viernes, 15 de enero de 2016

Escritura epistolar: El papel de la correspondencia en el “cuidado de sí”, en Michel Foucault

1.Introducción
Para Michel Foucault, la práctica de la escritura tiene un rol importante en la constitución del sujeto. En el marco de sus estudios sobre subjetividad y verdad, profundiza entre otros aspectos, en las relaciones que el sujeto entabla con la verdad mediante las prácticas de sí, de gran importancia para los antiguos griegos y romanos. Estas investigaciones son recogidas en La hermenéutica del sujeto, volumen que reúne una serie de cursos dictados en el College de France entre 1981 y 1982. Pero además, por esa época elabora una serie de artículos vinculados a las técnicas de sí, entre ellas la escritura, que profundiza el estudio de algunos aspectos puntuales trabajados en el curso. Este material era parte de un proyecto más general de publicación acerca de las técnicas de sí en la Antigüedad, que Foucault declara tener en mente, aunque no llega a concretar.
Con el objetivo de hacer una genealogía del sujeto y su relación con la verdad, Foucault estudia las prácticas de sí a partir de algunos textos pertenecientes al período comprendido entre el siglo I a.C y II d.C., en Grecia y Roma, tomando en cuenta dichas prácticas a partir de la filosofía platónica, estoica y epicúrea.
El concepto central que atraviesa la relación entre sujeto y verdad, vinculado con las prácticas de sí, es el de cuidado o inquietud de sí. Esta es no solo una actitud respecto de sí mismo, sino también respecto de los otros y del mundo. El cuidado de sí es el ocuparse de sí mismo, volver la vista hacia el interior para observar los propios pensamientos y lo que sucede con ellos. Este cuidado se realiza mediante una serie de acciones que modifican, purifican y transforman al sujeto; acciones que, en cierta forma, se ocupan de la actividad del alma. Es el ejercicio de una red de obligaciones y servicios que el sujeto debe realizar para satisfacerla:
“Se trata de un ocio activo -se estudia, se lee, se prepara uno para los reveses de la fortuna o para la muerte-. Es a la vez una meditación y una preparación. (…) la lectura también es importante. Entre las tareas que define el cuidado de sí, está la de tomar notas sobre sí mismo -que se podrán releer- escribir tratados o cartas a los amigos, para ayudarles, y conservar los cuadernos a fin de reactivar para sí mismo las verdades de que se tiene necesidad. Las cartas de Sócrates son un ejemplo de este ejercicio de sí” (Foucault, 1999c: 453).
Mediante algunas de las prácticas del cuidado de sí se incorporan una serie de discursos tomados por verdaderos que se constituyen en un conjunto de principios morales con los que el individuo se armará para enfrentar los males de la vida, y que le servirán como guía de acción. Si el individuo logra, a partir de estos ejercicios, conocerse a sí mismo, si puede cuidar de sí, entonces alcanzará su propio gobierno, pues ya no será esclavo de sus pasiones, ni de sí mismo ni de los otros.
En este contexto cobra sentido la escritura de correspondencia como una práctica del cuidado de sí, mediante la cual el sujeto se constituye como sujeto de verdad, e ingresa en la experiencia del gobierno de sí. En este caso, Foucault centra su análisis sobre todo en el período helenístico (siglos I y II d.C.), en el que prevalece la escritura como forma de la práctica de sí.
Lo que nos interesa, entonces, es indagar en cómo se manifiesta la escritura epistolar como práctica de subjetivación y su relación con el cuidado de sí.
2.La escritura en relación con las técnicas de sí
Las técnicas de sí, como vía para el cuidado de sí, son definidas por el filósofo francés como aquellas que “permiten a los individuos efectuar, solos o con la ayuda de otros, algunas operaciones sobre su cuerpo y su alma, sus pensamientos, sus conductas y su modo de ser, así como transformarse, a fin de alcanzar cierto estado de felicidad, de fuerza, de sabiduría, de perfección o de inmortalidad” (Foucault, 1999c: 445). Algunas de estas técnicas son, por ejemplo, “las técnicas de meditación, las técnicas de memorización del pasado, las técnicas de examen de conciencia, las técnicas de verificación de las representaciones a medida que se presentan en la mente, etcétera” (Foucault, 2011: 29). El objetivo de las prácticas de sí es “(...) ligar la verdad y el sujeto. (…) Se trata (…) de proveer al sujeto de una verdad que no conocía y que no residía en él; se trata de hacer de esta verdad aprendida, memorizada, progresivamente puesta en aplicación, un cuasi sujeto que reina soberanamente en nosotros” (Foucault, 2011: 475).
En la áskesis filosófica como práctica de sí el sujeto se provee de discursos relevantes que considera verdaderos y que la tradición ha legitimado como tales, para incorporarlos, subjetivarlos. Así, el sujeto se convierte en un enunciador de discursos de verdad y se transforma a sí mismo. Esto lo lleva a reunirse consigo mismo haciendo propios los discursos verdaderos para estar equipado con un cierto número de principios que puedan defenderlo de los acontecimientos que le presente la vida y de sus propias inclinaciones. Señala Frédéric Gros al respecto: “El objetivo de estas prácticas de apropiación del discurso verdadero no es aprender la verdad, ni sobre el mundo ni sobre uno mismo, sino asimilar, en el sentido casi fisiológico del término, discursos verdaderos que coadyuven a afrontar los acontecimientos externos y pasiones internas” (2011: 498).
Para que este proceso pueda llevarse a cabo serán necesarias las técnicas relacionadas con la escucha, el habla, la lectura y la escritura. Estas constituirán el soporte del discurso verdadero de la práctica ascética.
Se escucharán atentamente y con verdadera disposición física las enseñanzas de los filósofos en sus clases, y se leerán pocos autores y obras reparando en los que sean de importancia. De esta manera, mediante el oído y la vista se incorporarán los discursos verdaderos, los cuales serán subjetivados a través de la escritura como ejercicio físico de memoria.
Según Foucault, hay una estrecha relación entre la lectura como forma de meditación y la escritura. La lectura actúa como ejercicio de apropiación de un pensamiento al punto de convencerse de su veracidad, y poder repetirlo en cualquier situación posible. La escritura en relación con la lectura, realizadas de forma alternada, se vuelve una práctica necesaria que es fervientemente recomendada por los filósofos de los siglos I y II d.C., ya que permite volver sobre lo leído para fijarlo y recordarlo.
En consecuencia, la escritura es también un ejercicio de meditación, de incorporación de discursos, que da cuerpo a lo leído, es decir, construye un corpus de principios e ideas a las que recurrir y a partir del cual, además, el escritor constituye su propia identidad:
El papel de la escritura es constituir, con todo lo que la lectura ha constituido, un 'cuerpo' (…). Y dicho cuerpo ha de comprenderse (…) como el propio cuerpo de quien, al transcribir sus lecturas, se las apropia y hace suya su verdad: la escritura transforma la cosa vista u oída 'en fuerzas y en sangre' (…). Viene a ser en el propio escritor un principio de acción racional” (Foucault, 1999a: 296).
Por este motivo, la escritura se transforma en una práctica de la asimilación de la verdad, ya que la implanta en el cuerpo y en el alma, por medio del ejercicio físico y mental que el sujeto lleva a cabo. Se escribe para releer y recordar la verdad que otros han dicho y que se incorpora como propia a partir de escritura, constituyéndose en guía de nuestra conducta: “(...) la escritura constituye una etapa esencial en el proceso al que tiende toda áskesis: a saber, la elaboración de discursos recibidos y reconocidos como verdaderos en principios racionales de acción. La escritura como elemento del entrenamiento de sí (…) es un operador de la transformación de la verdad en éthos” (Foucault, 1999a: 292).
Dos tipos de escritura señala Foucault como las más recurrentes de los primeros dos siglos del Imperio: la escritura de los hypomnémata y la escritura de correspondencia.
Los hypomnémata son cuadernos de notas sobre ideas o preceptos oídos o leídos, verdades que vale la pena fijar; son “(...) soportes de recuerdos. Son anotaciones de recuerdos con las cuales, precisamente, y gracias a la lectura o a ejercicios de memoria, uno va a poder recordar esas cosas dichas” (Foucault, 2011: 343). Aunque también designan las anotaciones de reflexiones personales tomadas día por día, y no solo sentencias de autores o filósofos varios. Estos cuadernos, además de servir a aquel que los escribe, sirve a los otros, para el intercambio de ideas o como fuente de reflexiones para transmitir a los demás en forma de consejo para quien los necesitare para mejorarse a sí mismo.
En la correspondencia, en la que nos detendremos en el apartado siguiente, encontramos una práctica para sí, igual que en los hypomnémata, pero también una práctica vinculada a los otros inscripta en la propia naturaleza del género (un sujeto que escribe a otro sujeto, una escritura dirigida a un otro). Pero además se vincula con los otros por poner al alcance de sus manos aquellas verdades que han modificado al remitente y lo mantienen en el recto camino, verdades que pueden serle de mucha utilidad al destinatario.
3.La correspondencia como técnica del cuidado de sí
La correspondencia de los siglos I y II d.C. fue estudiada por Foucault en su análisis sobre las prácticas de sí, sobre todo las de autores como Séneca, Marco Aurelio y Plinio, y ocupa un lugar destacado entre los fenómenos socio-culturales de la época.
Como mencionábamos en el apartado anterior, escribir cartas es escribir para un otro. Esta es la característica fundamental que se encuentra sobre la base del género epistolar. En las cartas se busca intercambiar información sobre sí mismo y sobre el otro, para saber cómo se encuentra su alma, pero al mismo tiempo, para observar y meditar sobre la propia alma. En este sentido, señala el filósofo que la correspondencia es una actividad con una doble cara: “(...) se trata, en efecto, por medio de esas correspondencias, de permitir a quien más ha progresado en la virtud y el bien dar consejos al otro: se informa de la situación en que se encuentra ese otro y, a cambio, le da consejos. Pero al mismo tiempo, como podrán ver, este ejercicio permite, a la propia persona que aconseja, recordar las verdades que transmite al otro pero que ella misma necesita para su propia vida” (Foucault, 2011: 343-344).
Al escribir, el remitente realiza los ejercicios de recordar los principios, observar su cumplimiento y fijarlos, además de brindarlos al otro en forma de consejo. De este modo no solo cuida del otro proporcionándole herramientas para su recto actuar, sino que cuida de sí al repasar mediante la escritura las verdades señaladas al destinatario y usarlas para su autodirección: “(...) al ponerlas a disposición del otro, las reactiva para sí mismo” (Foucault, 2011: 344).
Señala el autor respecto del estudio de las Epístolas morales a Lucilio, correspondencia que Séneca escribe a su joven amigo, que para la confección de las cartas en muchas oportunidades se acude a los hypomnématas. Quien escribe utiliza como material de apoyo las verdades anotadas que allí residen para comunicarlas en tono de consejo al destinatario y, al mismo tiempo, para tenerlas disponibles en caso de necesidad como principios de acción.
Por otro lado, la correspondencia tiene un fuerte vínculo con la idea de presencia. Escribir es manifestarse ante el otro, hacerse presente en forma casi física, mediante la palabra y mediante la imagen que se construye de sí mismo a partir del relato de sí y de los sucesos de su día o de su propia vida; la carta se transforma, como dice Séneca, en la huella del ausente. Señala Foucault: “Escribir es, por tanto, 'mostrarse', hacerse ver, hacer aparecer el propio rostro ante el otro” (1999a: 300). De esta manera, ambos interlocutores quedan ante la mirada del otro: el que escribe la carta mira a través de la misiva y durante su lectura al destinatario; y el que la recibe mira al remitente a partir de lo que cuenta, de lo que expone sobre sí mismo. Esta mirada está asociada a la mirada del juez, del que examina, del que juzga. Hay entonces, según Foucault, un doble movimiento: mientras la verdad se subjetiva en el que escribe, el alma se objetiva ante el que mira y examina, convirtiéndose este en un dios interior.
Pero también escribir es presentarse ante uno mismo. La carta implica una introspección de quien escribe, un relato de sí consigo mismo, como señala Foucault que se observa en Séneca, Plinio y Marco Aurelio: en sus epístolas hablan de las interferencias del alma y del cuerpo; y del ocio donde entran en relación el cuerpo y los días.
En el primer caso se presentan las impresiones del alma ante la enfermedad, o se describen sensaciones corporales, y también las impresiones que el alma genera sobre el cuerpo y viceversa. En el segundo caso se presenta al destinatario una serie de sucesos de la vida diaria, generalmente se relata la jornada, incluso cuando esta solo haya constado de momentos de ocio reflexivo, que en definitiva, para la construcción de sí, son los más importantes. Frente a estos relatos surge la actitud de control y observación sobre los principios y su cumplimiento, como forma de recordarlos y evaluar cuánto se ha apartado de ellos para reactivarlos y seguir teniéndolos presentes. A esto mismo es a lo que posteriormente se dio en llamar “examen de conciencia”, ya que el sujeto repasa las acciones o sucesos del día con oportunidad de ver cuánto se ha apartado de sus preceptos verdaderos:
Más bien parece que en la relación epistolar -y, por consiguiente, a fin de situarse a sí mismo bajo la mirada del otro- es donde el examen de conciencia se formuló como un relato escrito de sí mismo: relato de la banalidad cotidiana, relato de las acciones correctas o no, del régimen observado, de los ejercicios físicos o mentales a los que se ha entregado” (Foucault, 1999a: 303).
El objetivo del relato de sí en la correspondencia es “hacer llegar a coincidir la mirada del otro y la que uno dirige sobre sí cuando mide sus acciones cotidianas de acuerdo con las reglas de una técnica de vida” (Foucault, 1999a: 305).
4.La implicancias éticas en la correspondencia
El cuidado de sí en el mundo antiguo es una reflexión ética sobre la libertad individual, esto implica para Foucault, pensar en el éthos del individuo: cómo ser y cómo comportarse ante los demás. Mediante las prácticas de sí, y en particular de la escritura, se seleccionan ciertos principios o prescripciones necesarios para la recta acción, es decir, para el gobierno de sí, y se incorporan como un conjunto de normas y valores morales que guiarán la conducta del sujeto, tanto para el conocimiento de sí mismo, como para dominar las inclinaciones o apetitos peligrosos, respecto de uno mismo y de los otros.
Por lo tanto, la escritura como subjetivación de la verdad, como práctica del cuidado de sí, transforma al sujeto en su modo de ser, y se vuelve necesaria para el ejercicio de la libertad:
“Para los griegos, la libertad individual era algo muy importante (…) no ser esclavo (de otra ciudad, de los que nos rodean, de los que nos gobiernan, de las propias pasiones) era un tema absolutamente fundamental. (...) en la Antigüedad, la ética en tanto que práctica reflexiva de la libertad, giró en torno a este imperativo fundamental: «Cuídate de ti mismo»” (Foucault, 1999b: 397).
En este último sentido, la escritura es caracterizada como ethopoiética por Foucault, a partir de una expresión de Plutarco, es decir, como “un operador de la transformación de la verdad en éthos” (1999a: 292). Es necesario un profundo trabajo sobre sí mismo para alcanzar un éthos positivo, valorable.
La correspondencia epistolar no solo se vincula con el cuidado de sí, sino también con el cuidado de los otros. Por un lado, en la correspondencia, por estar dirigida a un otro, el sujeto no se ocupa solo de sí mismo, sino de aquel sujeto a quien la dirige. Las cartas que brindan consejos, o que imparten principios de acción, apuntan a tender una herramienta para la transformación del sujeto destinatario. En este sentido, quien escribe, a partir de la práctica cuida de sí y del otro.
Por otro lado, quien escribe cartas, y se constituye como sujeto de verdad, al ser capaz de gobernarse a así mismo, es capaz también de ocupar un lugar adecuado en sus relaciones sociales con los demás: mujer, hijos, amigos, ciudadanos. En este sentido, el cuidado de sí, que es ético en sí mismo, se torna ético en tanto a los otros.
Por último, la presencia del otro es fundamental para el ejercicio de sí mismo, ya que es necesaria la figura del maestro, del guía en la recta acción, para ir modificando la condición propia. Pero en la correspondencia, en muchos casos, el consejero puede tornarse aconsejado, cuando el destinatario de los consejos ya ha alcanzado un grado tal de transformación sobre sí mismo, que puede devolver esos consejos a su interlocutor y colaborar en el ejercicio de sí del otro. De esta manera, el filósofo/sabio/maestro/guía vuelve mejor al otro, pero este puede ayudar a volver mejor a su consejero, una vez que se ha instruido.
5. Escritura, correspondencia y cuidado de sí
Escribir es una de las tantas formas de cuidar de sí. Por lo tanto, escribir cartas es una forma de cuidar de sí, pero también de los otros. La práctica de la escritura epistolar habilita ambos caminos para que el sujeto pueda alcanzar un mayor trabajo con el alma, un paso más concreto hacia su felicidad y la de su comunidad.
La escritura epistolar se vuelve un espacio de subjetivación de la verdad por medio del ejercicio. La escritura hace carne esa verdad, la torna parte del sujeto, parte de su identidad, de su forma de ser, de su comportamiento. Desde este punto de vista, la escritura es una profunda experiencia de transformación: el sujeto se autoconstituye en ella.
La escritura de sí es una práctica que relaciona al sujeto con la verdad. Esta le permite al sujeto dirigir la mirada sobre sí mismo para asimilar las verdades que no estaban en él, para volverlas propias y, por medio del trabajo con los discursos verdaderos y la meditación a partir del relato de sí, conocerse mejor a sí mismo. La correspondencia le asegura, además de una mirada legitimadora de su propia conducta, una vuelta constante a los preceptos morales como forma de mantenerse en un estado de autodirección, esto sucede a partir de la reactivación, del repaso de notas, de la repetición de sentencias brindadas al otro en forma de consejo pero que al mismo tiempo se dicen para sí mismo.
De esta manera, en la práctica de sí de la escritura se juega la liberación del sujeto, en sus propias elecciones de construcción de sí y en la relación que establece con la verdad, ya que no está dominado por ella como un poder que se le impone, sino que el sujeto la elige y la hace suya como modo necesario de existencia.
6. Bibliografía
*Castro, Edgardo, 2004. El vocabulario de Michel Foucaul: Un recorrido alfabético por sus temas, conceptos y autores, Buenos Aires: Prometeo - Universidad Nacional de Quilmes.
*Foucault, Michel, 1999a. “La escritura de sí”, en Estética, ética y hermenéutica. Obras esenciales, vol. III, Buenos Aires: Paidós, Introducción, traducción y notas de Ángel Gabilondo.
---------------------, 1999b. “La ética del cuidado de sí como práctica de la libertad”, en Estética, ética y hermenéutica. Obras esenciales, vol. III, Buenos Aires: Paidós, Introducción, traducción y notas de Ángel Gabilondo.
---------------------, 1999c. “Las técnicas de sí”, en Estética, ética y hermenéutica. Obras esenciales, vol. III, Buenos Aires: Paidós, Introducción, traducción y notas de Ángel Gabilondo.
---------------------, 2011. La hermenéutica del sujeto: Curso en el College de France: 1981-1982, Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

 *Gros, Frédéric, 2011. “Situación del curso”, en La hermenéutica del sujeto, Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

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