Apenas un niño, probó escalando muros, trepando a los árboles, conquistando varios techos. Todo con el mismo resultado. Más tarde probó con los rodados, y ya no fue tan vano, descubrió que la velocidad era lo más parecido a volar, aunque con los pies sobre el asfalto. Y cuando no estaba corriendo, era la hamaca el lugar para sus horas: yendo y viniendo… elevándose.
En ese tiempo de columpio, Carlitos era feliz. Una felicidad voluble, escurridiza, que acababa al poner los pies en tierra. Entonces escribía. Decía que era la única forma de seguir elevado. No tuvo amigos, más que su hamaca. Algunos lo habían bautizado el “poeta oscuro”, otros “el niño triste”; su expresión melancólica no le daba tregua, y hasta se apoderaba desgarradoramente de sus versos.
Por ese entonces Pablito solía frecuentar la plaza. Siempre mirando hacia arriba, se divertía enmarcando las copas otoñales de los árboles que se recortaban en el cielo. Le gustaban los pinos, que a pesar de la vejez pasajera de sus pares, seguía verde, siempre verde y jovial en el paisaje celeste. En ese ángulo conoció a Carlitos. Se interpuso entre un abeto y su cámara. Apareció así, de repente, como si fuese un pájaro de cara al viento.
Algunas palabras acortaron las distancias. Después algunos versos compartidos. Alguien los había escuchado hablar de sus pasiones, las carreras, los retratos, de la gente que pasaba y sus vidas grises, del ojo que las mira, de las manos que la escriben. Hablaron también de la tristeza. No compartieron risas. Tampoco secretos. No fue una amistad pero hubiera podido serlo. Compartieron sí un espacio sin relojes, liviano, sin mundano peso.
Un día, al volver a la plaza por sus fotos, la hamaca estaba inmóvil. Vacía. Dos, tres, seis veces buscó a Carlitos sentado en ella, jugando al pájaro. Fue entonces que Pablito aprendió la ausencia. Encuadró al abeto esperando, pero algo le sopló al oído que ya no alzara las manos. Tal vez fue el viento. Nunca más volvió a esa plaza. Y prefirió, desde entonces, fijar sus ojos en la tierra.
Los que lo vieron irse, dicen que murmuraba algunos versos: “Y nos volveremos pájaros… Y por fin, seremos más rápidos que el viento, que la muerte”.
De la serie "Los amigos de Pablito Gutiérrez". Para conocer más sobre la muestra podés hacer click AQUÍ.
No hay comentarios:
Publicar un comentario