¿Qué criterios ordenadores rigen en las bibliotecas personales?
Una centena de libros yacen en los estantes y bien podrían
permanecer en ellos, como quien no quiere la cosa, sin un orden aparente. Pero
esto es una absoluta mentira. Siempre hay algún tipo de criterio en el
ordenamiento, pues el no criterio es ya un criterio
deliberado. Si uno repasara ese “orden no aparente” seguramente podría
reconstruir el conjunto de las subjetividades de su dueño: los que nunca tocó,
los que compró hace poco, los que no entran en ningún hueco, los que tiró por
ahí porque le quedaba más mano, etc.
Pero no suele ser este el caso. Por lo general, el uso de un
criterio ordenador responde especialmente a dos cuestiones: encontrar más
rápido lo que se busca, priorizar el acceso de acuerdo con los intereses
personales. A partir de estas dos ideas pueden darse una innumerable cantidad
de combinaciones: por género, por época, por orden alfabético, por colección,
por grado de interés, por temática, por autores, y tantísimos otros.
Lo interesante empieza cuando llegan los libros
inclasificables. ¿Qué pasa con esos libros que no entran dentro de, por
ejemplo, un género determinado? ¿O cuando quiero hacer combinar dos criterios, como, supongamos, temáticas con
áreas de conocimiento?
Aparecen, además, otros tipos de problemas peores. A saber:
Supongamos que armamos nuestro estante de “Literatura argentina” y tenemos en
él un libro que realmente nos avergüenza que forme parte del plantel. ¿Qué
hacer con él? ¿Lo ponemos con el lomo al revés? ¿Lo llevamos a una nueva
sección de “Indeseables”, por ejemplo? ¿Lo retiramos del estante y sostenemos
la pata de la mesa de luz que está enclenque? ¿O simplemente lo aceptamos como
se acepta el defecto consciente?
También está el caso contrario. ¿Qué hacemos con aquel libro
que amamos tanto que excede cualquier tipo de categoría mundana? ¿No merece un
lugar especial fuera de la disciplinada fila de libros?
Se puede, incluso, afrontar serios conflictos éticos: ¿Devolvemos el
libro prestado o lo ingresamos al estante haciendo caso omiso de su verdadero
dueño? ¿Luzco entre los estantes esos libros polémicos y cuestionables que
alguna vez leí o los paso al cajón? ¿Es lícito poner “El diario de Ana Frank”
al lado de “Mi lucha” en la categoría temática “Holocausto”, por ejemplo?
¿Debería eliminar cada categoría problemática aunque fuera esto una forma de
autocensura?
Y he aquí otro gran problema: las categorías en sí mismas.
Supongamos que ordeno alfabéticamente, ¿y si busco un libro del que recuerdo el
nombre, el tema, o el género pero no el autor? O pongamos por caso el orden
temático: ¿dónde está el límite de especificidad?
Porque todo dependerá de mi nivel analítico (o de neurosis) si me pongo a clasificar, por ejemplo, la temática “Amor”. Podría, supongamos, establecer “Amor feliz” y “Amor infeliz”, pero ¿si es un amor feliz y termina mal, es infeliz? ¿Debería armar otra categoría como “Amor feliz que termina infeliz”? ¿Y con los que pasa a la inversa? Y por otro lado, ¿qué es el amor feliz y qué el infeliz? ¿Es el amor infeliz tortuoso o prohibido? ¿No debería entonces generar una nueva categoría o subcategoría? ¿No corro el riesgo de tener tantas subcategorías como libros hay en mi biblioteca? Llevemos esto mismo a la discusión por los géneros: ¿no existen acaso zonas problemáticas y hondamente discutibles como los tránsitos entre maravilloso, fantástico, extraño; o los problemas entre histórico y ficcional, por ejemplo?
Porque todo dependerá de mi nivel analítico (o de neurosis) si me pongo a clasificar, por ejemplo, la temática “Amor”. Podría, supongamos, establecer “Amor feliz” y “Amor infeliz”, pero ¿si es un amor feliz y termina mal, es infeliz? ¿Debería armar otra categoría como “Amor feliz que termina infeliz”? ¿Y con los que pasa a la inversa? Y por otro lado, ¿qué es el amor feliz y qué el infeliz? ¿Es el amor infeliz tortuoso o prohibido? ¿No debería entonces generar una nueva categoría o subcategoría? ¿No corro el riesgo de tener tantas subcategorías como libros hay en mi biblioteca? Llevemos esto mismo a la discusión por los géneros: ¿no existen acaso zonas problemáticas y hondamente discutibles como los tránsitos entre maravilloso, fantástico, extraño; o los problemas entre histórico y ficcional, por ejemplo?
Como vemos, ordenar la biblioteca no es fácil, requiere de
innumerables licencias para con uno mismo y su conciencia. Propongo, entonces, ABOLIR
esta práctica. Basta de complicaciones innecesarias. Usemos los libros para
otra cosa, démosle la utilidad que merecen. Hagamos pilas arbitrarias para
apoyar nuestras macetas. Reforcemos con ellos el elástico endeble de nuestro
colchón. Una pilita de dos o tres sobre la cabeza para mejorar la postura. Algunos sueltos por ahí como pisapapeles. Los
de tapas más lindas colgados de las paredes para decorarla. O para tapar el
agujero de esos clavos que nunca nos tomamos el tiempo de cubrir. Armemos
bellas esculturas para poner en el living, a lo Marta Minujín. Trabemos con
ellos puertas que se cierran con el viento, y matemos con los de tapa dura los
insectos que entran en verano.
Démosle una razón de ser a esos libros que ya leímos y que
duermen sin vida en el estante. Ayudémoslos a reciclarse. Y de paso, en la
actividad cotidiana, en contacto vivo con ellos, ejercemos la sorpresa, que
tanto bien nos hace, reencontrándonos de casualidad con algún título que creímos olvidado y sentándonos
a darle una hojeada, para recordar los buenos tiempos.
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