viernes, 20 de noviembre de 2015

Literatura, Teatro, escuela y aprendizaje

De vez en cuando, mientras desarrollamos cotidianamente nuestra práctica docente, encontramos  algo misterioso que señala. Señala hacia algún lado, señala algo, que no siempre podemos ver con claridad, pero que resuena hasta que encuentra su lugar en la red y entonces cobra sentido. Me refiero a pequeños gestos, ideas, formas, estrategias, cosas que nos indican algo nuevo dentro de la práctica, y que señalan, quizás, una puerta.
Ayer tuve el placer de participar de una charla-taller con la especialista en Pedagogía teatral, Ester Trozzo. No soy docente de teatro, ni actriz, ni produzco en el ámbito teatral. Soy una simple espectadora, a veces investigadora, porque el teatro me parece fascinante. A veces juego con los chicos en el aula a “hacer teatro”, aunque sé a ciencia cierta que le llamo “jugar”, porque hay tanta responsabilidad y tanta potencia transformadora en ello que me inspira respeto y cierta presión no tener las herramientas profesionales para hacerlo “seriamente”. 
Lo que la charla de ayer me dejó fue una cantidad enorme de señales que quisiera compartir con mis compañeros que son docentes de Lengua y Literatura y no específicamente de Teatro.
Una de esas señales es justamente un cuestionamiento: ¿Por qué para hacer teatro en la escuela hay que hacerlo “seriamente”? ¿Qué sería hacer algo “seriamente”? Hacer responsablemente no es lo mismo que seriamente. Hacer teatro es construir texto, un texto complejo que involucra no solo el texto escrito, sino muchos niveles de textos relacionados.
El espacio, el vestuario, los objetos, los gestos, las luces, la música son lenguajes que construyen textualidad, que sería interesante que todos pudiéramos incluir dentro del aula. El teatro nos brinda un entramado complejo para hacer pensar a los chicos, y debemos aprovecharlo. Escribir texto espectacular, también es escribir, usar lenguaje. En el teatro ponemos el cuerpo, la dimensión emocional, los vínculos a jugar con el texto. ¿Qué más valioso como experiencia que eso? El teatro es una experiencia transformadora. Hacer teatro “seriamente” no significa tener que ser un profesional del teatro, significa involucrarse. Y si no somos profesionales del teatro, hay que aprender a preguntarles a ellos, aprender de la observación de su práctica, aprender de la lectura de especialistas en el tema, y entonces, y sobre todo, hacer. Porque se aprende haciendo.
Por otro lado, otra señal indicadora, que no es nueva pero que ahora señala hacia un lado con más claridad, es la presencia del cuerpo del otro en nuestra práctica. Creo que en general muchos tenemos cierto miedo a romper con la estructura, a probar otras cosas, a desafiar los espacios convencionales del aula, las estrategias, los modos. Tenemos miedo de hacer presente el cuerpo, el nuestro y el de los otros, en el proceso de aprendizaje. Pero, ¿qué es aprender sino “poner el cuerpo” a una experiencia? ¿Cómo podemos dejar afuera este aspecto tan importante dictando clases todos los días sentaditos en hileras, ordenados, quietos, solo “pensando” con la cabeza -como si no se pudiera pensar con el cuerpo-? Necesitamos abrirnos a formas distintas de enseñar que involucren más la corporalidad. Se pueden proponer juegos en vínculo con la literatura que trabajen lo gestual, lo vincular, el uso de los espacios de una manera no convencional. Solo hay que pensarlos. Lo bueno es que podemos pensarlo juntos, entre colegas, y con los chicos. Muchos juegos teatrales sirven para aplicar en el aula: desde juegos para presentarnos en las primeras clases, hasta para trabajar la atención e incluso el acercamiento, registro y valoración del cuerpo del otro, de sus inquietudes, de sus emociones. La literatura también enseña a ponerse en el lugar del otro, a comprender su realidad, a valorarlo. Trabajamos con adolescentes y/o con adultos, que no son solo una cabeza y una mano que escribe, ¿no? 
Otra cosa que me disparó una señal fue el uso de nuestro propio cuerpo en el aula. Cuando damos clase nos hacemos presentes. Lo que manifestamos con el cuerpo es importantísimo. Nuestra gestualidad, nuestra voz, la forma en que nos movemos habla del vínculo que construimos con nuestros estudiantes. Si la estoy pasando mal, se lee. Y si la paso bien y disfruto, también se lee.
Sonreír, predisponerse, ser afectuoso ya es una buena manera de que el otro se sienta cómodo y se predisponga a aprender. Improvisar, tomar lo que surge del otro y valorarlo, darle lugar en nuestra clase para transformarlo en una experiencia de aprendizaje; dar lugar a la acción del cuerpo del otro, caminar el espacio, compartirlo sentándonos con ellos para explicarles; cuidar juntos ese espacio, manteniéndolo limpio, poniéndole nuestras producciones para ambientarlo, rearmándolo juntos, también es una buena forma de predisponerlos al trabajo. Preguntarle al otro cómo está, cómo se siente, cómo lo haría él y qué le gustaría proponer si no quisiera hacer lo que yo propongo, es necesario para que ese otro “exista”, para visibilizarlo, para que se haga presente con nosotros. 
Párrafo aparte merece el uso de nuestra voz. ¿Cuántos de nosotros nos hemos quedado sin voz por gritar? ¿A quién le gusta que le griten? ¿Tenemos conciencia de cómo estamos usando nuestra voz?Muchas veces llegamos al punto de decir que si no vamos subiendo el tono no podemos dar la clase. No somos solo una voz. Somos un cuerpo, presencia y energía. Usemos el cuerpo. Exploremos la potencialidad de esa energía que tenemos. Aprendamos a llamar su atención. Direccionemos la energía en la gestualidad, en el espacio, miremos a los ojos para que el otro nos vea que estamos allí, para involucrarlo. Quizás si usamos algo más que la voz, no necesitemos gritar. Y además, hasta quizás empezamos a construir un parámetro de tolerancia y de respeto por el otro, un registro más acorde, sin la violencia del grito ni del “te ignoro”.
Por último, dos señales más, que apuntan a la actitud del docente. 
Por un lado, no olvidemos nunca disfrutar de lo que hacemos. La pasión se transmite. La pasión puede ser un gran motor de transformación. Cuando hace muchos años estuve a punto de dejar Letras, la pasión de una profesora me encendió las ganas y aquí estoy: amando lo que hago. Nunca sabemos cuántas veces podemos actuar como ese vientito que reaviva las llamas. Lo que se transmite con pasión, llega. Recuperemos nuestra pasión. Y si tenemos que buscarla en algún lugar arrumbado, bien vale la pena el intento. Pero sobre todo, y esto es algo que también ofició de señal ayer: sostengamos esa pasión con argumentos. Argumentar lo que pensamos, por qué hacemos lo que hacemos y cómo lo hacemos, es darle base sólida a nuestro trabajo. Deberíamos perder el miedo a la imposición de la estructura, del sistema, y oponer a ello nuestras formas y argumentos. Aprender a decir que no y poder dar fundamentos, mostrando así por qué ese “no” es tan valioso; aprender a decir que sí y argumentar por qué eso que hacemos vale la pena y tiene sentido. Nada más poderoso que los argumentos. Valoremos nuestro trabajo.
Por otro lado, ayer pude ver en los docentes de Teatro una inquietud que también es mía como profesora de Literatura y que he escuchado en otros compañeros: No estamos solos. El sistema hace que nuestra práctica parezca aislada. Cada uno en su isla-aula, sin verdaderos espacios de encuentro con los otros-pares. ¿Cuántas oportunidades tenemos de trabajar codo a codo con nuestros compañeros del área, intercambiar ideas y proyectos y ampliarlo a otros que hacen lo mismo que nosotros? Casi ninguna. Por eso, apoyarnos, compartir experiencias, generar ideas juntos es una excelente forma de no sentirnos solos y aprender de los demás para enriquecer nuestra práctica. Generar espacios para compartir libera la angustia del quehacer cotidiano. Nos hace más fuertes porque los lazos, el compromiso, lo que se construye de manera comunitaria siempre es más fuerte. Es necesario armar redes, porque ser parte de una red que nos contiene y a la que sostenemos, hacer circular la información y la experiencia, es una forma de compartir responsabilidades y logros, y de valorar nuestra práctica, que es ante todo y fundamentalmente humana.
Creo que la escuela como la transitamos hoy necesita renovar sus formas. En mi búsqueda por darle sentido a mi práctica, de vez en cuando, encuentro una palabra, un texto, un espacio, una idea que me permite rearmar la red, mutar los sentidos, descartar lo que ya no es útil, redireccionar. La charla de Ester Trozzo sembró nuevas direcciones, nuevas puertas, nuevas preguntas. Ojalá esta experiencia pueda servirle a muchos que, como yo, tratan de encontrar que la forma de enseñar Literatura en la escuela tenga como resultado mayor y mejor aprendizaje, pero sobre todo, que sea cada vez más significativo para los seres humanos que estamos formando.

No hay comentarios:

Publicar un comentario