miércoles, 24 de julio de 2013

Ya no sos mi Margarita...

En la casa de los López nunca había silencio. Decenas de mujeres desfilaban por el taller de la modista cada semana, probando géneros, talles, pinzas, escotes. Los espejos reflejaban un sinnúmero de figuras distintas. Hablaban sin parar contando todo su rosario mientras Marta ajustaba alguna falda o algún ruedo demasiado largo.
A Margarita le encantaba imitarlas. Cuando ya no había nadie, corría al taller de su madre y prendía la radio. Rápidamente, ante sus ojos, nacía un mundo soñado: un sombrero por aquí, un vestido por allá, pañuelo al cuello, unos collares robados a escondidas y alguna cinta para ajustar lo que su pequeñez no sostenía. Jugaba delante del espejo a ser una de ellas.
Al ritmo de algún tango que ondulaba de fondo, taconeaba moviendo torpemente la cadera de un lado al otro del salón. Se aferraba a su cartera haciendo equilibrio y sonreía diciendo: “Adiós, querida”,  inclinando la cabeza en señal de cortesía a cada vecina imaginaria.
Esas horas en el taller eran magníficas. Entre géneros livianos, colores, encajes y bordados, construía una pequeña diva en un mundo de adultos improvisado. Cada tarde rompía corazones, encontraba el amor, mataba pasionalmente, moría de pena, lloraba y reía. Su fantasía era inagotable y poderosa. Margarita era feliz.
Su momento preferido llegaba siempre con ese tango que la nombraba, aunque no lo llegara a comprender del todo. Hablaba del percal, del champagne y de magnates, hasta que el cantor salpicaba su nombre entre los lunares de la seda como un presagio inocente: “Ya no sos mi Margarita…”. Entonces reía. Aunque no entendía por qué. Y cantaba taconeando por la galería: “…ahora te llaman Margot”, levantando su hombrito sugerente, entornando los ojos soñadores.
Pero un día dejó los disfraces y jugó, demasiado enserio, a ser una joven enamorada. Fue cuando descubrió cuán distintas eran las penas de las divas a las tristezas reales. Y frente al espejo del amor consumió, poco a poco, sus fantasías felices. Desde entonces, Margarita nunca volvió a ser la misma. Su silueta se fue volviendo tango, sin saber que pronto le estaría destinado comprender los ecos de su propio nombre.

Cuento de la serie "Los amigos de Pablito Gutiérrez". Para conocer más sobre el proyecto hacé click AQUÍ. Para conocer las obras y al pintor de la serie, Javier Zeba, hace click en su nombre.

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