sábado, 9 de agosto de 2014

Pequeñas palabras


    Era grande, como su furia. Como su frustración. Bastaba que una nimiedad agitara su humor, para que el botón invisible de la ira se pulsara. No entendía por qué. Tampoco se lo preguntaba. Esa mañana fue una mancha de café, o un tropezón, daba igual y no lo recordaba.
   Su mano se levantó impetuosa, arrebatada.
   Y entonces, no importó el tamaño, ni el lazo, ni el afecto siempre roto, ni la implorante mirada.
   “No me pegues, mamá”, alcanzó a oír, bajo el plomo de la cachetada.

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