” (Palacios, 2001: 73-74).
Para evitar la proliferación de este mal uso del lenguaje en el estado de naturaleza, es necesario usar el lenguaje para la ayuda mutua, es decir, para alcanzar un consenso que le permita al hombre vivir en paz. Así nace el Leviatán, del cual el lenguaje es condición de posibilidad.
Como podemos observar, las relaciones sociales y políticas del Estado están apoyadas sobre los actos de lenguaje. El lenguaje en Hobbes es condición necesaria para que exista el Estado, para dar vida al Leviatán. El hombre crea al Leviatán con la palabra, y su palabra es acto, al enunciarla para realizar el pacto. En la Introducción del Leviatán, Hobbes hace una reflexión sobre la naturaleza y lo artificial, equiparando, a nuestro entender, al hombre con Dios y a la palabra humana con la divina: ambos han dado vida a su creación por medio de la palabra, uno en un orden natural, el otro en un orden artificial:
La Naturaleza (Arte con el cual Dios ha hecho y gobierna el mundo) es imitada por el Arte del hombre en muchas cosas y, entre otras, en la producción de un animal artificial. (…) Pero el Arte va aún más lejos, imitando la obra más racional y excelente de la naturaleza que es el hombre. Pues mediante el Arte se crea ese gran Leviatán que se llama una república o Estado (Civitas en latín), y que no es sino un hombre artificial, aunque de estatura y fuerza superiores a las del natural, para cuya protección y defensa fue pensado. Allí la soberanía es un alma artificial que da fuerza y movimiento al cuerpo entero (…), los pactos y convenios, mediante los cuales se hicieron, conjuntaron y unificaron en el comienzo las partes del cuerpo político, se asemejan a ese Fiat o al hagamos el hombre pronunciado por Dios en la Creación.4 (Hobbes, 2004: 39-40).
Recordemos que en el Cap. IV, Hobbes da un origen divino al lenguaje, herramienta que el hombre utiliza para nombrar el mundo hasta el acaecimiento de Babel. Para Hobbes, el lenguaje es la más noble y beneficiosa invención de todas (2004: 54).
Dentro de su sistema, el lenguaje es capaz de hacer realidad, de volver en acto un estado de cosas. ¿Cuál es, entonces, el acto fundamental del lenguaje en el Leviatán? El acto fundamental de lenguaje es el pacto. ¿Y por qué resulta tan importante este acto para Hobbes? Porque la palabra tiene el poder de crear las condiciones para la paz.
Pensemos, entonces, si no es esto darle un lugar central al lenguaje dentro de la teoría política del Leviatán.

VII. Bibliografía
Austin, John (1998). Cómo hacer cosas con palabras, Barcelona: Paidós.
Bertman, Martin (1978). “Hobbes and Performatives”, en Crítica. Revista hispanoamericana de filosofía, vol. X, n. 30, diciembre, págs. 41-53.
Bobbio, Norberto (1991). Thomas Hobbes, Barcelona: Paradigma.
Costa, Margarita (1995). “Aportes de Hobbes y Locke a la filosofía del lenguaje”, en La filosofía británica en los siglos XVII y XVIII. Vigencia de su problemática, Buenos Aires: Fundec.
Hobbes, Thomas (2003). Leviatán, Buenos Aires: Losada, trad. Antonio Escohotado y Prólogo de Carlos Moya.
Jiménez Castaño, David (2011). “Lenguaje, ciudadanía y concordia racional en Thomas Hobbes”, Tesis Doctoral presentada en la Universidad de Salamanca, en Repositorio Gredos, disponible en http://gredos.usal.es/jspui/bitstream/10366/108985/1/DFLFC_Jimenez_Casta%C3%B1o_D_LenguajeCiudadania.pdf
Lukac de Stier, María, L. (1991). “Lenguaje, razón y ciencia en el sistema hobbesiano”, en Diánoia, Buenos Aires, págs. 61-69.
Palacios, Víctor (2002). “El consenso eventual en Thomas Hobbes”, ponencia de las II Jornadas Wittgenstein, Grupo de Acción Filosófica, del 2 al 4 de diciembre, acta disponible en http://www.accionfilosofica.com/jornadas/jornada.pl?id=1
Palacios, Víctor (2001). Lenguaje y pacto en Thomas Hobbes, Buenos Aires: Prometeo.


1Margarita Costa define al lenguaje privado en Hobbes como un primer momento del lenguaje, que pasará luego de un estadio particular e individual a un estadio social, en el que el lenguaje es usado para comunicar, para enseñar: “En el Leviatán, Hobbes menciona como primer uso del lenguaje el registrar nuestros propios pensamientos, es decir, traducir nuestro discurso mental al verbal. En este contexto los nombres funcionan como marcas o señales, las cuales constituyen lo que hoy en día llamaríamos un lenguaje privado” (Costa, 1995: 8)
2Incluso, algunos han visto en Hobbes un antecesor de la moderna filosofía del lenguaje. Se han ocupado de la relación entre la teoría del lenguaje de Hobbes y la de los actos de habla de Austin autores como I. Hungerland, G. R. Vick y E. Rabossi, H. Warrender, M. Bertman, Y. Zarka y A. Robinet.
3A partir de este aspecto se comprende el interés de Hobbes por resaltar los abusos del lenguaje, entre ellos el usar nombres erróneos, que equivaldría a mentir. Al hacer una promesa, si el que promete -o como dice Palacios, el que pacta- lo hace sin la intención de cumplir con esa promesa/pacto, el acto realizativo sería insincero, lo que haría al acto, según Austin, desafortunado pero no nulo. El incumplimiento de las condiciones para que se haga efectiva la promesa al incurrir en una mentira, preocupa a Hobbes porque esto debilita el pacto necesario para conservar la vida y establecer la paz.

4El destacado nos pertenece.

No hay comentarios:

Publicar un comentario