sábado, 16 de noviembre de 2013

La otra memoria

Sobre la oralidad en la escritura literaria como forma de memoria colectiva

La palabra oral permanece a partir del registro escrito de los discursos orales. En ellos se ritualizan las prácticas sociales, los modos de pensar y los modelos de acción de una época, con el fin de retratar y dejar testimonio de una clase social, de un tipo colectivo. José Hernández reproduce el habla del gaucho, Puig el de la clase popular de los años ’50, Gudiño Kieffer el de los tipos “marginales” de los ’70.
Sin embargo, aunque puede “escucharse” en sus obras la palabra de circulación cotidiana, las jergas y la fluidez de la oralidad, ninguno de ellos pertenecía a los grupos sociales que retrataba. Su calidad de observación y su pericia técnica y estilística lograron introducir una “memoria” de lo popular  entre los discursos circundantes de la memoria letrada. Así, la cultura popular no letrada, que quedaba fuera de la memoria de los textos del canon, entra en circulación dentro de esta esfera como elemento propio de nuestra cultura.
La palabra en la oralidad es parte de un discurso sumamente estructurado, con temas y tópicos recurrentes, fuertemente formular. La cultura de la oralidad une, es comunitaria, y  la palabra se transforma en memoria. La dimensión épica de los personajes permite activar la memoria de acciones y modelos de identificación y acción.
¿Cómo se aplica esto a la literatura que refleja la oralidad como Hernández, Arlt, Puig o Gudiño kieffer?
Todos trabajan fuertemente con la reproducción de discursos orales, donde los personajes son el centro del universo social y se constituyen como “estereotipos” desde su propia experiencia, son la memoria oral de su clase. Por otro lado, el habla de estos personajes “tipo” está colmada de  frases hechas, con fórmulas fosilizadas, un lenguaje altamente codificado que refleja determinado modelo social. La identidad se construye a partir de la palabra, esta indica pertenencia y configura la propia subjetividad, incidiendo en la identidad colectiva y viceversa.
La memoria oral fue la que nos configuró en nuestra existencia civilizada y la escritura resultó un apéndice de la memoria. Y aunque la escritura se desarrolló como la tecnología central de nuestras vidas, la oralidad nunca dejó de atravesarla. La fuerte presencia de los discursos orales en la literatura escrita es un ejemplo de ello.
La palabra oral registrada dentro de la cultura letrada se transforma entonces en “la otra memoria”. Esta trata de captar lo que sucede en la oralidad, en lo popular, en la comunidad, lo que es fugaz e inasible, y lo lleva a la escritura canónica, para que entre dentro de “la memoria colectiva”. De este modo, la oralidad y la escritura conviven en el texto, rescatando de la inmediatez y del olvido lo que la cultura letrada había dejado afuera.

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