sábado, 13 de julio de 2013

Decir, nombrar, crear: El poder de la palabra

Y Dios dijo: “Sea la luz”. Y fue la Luz. Y fue también, por medio de la palabra, la creación completa. Es que sólo hizo falta decir y nombrar para que el mundo estuviese allí, completo, rimbombante, con cielo, tierra, agua y seres y todo lo que Dios dispuso que hacía falta que existiera. 
La única herramienta de la que se valió –¿acaso por estar hechos a su imagen y semejanza es que se la debemos? Aunque, ¿quién está hecho a imagen y semejanza de quién?- para crear un mundo fue el lenguaje. El Génesis nos retrotrae, entre otras cosas,  a una idea nodal de nuestra cultura occidental: el poder creador de la palabra.
Este texto fundacional para nuestra sociedad nos acerca a la idea de un Dios creador que es capaz de dar existencia a una realidad, ordenarla y jerarquizarla por medio del lenguaje. Bastó que él dijese “sea” para que las cosas cobraran una entidad, para que toda la humanidad reposase en la simple y tranquilizante idea de que lo que se nombra, tal cual se nombra es, sencillamente, de una existencia clara, bondadosa, divina.
Por fortuna –tal vez- hubo quien desconfió un poco de la pureza de la creación por medio del lenguaje. Y mejor aún, hasta hubo quienes se preguntaron acerca del poder de la palabra al momento de nombrar, de crear una realidad, sobre sus alcances, sobre su pretendida claridad, sobre su cualidad de dar entidad a lo que es.
Así, por los años `50, Jean-Paul Sartre nos habla del poder de la palabra como herramienta develadora del mundo. Curiosamente, totalmente alejado de la idea de un Dios creador padre de nuestros destinos, el pensador francés abanderado del existencialismo, que promueve al hombre como hacedor de su propia vida (y su sociedad), rescata la palabra en su poder creador diciendo que el lenguaje es la herramienta de la que se sirve el hombre para nombrar el mundo. Este “nombrar el mundo” implica dar entidad a una realidad (ya no tan divina y bondadosa) de la que el hombre debe hacerse responsable como su hacedor. Para Sartre decir es dar existencia, tomar conciencia de la cosa, develar el mundo, y en consecuencia, poder hacer algo con él. Es la palabra, por lo tanto, la herramienta de creación que posibilita asir la realidad para cambiar aquello que se deba. El lenguaje, para los existencialistas, es una militancia. Decir es hacer. 
Claro que -y esto no está contemplado en el Génesis-, si algo está dicho, es porque hay algo que no se ha dicho aún. Esta deuda saldan los existencialistas cuando asumen que existe una realidad que nadie ha nombrado; sencillamente porque no nos es revelada todavía, o tal vez, porque no queremos asumirla como tal. Decir es elegir de qué queremos hacernos cargo, y en esa elección, como en todas las elecciones, algo queda fuera. Lo no dicho, lo silenciado, es el costado oscuro del que pareciera que ni Dios ni los hombres quisieron hacerse responsables. Nadie habla de lo que le incomoda, perturba o genera una responsabilidad que prefiere eludir.
Es en este punto donde la literatura florece como enredadera y todo lo abarca. Los mundos ficcionales son una forma de hablar de aquello que no se quiere nombrar en el incómodo “mundo real”. Y siguiendo el sendero de la  idea del poder creador de la palabra, un arte cuya herramienta es el lenguaje no puede más que crear, dar existencia, develar algo que es o que podría ser. Una inmensa gama de posibilidades se abre si pensamos en la relación que la literatura mantiene con el mundo: desde la literatura realista canónica y descriptiva que muestra pero no interviene, hasta el realismo de militancia como forma de critica y cambio operando directamente sobre lo real (lo que Sartre llamará “la praxis”); llegando hasta el surrealismo y las corrientes de ruptura que han propuesto la creación de mundos posibles paralelos que sean capaces de abolir o reinventar el mundo referencial en que se insertan sus propios creadores.
Éste último ha sido el caso de dos corrientes artísticas que han formulado un postulado de ideas revulsivo para su época: el Creacionismo y el Invencionismo. Con las palabras “crear” e “inventar” como estandarte, ambos han propuesto una ruptura con el mundo referencial, abriéndonos la puerta hacia un nuevo mundo posible.
Considerado el padre de la corriente creacionista, el poeta chileno Vicente Huidobro escribió en su poema Arte poética: “el poeta es un pequeño Dios”, y sentó con ello las bases de un movimiento que tendría enormes alcances en la forma de concebir la poesía como género. El poeta por medio de la palabra crea la posibilidad de adentrarse en un mundo nuevo, autónomo, donde no rigen las leyes de lo real, sino las propias leyes que el poema como pequeño mundo creado propone. 
¿Pero cómo crear un mundo nuevo con una herramienta que ya creó el mundo existente? Varios fueron los recursos de los creacionistas para dar respuesta a esta necesidad. Insatisfechos con la capacidad expresiva del lenguaje poético que se había fosilizado en métricas fijas y estructuras, lugares comunes y metáforas trilladas, los poetas lo deconstruyen: desarticulan las viejas estructuras y hasta al lenguaje mismo y elaboran imágenes impactantes suprimiendo los nexos lógicos, realizan juegos de palabras sorprendentes, utilizan la distribución gráfica de versos y diversidad de tipografías, alteran la sintaxis y el orden lógico de las palabras e incluso deconstruyen las palabras mismas y reinventan un nuevo lenguaje a modo de collage que genera nuevos sentidos, nuevas percepciones, nuevas ideas. Estos recursos fueron llevados por Huidobro  a su máxima expresión en el libro llamado Altazor donde deja deslizar el nuevo mundo en versos como éstos:

“Al horitaña de la montazonte
la violondrina y el goloncelo (...)
Ya viene la golondía
Y la noche encoge sus uñas como el leopardo
Viene la golonrisa
Y las olas se levantan en las puntas de los pies (...)”

El poema ccreacionista es un nuevo mundo creado donde poeta y lector interactúan bajo reglas propias, autónomamente, sin intervenciones del mundo referencial en que ambos contextualmente están insertos. Para el poeta creacionista la palabra da vida a nuevas realidades y posibilita desnaturalizar nuestro propio mundo; Huidobro lo escribe en estos términos: 

“que el verso sea como una llave
que abra mil puertas. (...)
Cuanto miren los ojos creado sea”

Herederos de esta corriente y creadores del grupo Arturo a mediados del `40, los invencionistas, con Edgar Bayley en literatura y Gyula Kosice en plástica a la cabeza, logran dar un paso más y proponen inventar nuevas formas de decir en las que la palabra y la imagen no sean un reflejo engañoso de las cosas, una ilusión, sino que sean el acto mismo, el Ser; que con la palabra y la imagen se produzca lo real en sí mismo. Idea base de lo que será llamado “Arte Concreto-Invención”. Así, postula Bayley que la poesía no debe cultivar la metáfora, que de una u otra manera sigue vinculada con un referente externo, sino la imagen, que es autónoma y libre. No hay que buscar ni encontrar lo real, sino que hay que inventarlo. Escribe Bayley:

“ella se va sintiéndose llamada / abre este sol su mano extiende / rechazo amor / una quimera (...)
su nombre sabe / nada la oculta / ni destello falaz / tormenta sol / ni la avenida / vuelve a ser furor helada fauce / presagio estrella nacimiento / aplomo y ansiedad / dulzura imprecación testigo / aquí está
para ser de todos modos”.

Más allá de los intentos –duraderos o no- por crear nuevos mundos, lo que siempre pareciera subyacer a la idea de la creación y la existencia es la palabra. Nuestro pensamiento está atravesado por el lenguaje. Poder pensar un mundo implica utilizar la palabra como herramienta, pero ella también parece ser necesaria para crearlo. Tanto para el Génesis como texto fundacional de la creación, como para los existencialistas o los poetas creacionistas e invencionistas, hacer un mundo, crearlo, implica darle entidad por medio de la palabra. En todos los casos, decir es hacer. 
Interpelados por diversos hechos históricos y realidades socioculturales diferentes, todos se vieron con la necesidad de pensar el mundo en que les tocó vivir de una nueva forma, y ello los ha impulsado a re-crear sus realidades.
La palabra tiene un inmenso poder. Crea, pero también destruye. Cada uno de nosotros, quizás, sea un pequeño dios, como lo sugiere Huidobro. Decir, develar, callar, hacer, cambiar, crear son parte de nuestro poder. El asunto es preguntarse qué hacemos con él. Y con nuestras palabras.

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