1.Introducción
Para Michel Foucault, la práctica de la escritura tiene un rol
importante en la constitución del sujeto. En el marco de sus
estudios sobre subjetividad y verdad, profundiza entre otros
aspectos, en las relaciones que el sujeto entabla con la verdad
mediante las prácticas de sí, de gran importancia para los antiguos
griegos y romanos. Estas investigaciones son recogidas en La
hermenéutica del sujeto,
volumen que reúne una serie de cursos dictados en el College de
France entre 1981 y 1982. Pero además, por esa época elabora una
serie de artículos vinculados a las técnicas de sí, entre ellas la
escritura, que profundiza el estudio de algunos aspectos puntuales
trabajados en el curso. Este material era parte de un proyecto más
general de publicación acerca de las técnicas de sí en la
Antigüedad, que Foucault declara tener en mente, aunque no llega a
concretar.
Con el objetivo de hacer una genealogía del sujeto y su relación
con la verdad, Foucault estudia las prácticas de sí a partir de
algunos textos pertenecientes al período comprendido entre el siglo
I a.C y II d.C., en Grecia y Roma, tomando en cuenta dichas prácticas
a partir de la filosofía platónica, estoica y epicúrea.
El concepto central que atraviesa la
relación entre sujeto y verdad, vinculado con las prácticas de sí,
es el de cuidado o inquietud de sí. Esta es no solo una actitud
respecto de sí mismo, sino también respecto de los otros y del
mundo. El cuidado de sí es el ocuparse de sí mismo, volver
la vista hacia el interior para observar los propios pensamientos y
lo que sucede con ellos. Este cuidado se realiza mediante una serie
de acciones que modifican, purifican y transforman al sujeto;
acciones que, en cierta forma, se ocupan de la actividad del alma. Es
el ejercicio de una red de obligaciones y servicios que el sujeto
debe realizar para satisfacerla:
“Se trata de un ocio activo -se estudia, se lee, se prepara uno
para los reveses de la fortuna o para la muerte-. Es a la vez una
meditación y una preparación. (…) la lectura también es
importante. Entre las tareas que define el cuidado de sí, está la
de tomar notas sobre sí mismo -que se podrán releer- escribir
tratados o cartas a los amigos, para ayudarles, y conservar los
cuadernos a fin de reactivar para sí mismo las verdades de que se
tiene necesidad. Las cartas de Sócrates son un ejemplo de este
ejercicio de sí” (Foucault, 1999c: 453).
Mediante algunas de las prácticas del cuidado de sí se incorporan
una serie de discursos tomados por verdaderos que se constituyen en
un conjunto de principios morales con los que el individuo se armará
para enfrentar los males de la vida, y que le servirán como guía de
acción. Si el individuo logra, a partir de estos ejercicios,
conocerse a sí mismo, si puede cuidar de sí, entonces alcanzará su
propio gobierno, pues ya no será esclavo de sus pasiones, ni de sí
mismo ni de los otros.
En este contexto cobra sentido la escritura de correspondencia como
una práctica del cuidado de sí, mediante la cual el sujeto se
constituye como sujeto de verdad, e ingresa en la experiencia del
gobierno de sí. En este caso, Foucault centra su análisis sobre
todo en el período helenístico (siglos I y II d.C.), en el que
prevalece la escritura como forma de la práctica de sí.
Lo que nos interesa, entonces, es indagar en cómo se manifiesta la
escritura epistolar como práctica de subjetivación y su relación
con el cuidado de sí.
2.La escritura en relación con las técnicas de sí
Las técnicas de sí, como vía para el cuidado de sí, son definidas
por el filósofo francés como aquellas que “permiten a los
individuos efectuar, solos o con la ayuda de otros, algunas
operaciones sobre su cuerpo y su alma, sus pensamientos, sus
conductas y su modo de ser, así como transformarse, a fin de
alcanzar cierto estado de felicidad, de fuerza, de sabiduría, de
perfección o de inmortalidad” (Foucault, 1999c: 445). Algunas de
estas técnicas son, por ejemplo, “las técnicas de meditación,
las técnicas de memorización del pasado, las técnicas de examen de
conciencia, las técnicas de verificación de las representaciones a
medida que se presentan en la mente, etcétera” (Foucault, 2011:
29). El objetivo de las prácticas de sí es “(...) ligar la verdad
y el sujeto. (…) Se trata (…) de proveer al sujeto de una verdad
que no conocía y que no residía en él; se trata de hacer de esta
verdad aprendida, memorizada, progresivamente puesta en aplicación,
un cuasi sujeto que reina soberanamente en nosotros” (Foucault,
2011: 475).
En la áskesis filosófica
como práctica de sí el sujeto se provee de discursos relevantes que
considera verdaderos y que la tradición ha legitimado como tales,
para incorporarlos, subjetivarlos. Así, el sujeto se convierte en un
enunciador de discursos de verdad y se transforma a sí mismo. Esto
lo lleva a reunirse consigo mismo haciendo propios los discursos
verdaderos para estar equipado con un cierto número de principios
que puedan defenderlo de los acontecimientos que le presente la vida
y de sus propias inclinaciones. Señala Frédéric Gros al respecto:
“El objetivo de estas prácticas de apropiación del discurso
verdadero no es aprender la verdad, ni sobre el mundo ni sobre uno
mismo, sino asimilar, en el sentido casi fisiológico del término,
discursos verdaderos que coadyuven a afrontar los acontecimientos
externos y pasiones internas” (2011: 498).
Para que este proceso pueda llevarse a cabo serán necesarias las
técnicas relacionadas con la escucha, el habla, la lectura y la
escritura. Estas constituirán el soporte del discurso verdadero de
la práctica ascética.
Se escucharán atentamente y con verdadera disposición física las
enseñanzas de los filósofos en sus clases, y se leerán pocos
autores y obras reparando en los que sean de importancia. De esta
manera, mediante el oído y la vista se incorporarán los discursos
verdaderos, los cuales serán subjetivados a través de la escritura
como ejercicio físico de memoria.
Según Foucault, hay una estrecha relación entre la lectura como
forma de meditación y la escritura. La lectura actúa como ejercicio
de apropiación de un pensamiento al punto de convencerse de su
veracidad, y poder repetirlo en cualquier situación posible. La
escritura en relación con la lectura, realizadas de forma alternada,
se vuelve una práctica necesaria que es fervientemente recomendada
por los filósofos de los siglos I y II d.C., ya que permite volver
sobre lo leído para fijarlo y recordarlo.
En consecuencia, la escritura es también un ejercicio de meditación,
de incorporación de discursos, que da cuerpo a lo leído, es decir,
construye un corpus de principios e ideas a las que recurrir y a
partir del cual, además, el escritor constituye su propia identidad:
“El papel de la escritura es
constituir, con todo lo que la lectura ha constituido, un 'cuerpo'
(…). Y dicho cuerpo ha de comprenderse (…) como el propio cuerpo
de quien, al transcribir sus lecturas, se las apropia y hace suya su
verdad: la escritura transforma la cosa vista u oída 'en fuerzas y
en sangre' (…). Viene a ser en el propio escritor un principio de
acción racional” (Foucault, 1999a: 296).
Por este motivo, la escritura se transforma en una práctica de la
asimilación de la verdad, ya que la implanta en el cuerpo y en el
alma, por medio del ejercicio físico y mental que el sujeto lleva a
cabo. Se escribe para releer y recordar la verdad que otros han dicho
y que se incorpora como propia a partir de escritura, constituyéndose
en guía de nuestra conducta: “(...) la escritura constituye una
etapa esencial en el proceso al que tiende toda áskesis:
a saber, la elaboración de discursos recibidos y reconocidos como
verdaderos en principios racionales de acción. La escritura como
elemento del entrenamiento de sí (…) es un operador de la
transformación de la verdad en éthos”
(Foucault, 1999a: 292).
Dos
tipos de escritura señala Foucault como las más recurrentes de los
primeros dos siglos del Imperio: la escritura de los hypomnémata
y la escritura de correspondencia.
Los hypomnémata son
cuadernos de notas sobre ideas o preceptos oídos o leídos, verdades
que vale la pena fijar; son “(...) soportes de recuerdos. Son
anotaciones de recuerdos con las cuales, precisamente, y gracias a la
lectura o a ejercicios de memoria, uno va a poder recordar esas cosas
dichas” (Foucault, 2011: 343). Aunque también designan las
anotaciones de reflexiones personales tomadas día por día, y no
solo sentencias de autores o filósofos varios. Estos cuadernos,
además de servir a aquel que los escribe, sirve a los otros, para el
intercambio de ideas o como fuente de reflexiones para transmitir a
los demás en forma de consejo para quien los necesitare para
mejorarse a sí mismo.
En
la correspondencia, en la que nos detendremos en el apartado
siguiente, encontramos una práctica para sí, igual que en los
hypomnémata, pero
también una práctica vinculada a los otros inscripta en la propia
naturaleza del género (un sujeto que escribe a otro sujeto, una
escritura dirigida a un otro). Pero además se vincula con los otros
por poner al alcance de sus manos aquellas verdades que han
modificado al remitente y lo mantienen en el recto camino, verdades
que pueden serle de mucha utilidad al destinatario.
3.La
correspondencia como técnica del cuidado de sí
La correspondencia de los siglos I y II d.C. fue estudiada por
Foucault en su análisis sobre las prácticas de sí, sobre todo las
de autores como Séneca, Marco Aurelio y Plinio, y ocupa un lugar
destacado entre los fenómenos socio-culturales de la época.
Como mencionábamos en el apartado anterior, escribir cartas es
escribir para un otro. Esta es la característica fundamental que se
encuentra sobre la base del género epistolar. En las cartas se busca
intercambiar información sobre sí mismo y sobre el otro, para saber
cómo se encuentra su alma, pero al mismo tiempo, para observar y
meditar sobre la propia alma. En este sentido, señala el filósofo
que la correspondencia es una actividad con una doble cara: “(...)
se trata, en efecto, por medio de esas correspondencias, de permitir
a quien más ha progresado en la virtud y el bien dar consejos al
otro: se informa de la situación en que se encuentra ese otro y, a
cambio, le da consejos. Pero al mismo tiempo, como podrán ver, este
ejercicio permite, a la propia persona que aconseja, recordar las
verdades que transmite al otro pero que ella misma necesita para su
propia vida” (Foucault, 2011: 343-344).
Al escribir, el remitente realiza los ejercicios de recordar los
principios, observar su cumplimiento y fijarlos, además de
brindarlos al otro en forma de consejo. De este modo no solo cuida
del otro proporcionándole herramientas para su recto actuar, sino
que cuida de sí al repasar mediante la escritura las verdades
señaladas al destinatario y usarlas para su autodirección: “(...)
al ponerlas a disposición del otro, las reactiva para sí mismo”
(Foucault, 2011: 344).
Señala el autor respecto del estudio de las Epístolas morales a
Lucilio, correspondencia que
Séneca escribe a su joven amigo, que para la confección de las
cartas en muchas oportunidades se acude a los hypomnématas.
Quien escribe utiliza como material de apoyo las verdades anotadas
que allí residen para comunicarlas en tono de consejo al
destinatario y, al mismo tiempo, para tenerlas disponibles en caso de
necesidad como principios de acción.
Por otro lado, la correspondencia tiene un fuerte vínculo con la
idea de presencia. Escribir es manifestarse ante el otro, hacerse
presente en forma casi física, mediante la palabra y mediante la
imagen que se construye de sí mismo a partir del relato de sí y de
los sucesos de su día o de su propia vida; la carta se transforma,
como dice Séneca, en la huella del ausente. Señala Foucault:
“Escribir es, por tanto, 'mostrarse', hacerse ver, hacer aparecer
el propio rostro ante el otro” (1999a: 300). De esta manera, ambos
interlocutores quedan ante la mirada del otro: el que escribe la
carta mira a través de la misiva y durante su lectura al
destinatario; y el que la recibe mira al remitente a partir de lo que
cuenta, de lo que expone sobre sí mismo. Esta mirada está asociada
a la mirada del juez, del que examina, del que juzga. Hay entonces,
según Foucault, un doble movimiento: mientras la verdad se subjetiva
en el que escribe, el alma se objetiva ante el que mira y examina,
convirtiéndose este en un dios interior.
Pero también escribir es presentarse ante uno mismo. La carta
implica una introspección de quien escribe, un relato de sí consigo
mismo, como señala Foucault que se observa en Séneca, Plinio y
Marco Aurelio: en sus epístolas hablan de las interferencias del
alma y del cuerpo; y del ocio donde entran en relación el cuerpo y
los días.
En el primer caso se presentan las impresiones del alma ante la
enfermedad, o se describen sensaciones corporales, y también las
impresiones que el alma genera sobre el cuerpo y viceversa. En el
segundo caso se presenta al destinatario una serie de sucesos de la
vida diaria, generalmente se relata la jornada, incluso cuando esta
solo haya constado de momentos de ocio reflexivo, que en definitiva,
para la construcción de sí, son los más importantes. Frente a
estos relatos surge la actitud de control y observación sobre los
principios y su cumplimiento, como forma de recordarlos y evaluar
cuánto se ha apartado de ellos para reactivarlos y seguir
teniéndolos presentes. A esto mismo es a lo que posteriormente se
dio en llamar “examen de conciencia”, ya que el sujeto repasa las
acciones o sucesos del día con oportunidad de ver cuánto se ha
apartado de sus preceptos verdaderos:
“Más bien parece que en la
relación epistolar -y, por consiguiente, a fin de situarse a sí
mismo bajo la mirada del otro- es donde el examen de conciencia se
formuló como un relato escrito de sí mismo: relato de la banalidad
cotidiana, relato de las acciones correctas o no, del régimen
observado, de los ejercicios físicos o mentales a los que se ha
entregado” (Foucault, 1999a: 303).
El objetivo del relato de sí en la correspondencia es “hacer
llegar a coincidir la mirada del otro y la que uno dirige sobre sí
cuando mide sus acciones cotidianas de acuerdo con las reglas de una
técnica de vida” (Foucault, 1999a: 305).
4.La implicancias éticas en la correspondencia
El cuidado de sí en el mundo antiguo es una reflexión ética sobre
la libertad individual, esto implica para Foucault, pensar en el
éthos del individuo: cómo
ser y cómo comportarse ante los demás. Mediante las prácticas de
sí, y en particular de la escritura, se seleccionan ciertos
principios o prescripciones necesarios para la recta acción, es
decir, para el gobierno de sí, y se incorporan como un conjunto de
normas y valores morales que guiarán la conducta del sujeto, tanto
para el conocimiento de sí mismo, como para dominar las
inclinaciones o apetitos peligrosos, respecto de uno mismo y de los
otros.
Por lo tanto, la escritura como subjetivación de la verdad, como
práctica del cuidado de sí, transforma al sujeto en su modo de ser,
y se vuelve
necesaria para el ejercicio de la libertad:
“Para los griegos, la libertad individual era algo muy importante
(…) no ser esclavo (de otra ciudad, de los que nos rodean, de los
que nos gobiernan, de las propias pasiones) era un tema absolutamente
fundamental. (...) en la Antigüedad, la ética en tanto que práctica
reflexiva de la libertad, giró en torno a este imperativo
fundamental: «Cuídate de ti mismo»” (Foucault, 1999b: 397).
En este último sentido, la escritura es caracterizada como
ethopoiética por Foucault, a partir de una expresión de
Plutarco, es decir, como “un operador de la transformación de la
verdad en éthos” (1999a:
292). Es necesario un profundo trabajo sobre sí mismo para
alcanzar un éthos positivo, valorable.
La correspondencia epistolar no solo se vincula con el cuidado de sí,
sino también con el cuidado de los otros. Por un lado, en la
correspondencia, por estar dirigida a un otro, el sujeto no se ocupa
solo de sí mismo, sino de aquel sujeto a quien la dirige. Las cartas
que brindan consejos, o que imparten principios de acción, apuntan a
tender una herramienta para la transformación del sujeto
destinatario. En este sentido, quien escribe, a partir de la práctica
cuida de sí y del otro.
Por otro lado, quien escribe cartas, y se constituye como sujeto de
verdad, al ser capaz de gobernarse a así mismo, es capaz también de
ocupar un lugar adecuado en sus relaciones sociales con los demás:
mujer, hijos, amigos, ciudadanos. En este sentido, el cuidado de sí,
que es ético en sí mismo, se torna ético en tanto a los otros.
Por último, la presencia del otro es fundamental para el ejercicio
de sí mismo, ya que es necesaria la figura del maestro, del guía en
la recta acción, para ir modificando la condición propia. Pero en
la correspondencia, en muchos casos, el consejero puede tornarse
aconsejado, cuando el destinatario de los consejos ya ha alcanzado un
grado tal de transformación sobre sí mismo, que puede devolver esos
consejos a su interlocutor y colaborar en el ejercicio de sí del
otro. De esta manera, el filósofo/sabio/maestro/guía vuelve mejor
al otro, pero este puede ayudar a volver mejor a su consejero, una
vez que se ha instruido.
5. Escritura, correspondencia y cuidado de sí
Escribir es una de las tantas formas de cuidar de sí. Por lo tanto,
escribir cartas es una forma de cuidar de sí, pero también de los
otros. La práctica de la escritura epistolar habilita ambos caminos
para que el sujeto pueda alcanzar un mayor trabajo con el alma, un
paso más concreto hacia su felicidad y la de su comunidad.
La escritura epistolar se vuelve un espacio de subjetivación de la
verdad por medio del ejercicio. La escritura hace carne esa verdad,
la torna parte del sujeto, parte de su identidad, de su forma de ser,
de su comportamiento. Desde este punto de vista, la escritura es una
profunda experiencia de transformación: el sujeto se autoconstituye
en ella.
La escritura de sí es una práctica que relaciona al sujeto con la
verdad. Esta le permite al sujeto dirigir la mirada sobre sí mismo
para asimilar las verdades que no estaban en él, para volverlas
propias y, por medio del trabajo con los discursos verdaderos y la
meditación a partir del relato de sí, conocerse mejor a sí mismo.
La correspondencia le asegura, además de una mirada legitimadora de
su propia conducta, una vuelta constante a los preceptos morales como
forma de mantenerse en un estado de autodirección, esto sucede a
partir de la reactivación, del repaso de notas, de la repetición de
sentencias brindadas al otro en forma de consejo pero que al mismo
tiempo se dicen para sí mismo.
De esta manera, en la práctica de sí de la escritura se juega la
liberación del sujeto, en sus propias elecciones de construcción de
sí y en la relación que establece con la verdad, ya que no está
dominado por ella como un poder que se le impone, sino que el sujeto
la elige y la hace suya como modo necesario de existencia.
6. Bibliografía
*Castro, Edgardo, 2004. El vocabulario de Michel Foucaul: Un
recorrido alfabético por sus temas, conceptos y autores, Buenos
Aires: Prometeo - Universidad Nacional de Quilmes.
*Foucault, Michel, 1999a. “La escritura de sí”, en Estética,
ética y hermenéutica. Obras esenciales, vol. III, Buenos Aires:
Paidós, Introducción, traducción y notas de Ángel Gabilondo.
---------------------, 1999b. “La ética del cuidado de sí como
práctica de la libertad”, en Estética, ética y hermenéutica.
Obras esenciales, vol. III, Buenos Aires: Paidós, Introducción,
traducción y notas de Ángel Gabilondo.
---------------------, 1999c. “Las técnicas de sí”, en
Estética, ética y hermenéutica. Obras esenciales, vol. III,
Buenos Aires: Paidós, Introducción, traducción y notas de Ángel
Gabilondo.
---------------------, 2011. La hermenéutica del sujeto: Curso en
el College de France: 1981-1982,
Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
*Gros, Frédéric, 2011. “Situación del curso”, en La
hermenéutica del sujeto, Buenos
Aires: Fondo de Cultura Económica.
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