Sobre la oralidad en la escritura literaria como forma de memoria colectiva
La palabra oral permanece a
partir del registro escrito de los discursos orales. En ellos se ritualizan las
prácticas sociales, los modos de pensar y los modelos de acción de una época,
con el fin de retratar y dejar testimonio de una clase social, de un tipo
colectivo. José Hernández reproduce el habla del gaucho, Puig el de la clase
popular de los años ’50, Gudiño Kieffer el de los tipos “marginales” de los
’70.
Sin embargo, aunque puede
“escucharse” en sus obras la palabra de circulación cotidiana, las jergas y la
fluidez de la oralidad, ninguno de ellos pertenecía a los grupos sociales que
retrataba. Su calidad de observación y su pericia técnica y estilística
lograron introducir una “memoria” de lo popular
entre los discursos circundantes de la memoria letrada. Así, la cultura
popular no letrada, que quedaba fuera de la memoria de los textos del canon,
entra en circulación dentro de esta esfera como elemento propio de nuestra
cultura.
La palabra en la oralidad es
parte de un discurso sumamente estructurado, con temas y tópicos recurrentes,
fuertemente formular. La cultura de la oralidad une, es comunitaria, y la palabra se transforma en memoria. La
dimensión épica de los personajes permite activar la memoria de acciones y
modelos de identificación y acción.
¿Cómo se aplica esto a la
literatura que refleja la oralidad como Hernández, Arlt, Puig o Gudiño kieffer?
Todos trabajan fuertemente con la
reproducción de discursos orales, donde los personajes son el centro del
universo social y se constituyen como “estereotipos” desde su propia experiencia,
son la memoria oral de su clase. Por otro lado, el habla de estos personajes
“tipo” está colmada de frases hechas,
con fórmulas fosilizadas, un lenguaje altamente codificado que refleja
determinado modelo social. La identidad se construye a partir de la palabra,
esta indica pertenencia y configura la propia subjetividad, incidiendo en la
identidad colectiva y viceversa.
La memoria oral fue la que nos
configuró en nuestra existencia civilizada y la escritura resultó un apéndice
de la memoria. Y aunque la escritura se desarrolló como la tecnología central
de nuestras vidas, la oralidad nunca dejó de atravesarla. La fuerte presencia
de los discursos orales en la literatura escrita es un ejemplo de ello.
La palabra oral registrada dentro de la cultura
letrada se transforma entonces en “la otra memoria”. Esta trata de captar lo
que sucede en la oralidad, en lo popular, en la comunidad, lo que es fugaz e
inasible, y lo lleva a la escritura canónica, para que entre dentro de “la
memoria colectiva”. De este modo, la oralidad y la escritura conviven en el
texto, rescatando de la inmediatez y del olvido lo que la cultura letrada había
dejado afuera.
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