sábado, 4 de enero de 2014

Ordenar la Biblioteca (¿O abolir la práctica?)

¿Qué criterios ordenadores rigen en las bibliotecas personales?
Una centena de libros yacen en los estantes y bien podrían permanecer en ellos, como quien no quiere la cosa, sin un orden aparente. Pero esto es una absoluta mentira. Siempre hay algún tipo de criterio en el ordenamiento, pues  el no criterio es ya un criterio deliberado. Si uno repasara ese “orden no aparente” seguramente podría reconstruir el conjunto de las subjetividades de su dueño: los que nunca tocó, los que compró hace poco, los que no entran en ningún hueco, los que tiró por ahí porque le quedaba más mano, etc.
Pero no suele ser este el caso. Por lo general, el uso de un criterio ordenador responde especialmente a dos cuestiones: encontrar más rápido lo que se busca, priorizar el acceso de acuerdo con los intereses personales. A partir de estas dos ideas pueden darse una innumerable cantidad de combinaciones: por género, por época, por orden alfabético, por colección, por grado de interés, por temática, por autores, y tantísimos otros.
Lo interesante empieza cuando llegan los libros inclasificables. ¿Qué pasa con esos libros que no entran dentro de, por ejemplo, un género determinado? ¿O cuando quiero hacer combinar dos criterios, como, supongamos, temáticas con áreas de conocimiento?
Aparecen, además, otros tipos de problemas peores. A saber: Supongamos que armamos nuestro estante de “Literatura argentina” y tenemos en él un libro que realmente nos avergüenza que forme parte del plantel. ¿Qué hacer con él? ¿Lo ponemos con el lomo al revés? ¿Lo llevamos a una nueva sección de “Indeseables”, por ejemplo? ¿Lo retiramos del estante y sostenemos la pata de la mesa de luz que está enclenque? ¿O simplemente lo aceptamos como se acepta el defecto consciente?
También está el caso contrario. ¿Qué hacemos con aquel libro que amamos tanto que excede cualquier tipo de categoría mundana? ¿No merece un lugar especial fuera de la disciplinada fila de libros?
Se puede, incluso, afrontar serios conflictos éticos: ¿Devolvemos el libro prestado o lo ingresamos al estante haciendo caso omiso de su verdadero dueño? ¿Luzco entre los estantes esos libros polémicos y cuestionables que alguna vez leí o los paso al cajón? ¿Es lícito poner “El diario de Ana Frank” al lado de “Mi lucha” en la categoría temática “Holocausto”, por ejemplo? ¿Debería eliminar cada categoría problemática aunque fuera esto una forma de autocensura?
Y he aquí otro gran problema: las categorías en sí mismas. Supongamos que ordeno alfabéticamente, ¿y si busco un libro del que recuerdo el nombre, el tema, o el género pero no el autor? O pongamos por caso el orden temático: ¿dónde está el límite de especificidad?
Porque todo dependerá de mi nivel analítico (o de neurosis) si me pongo a clasificar, por ejemplo, la temática “Amor”. Podría, supongamos, establecer “Amor feliz” y “Amor infeliz”, pero ¿si es un amor feliz y termina mal, es infeliz? ¿Debería armar otra categoría como “Amor feliz que termina infeliz”? ¿Y con los que pasa a la inversa? Y por otro lado, ¿qué es el amor feliz y qué el infeliz? ¿Es el amor infeliz tortuoso o prohibido? ¿No debería entonces generar una nueva categoría o subcategoría? ¿No corro el riesgo de tener tantas subcategorías como libros hay en mi biblioteca? Llevemos esto mismo a la discusión por los géneros: ¿no existen acaso zonas problemáticas y hondamente discutibles como los tránsitos entre maravilloso, fantástico, extraño; o los problemas entre histórico y ficcional, por ejemplo?
Como vemos, ordenar la biblioteca no es fácil, requiere de innumerables licencias para con uno mismo y su conciencia. Propongo, entonces, ABOLIR esta práctica. Basta de complicaciones innecesarias. Usemos los libros para otra cosa, démosle la utilidad que merecen. Hagamos pilas arbitrarias para apoyar nuestras macetas. Reforcemos con ellos el elástico endeble de nuestro colchón. Una pilita de dos o tres sobre la cabeza para mejorar la postura.  Algunos sueltos por ahí como pisapapeles. Los de tapas más lindas colgados de las paredes para decorarla. O para tapar el agujero de esos clavos que nunca nos tomamos el tiempo de cubrir. Armemos bellas esculturas para poner en el living, a lo Marta Minujín. Trabemos con ellos puertas que se cierran con el viento, y matemos con los de tapa dura los insectos que entran en verano.

Démosle una razón de ser a esos libros que ya leímos y que duermen sin vida en el estante. Ayudémoslos a reciclarse. Y de paso, en la actividad cotidiana, en contacto vivo con ellos, ejercemos la sorpresa, que tanto bien nos hace, reencontrándonos de casualidad con  algún título que creímos olvidado y sentándonos a darle una hojeada, para recordar los buenos tiempos.

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