La pieza teatral Antígona Vélez fue reescrita por Leopoldo
Marechal para ser estrenada en el Teatro Nacional Cervantes, un 25 de
mayo de 1951, a pedido de Eva Perón. Si bien la obra había sido
escrita unos meses antes para la apertura de la temporada teatral, el
original fue perdido por la actriz principal, y esto derivó en que
Marechal solo se dispusiera a reescribirla completa por expreso
pedido de Eva. Lo impulsaban para ello su declarada adhesión al
peronismo y la intención de llegar a un público popular y afín a
su ideología, a sabiendas de que el género teatral resultaba más
accesible a dicho público, en comparación con sus poesías y
novelas (Martínez Gramuglia, 2007: 41). La reescritura de la
Antígona de Sófocles resultó entonces una obra con ribetes
políticos declarados.
La pieza trabaja, al igual que la original, con el choque entre dos
leyes que definirán la formación del Estado Nacional Argentino: La
ley del amor filial y de las creencias, representada por Antígona
Vélez; contra la Ley civilizatoria del Estado, representada por
Facundo Galván.
Atendiendo a lo que significaba para los personajes tomar decisiones
ante estas leyes, y el valor simbólico que estas adquieren en la
pieza en relación con una postura sobre la formación de nuestra
Nación, nos resultó un camino interesante intentar una lectura de
la obra a partir de la ética kantiana expuesta en la
Fundamentación de la metafísica de las costumbres: ¿Actúan
los personajes de forma moralmente correcta? ¿Sobre qué tipo de
acción se funda, según la mirada de Marechal, el Estado Nacional?
¿Sobre qué concepción de la ética?
Consideramos que esta lectura se vuelve particularmente viable por la
forma en que Marechal reescribe la obra, reduciendo al máximo la
conflictividad y cambiando por completo el final de la tragedia,
legitimando a Facundo Galván como el personaje que actúa conforme
al deber, cambio con interesantes ecos ideológicos.
Sin embargo, entendemos que esta lectura, si bien nos permite un
análisis interesante, deja afuera algunos matices centrales del
conflicto puesto en juego en la obra, que
nos interesa remarcar. Por ello propondremos algunos conceptos como
el de dilema trágico (Calatroni, 2009 y Lariguet, 2009) y algunos
aportes de otras éticas, para cuestionar la postura de Marechal,
respecto de su mirada sobre el conflicto que dio origen a la
fundación del Estado Nacional.
II.
La ética kantiana
La ética kantiana es una ética deontológica, esto es, una ética
del deber en la que no interesan las consecuencias de las acciones,
sino las acciones en sí mismas respecto de los principios por los
que se llevan a cabo. La intención con la que se realiza la acción
es lo que determina que una acción sea moral o no. Los principales
elementos constitutivos de esta ética se encuentran delineados en la
Fundamentación de la metafísica de las costumbres (1785).
En esta obra, Kant ubica a la ética dentro de la filosofía
material, ya que se ocupa de las leyes de la libertad a las que son
sometidos los objetos de los que trata dicha filosofía. La ética, a
su vez, tiene su parte formal, que es la moral, y su parte empírica,
que es la antropología práctica. Lo que Kant se propone es elaborar
una filosofía moral pura, a la que denominará Metafísica de las
costumbres, cuyos fundamentos no se extraigan de la experiencia sino
que sea independiente de ella, es decir, que sus fundamentos se
hallen a priori, esto es: en la razón. Esta es la única que
garantiza la universalidad de las leyes morales, ya que si fuesen
fundadas en la experiencia serían contingentes. Esta Metafísica es
necesaria para Kant pues permite al hombre conducirse juiciosamente
en su actuar haciéndolo por la ley moral, sin caer en la corrupción
de las costumbres y dejarse llevar por sus inclinaciones.
El primer concepto clave que desarrolla en esta búsqueda es el de
buena voluntad, que es lo único que puede considerarse bueno sin
restricción. Subraya el filósofo: “La buena voluntad no es buena
por lo que efectúe o realice, no es buena por su adecuación para
alcanzar algún fin que nos hayamos propuesto; es buena solo por el
querer, es decir, es buena en sí misma” (Kant, 2012: 34). Es más
valiosa que todas las inclinaciones juntas, y lo es porque la buena
voluntad es producida por la razón. Aquí es donde se encadena un
segundo concepto relevante, que es el tema del deber.
Para hablar del deber en relación con la buena voluntad, distingue
aquellas acciones que se hacen contra el deber (las cuales deja fuera
del análisis), de las que se realizan conforme al deber, pero
motivadas por las inclinaciones egoístas, y de las que se realizan
por deber. Solo las últimas, las que se realizan por deber,
constituyen una acción moral. El valor moral de la acción se
desprende, anuncia Kant, no del propósito que se quiere alcanzar con
ella, sino de la máxima por la cual la acción ha sido decidida. De
esta manera arriba a la definición de deber: El deber es la
necesidad de una acción por respeto a la ley (2012: 43). El respeto
es el único sentimiento que es espontáneamente producido por un
concepto de la razón, es por ello que la acción hecha por deber
queda desvinculada de la inclinación y de cualquier objeto de la
voluntad, por lo que solo puede determinar la voluntad, la ley y el
respeto que le tengo, obedeciéndola aun en perjuicio de las
inclinaciones.
Como la voluntad ha sido abstraída de las inclinaciones que pudieran
apartarla del cumplimiento de una ley, lo que resta es la legalidad
universal de las acciones. Así, el criterio para saber si una acción
es moral es que se pueda universalizar, esto es, pensar mi acción
como si fuese una ley universal, forma que tomará el imperativo
categórico.
El paso siguiente en el
encadenamiento argumental de la ética kantiana en la
Fundamentación... es
presentar los modos de acción del hombre: conforme a las leyes y por
representación de una ley, y que derivarán en dos conceptos
centrales dentro de su teoría: el imperativo hipotético y el
imperativo categórico. Kant asume la dificultad que implica
reconocer cuándo se actúa conforme al deber y cuándo por deber, ya
que lo que importa para caracterizar a la acción como moral es
conocer los principios íntimos que movieron a la acción, y en la
mayoría de los casos, es difícil saberlo con exactitud. Caracteriza
entonces como imperativo al mandato de la razón que resulta
constrictivo para la voluntad, representado en un principio objetivo
(2012: 63). Estos imperativos pueden mandar hipotéticamente, cuando
manda una necesidad de una acción posible como medio para conseguir
otra cosa que se quiere (2012:64); o categóricamente, esto es cuando
se representa una acción por sí misma como objetivamente necesaria
sin referir a otro fin (2012: 65). Explica Kant: “(...) si la
acción es buena sólo como medio para alguna otra cosa, entonces el
imperativo es hipotético. Pero si la acción es representada como
buena en sí, esto es, como necesaria en una voluntad conforme en sí
con la razón, como un principio de tal voluntad, entonces el
imperativo es categórico” (2012: 65).
Los imperativos hipotéticos son divididos en problemáticos
(llamados también “imperativos de la habilidad”), que dictan
cómo alcanzar mejor una meta, y en asertóricos, que dictan lo que
se debe hacer para alcanzar la felicidad, presuponiendo a esta como
un fin que todo hombre quiere (llamado también “imperativo de la
sagacidad”). Los imperativos categóricos, que son apodícticos,
mandan una conducta sin poner como condición ningún propósito, es
decir, mandan cumplir la acción por deber aun en contra de las
inclinaciones, por el solo respeto a ley.
Este concepto fundamental de Kant, se plantea a partir de varias
formulaciones distintas que ponen en evidencia su características
esenciales. Señalaremos algunas:
a) La universalidad como condición fundamental del imperativo: “obra
solo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se
vuelva ley universal” (2012: 74).
b) Los imperativos del deber pueden derivarse de la máxima anterior,
siendo la formulación del imperativo universal del deber: “obra
como si la máxima de tu acción debiera volverse, por tu voluntad,
ley universal de la naturaleza” (2012:75). Kant diferencia entre
deberes perfectos (estrictos) y deberes imperfectos (amplios),
categorías que combina con los deberes para con uno mismo, y para
con los demás (2012: 75). Así resultan cuatro categorías que Kant
ejemplifica, siempre teniendo en cuenta si las acciones propuestas
podrían someterse a la universalizabilidad de la regla, y si al
hacerlo no se vuelve contradictoria o impracticable.
c) Todo hombre existe como fin en sí mismo, y no para ser tomado
como medio para otra cosa: “obra de tal modo que uses la humanidad,
tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre
como un fin al mismo tiempo y nunca solamente como un medio” (2012:
85). Aquí también se dan cuatro ejemplos a partir de las categorías
de deberes propuestas por Kant, determinando, por ejemplo, que
respecto de los deberes estrictos para con los demás, ningún hombre
puede tomar a otro (engañarlo haciendo una promesa falsa) como
vehículo para conseguir fines (conseguir dinero). Nos detenemos en
este ejemplo puntual porque volveremos sobre él con particular
énfasis en nuestro análisis.
d) La autonomía de la voluntad se manifiesta en el hecho de que es
ella misma quien quiere la ley, no está sometida a interés alguno y
no puede ser subordinada a la ley, sino que ella dicta la ley
universal mediante la razón. Se autolegisla: “obra según la
máxima que pueda hacerse a sí misma al mismo tiempo una ley
universal” (2012: 96).
Finalmente, a partir del recorrido
trazado por el filósofo a lo largo de la Fundamentación...,
en el Capítulo tercero se
detiene en el concepto de libertad, que es quien sostiene el edificio
argumental del imperativo categórico. Si este es posible es porque
existe la libertad y el hombre puede actuar de forma libre: “[la
razón] Tiene que considerarse a sí misma como autora de sus
principios, independientemente de influencias ajenas; por
consiguiente, como razón práctica o como voluntad de un ser
racional, debe considerarse a sí misma como libre, esto es, su
voluntad no puede ser voluntad propia sino bajo la idea de la
libertad, y, por lo tanto, tiene que atribuirse -en sentido práctico-
a todos los seres morales” (2012: 114).
Lo que señala luego Kant es que por ser seres racionales, formamos
parte del mundo inteligible, donde pertenece la libertad, sin
embargo, no podemos conocer lo que es de ese mundo, porque conocemos
mediante experiencia sensible, ya que también somos parte del mundo
sensible. Por ello, la libertad no puede demostrarse, pero sí puede
pensarse (2012: 121), y a partir de ello puede sostener el imperativo
categórico como mandato de las acciones morales.
III. Deber y Estado nacional en Antígona Vélez
La obra Antígona Vélez
tematiza el enfrentamiento entre dos posturas en apariencia
irreconciliables. El núcleo del conflicto sigue muy de cerca el
conflicto sofocleano de Antígona, en
este caso, recontextualizado en la pampa argentina, durante el siglo
XIX. Los hermanos Martín e Ignacio Vélez se han enfrentado por el
dominio de las tierras, uno peleando para defender los dominios de la
estancia La Postrera, último bastión de la civilización de blancos
y cristianos; el otro, peleando para recuperar la tierra del bando de
los indios. Ambos hermanos mueren en el enfrentamiento: Martín
atravesado por una lanza en su costado (como un mártir cristiano),
Ignacio con una bala entre los ojos. Facundo Galván, el Creonte
marechaliano, cuya función es impartir la ley y cuidar de las
tierras hasta que los jóvenes crecieran, establece la prohibición
no solo de nombrar sino de enterrar a los traidores, ley que recae
directamente sobre Ignacio Vélez:
“Hombre 2°: Y Don Facundo Galván
se quedó en esta loma, con los hijos de don Luis, que todavía
jugaban. Su consigna fue la de agarrarse a este montón de pampa y de
novillos, hasta que Ignacio y Martín Vélez pudieran manejar un
sable contra la chusma del sur y un arado contra la tierra sin
espigas.
Hombre 1°: Recuerdo su amenaza:
'Los enemigos de La Postrera son mis enemigos'. […]
Hombre 2°: Ignacio Vélez desertó, y ha vuelto como enemigo.
Hombre 1°: Por eso está solo y desnudo, allá, en el agua podrida.
[…]
Hombre 2°: Está prohibido enterrar a Ignacio Vélez.” (Marechal,
2012: 18).
Allí comienzan a darse una serie de acciones de parte de los
personajes que podríamos intentar ver a la luz de la ética
kantiana. Antígona quiere enterrar el cadáver de su hermano muerto,
que han dejado en el barro como alimento de las aves de carroña y
como castigo ejemplificador. A Antígona la mueve la ley del amor
filial, pero sobre todo la ley que dicta que hay que sepultar a los
muertos. En boca de uno de los hombres del coro, se señala: “(...)
Leyes hay que nadie ha escrito en el papel, y que sin embargo mandan”
(2012: 17).
Por otro lado, Facundo quiere hacer cumplir la ley, y está dispuesto
a dictar sentencia si alguien osara incumplirla. A Galván lo mueve
el hacer respetar la ley de la civilización, lo que podría
asimilarse a la ley del Estado.
Si tomamos a grandes rasgos ambas
posiciones podríamos decir que ambos actúan o quieren actuar por
deber. Sin embargo, si sometemos las acciones a un análisis más
profundo, podríamos afirmar que ninguno de los dos actúa de forma
moral, sino que actúan movidos por sus inclinaciones, o al menos
dejan una brecha abierta al cuestionamiento.
En primera instancia ambos hacen
cumplir la ley que sostienen. Pero ninguna de las dos leyes podría
formularse como un imperativo categórico. Por un lado, Antígona
quiere actuar por respeto a una ley que podría formularse como ley
universal: “todos los hombres deben enterrar a sus muertos”, sin
embargo, podríamos suponer que esta máxima es contingente, y no
universal, ya que no todos los hombres entierran a sus muertos. Por
otro lado, si atendemos a las creencias del personaje y a la
tendencia general de la pieza al simbolismo cristiano, podríamos
pensar que esta no es una ley que le dicta la razón, sino que es una
ley religiosa, y la voluntad es dictada por la voluntad de Dios, por
lo cual, no se encuadraría dentro de la propuesta kantiana, ya que
no habría autonomía, sino heteronomía: “Antígona: La tierra lo
esconde todo. Por eso Dios manda enterrar a los muertos, para que la
tierra cubra y disimule tanta pena” (2012: 23).
Aun así, Antígona hace cumplir su
ley, y pareciera actuar por deber a esa ley. Aunque, también aparece
la sombra de la duda respecto de si el personaje no actúa motivado
por las inclinaciones, ya que sufre por el deterioro del cuerpo de su
hermano, y las condiciones injustas que le impartieron respecto del
otro. Se pregunta Antígona: “Si tuvieras el corazón partido en
dos mitades, y una estuviese aquí, entre ojos que la ven llorando, y
la otra tirada en la noche que no sabe llorar, ¿qué harías mujer?”
(2012: 21). De este modo, lo que la movería a la acción es el
dolor, la compasión, y no el deber.
En este momento donde Antígona reflexiona sobre la moral, sobre su
acción a seguir, conversa con Carmen, su hermana, quien claramente
no desea seguir la ley de Antígona. Carmen respeta la ley de Galván:
no entierra al traidor. Sin embargo, este personaje tampoco actúa
por deber, sino conforme al deber, pero a partir de un imperativo
hipotético, ya que la mueve el miedo al castigo. Le dice a su
hermana: “¡Tengo miedo! ¡La casa está muerta pero lo demás
escucha!” (2012: 22).
En el caso de Facundo Galván,
parecería que su ley podría formularse de acuerdo con la máxima:
“Todos los hombres deben hacer cumplir las leyes”, y hasta
podríamos pensar que aún sufriendo por la situación, la hace
respetar porque actúa por deber, por respeto a la ley: “Don
Facundo: (…) ¿Lo del Otro le duele? ¡A mí también! ¿O de qué
madera estaría yo hecho? Este pedazo de tierra se ablanda con sangre
y llanto. ¡Que las mujeres lloren! Nosotros ponemos la sangre. ¿No
es así hombres?” (2012: 26). Aquí vemos que Galván sufre por la
decisión, pero su inclinación no le impediría actuar por deber, ya
que hace cumplir la ley igual.
Dicho esto, igualmente no podríamos considerar su ley como una ley
dictada por el imperativo categórico, ya que no la toma como un fin
en sí, sino que es un medio para alcanzar un fin: evitar las
sublevaciones y la pérdida de las tierras. Siendo así, estaríamos
ante un imperativo hipotético del tipo problemático (de habilidad).
Castigar a los traidores es la mejor forma de conseguir que no los
vuelva a haber, y el castigo ejemplificador de no enterrar a Ignacio,
es un medio para lograrlo.
Si pensáramos desde una perspectiva más amplia, y consideráramos
que Galván impone una ley de castigo a los traidores y la hace
cumplir con el objetivo civilizatorio y la búsqueda de la paz, no
dejaría de llevarse a cabo por un imperativo hipotético, pero
podría tratarse, en este caso, de uno de sagacidad, ya que vivir en
paz es una forma de alcanzar la felicidad, y por lo tanto, cumplir la
ley para civilizar y pacificar es una condición para la felicidad.
Este pareciera ser el verdadero fundamento de su acción, que no
sería una acción moral:
“Don Facundo: (…) Ahí está mi
razón. La tierra es o no es del hombre. Y no es del hombre cuando
uno la enamoró como a una novia y tiene que dejarla. […] Por eso
me agarré yo a esta loma y no la suelto. La tierra es del hombre
cuando uno puede nacer y morir en ella.
Capataz: Y plantar amores y espigas que ha de cosechar uno mismo, y
no la mano sucia de un bárbaro.
Don Facundo: Mi razón es ésa. Y no la soltaré aunque lloren las
mujeres y sangren los hombres. Para eso estamos aquí: para sangrar y
llorar. ¿Entienden?
Peones: ¡Así nos enseñaron!
Don Facundo: ¿Y qué más podríamos hacer nosotros? Algún día, en
esta loma, vivirán hombres que no sangran y mujeres que no
aprendieron a llorar. Esa es mi razón. ¿Cómo podría yo ser blando
con los que la traicionan? Por eso está el Otro allá, tendido en su
inmundicia.” (2012: 26-27)
Cuando Antígona finalmente entierra
a Ignacio, actuando según su propia ley pero incumpliendo la de
Galván, este debe hacer cumplir la ley que él mismo formuló (“Está
prohibido enterrar a los traidores”), sobre Antígona. El hecho de
actuar conforme a la ley, conlleva en esta oportunidad, una acción
no moral que es tomar a la persona de Antígona como medio para un
fin, contradiciendo el imperativo moral que dicta que todo hombre es
un fin en sí mismo. Al igual que en el caso de Ignacio sin
sepultura, la muerte de Antígona se volverá un castigo
ejemplificador:
“La vergüenza de Ignacio Vélez,
acostado en el barro ahora, no lo puede alcanzar a él, naturalmente.
Pero toda su indignidad grita en la llanura esta noche. ¡Y seguirá
gritando hasta que se le hagan polvo los huesos! Esa carroña
gritará, no para Ignacio Vélez que ya no sabe oír, sino para los
hombres que lo vean podrirse (sic)
y anden queriendo traicionar la ley de la llanura.
Antígona: ¿Qué ley, señor?
Don Facundo: La de agarrase a este suelo y no soltarlo.” (2012: 29)
En la escena siguiente, ambos personajes se enfrentan, y con ellos,
sus leyes. Podríamos tender a creer que estamos ante un conflicto de
deberes. Sin embargo, desde una lectura kantiana, esto no es posible.
Primero, porque la ética kantiana no admite conflicto de deberes, ya
que ningún deber que fuera tal podría entrar en contradicción con
otro, por su misma condición racional y universal. Segundo, porque
en este caso, no se trata de deberes, según la lectura kantiana,
sino que uno constituye un deber dictado por la voluntad divina, y el
otro no es un deber, sino un mandato que actúa como consejo de la
razón para una mejor consecución de un fin. Estos mandatos se
enfrentan, y en ese enfrentamiento se pone en juego, cuál prevalece
por sobre el otro:
“Don Facundo: Mujer, ¿sabías cuál era mi voluntad?
Antígona: Yo seguí otra voluntad anoche.
Don Facundo: ¡En esta pampa no hay otra voluntad que la mía!
Antígona: La que yo seguí habló más fuerte. Y está por encima de
todas las pampas.” (2012: 40)
“Don Facundo: Yo he dado mi ley a esta casa. El que tenga otra debe
salir, hombre o mujer.
Lisandro: ¡Padre, no es justo! Eso vale tanto como la muerte.
Don Facundo: (a Lisandro) ¿Lo podrías jurar? Yo no. Todo estará en
las patas de un caballo. Entre su ley y la mía, que Dios juzgue.”
(2012: 43)
Antígona acepta sin embargo las
consecuencias de su decisión, sabe que va a morir al ser desterrada
de la estancia a pleno día, en un caballo, frente a los indios, como
lo dispuso Galván. El hecho de aceptar una ley que dicta que debe
cumplirse con el castigo cuando uno comete un error a sabiendas,
podría tratar de universalizarse de la siguiente manera: “Todos
los hombres deben aceptar el castigo previsto para la mala acción
que hayan cometido a conciencia”, y actuar por deber a esa ley en
el caso de que resultara un verdadero imperativo categórico, podría
constituir un acto moral. Sin embargo, Antígona no cumple con esa
ley de aceptar su muerte por deber, sino por inclinación. Ella
destaca que su razón de ser en la vida ha terminado con la muerte de
sus hermanos: “Antígona: (…) Yo tenía un quehacer en esta
pampa: la gente dice que mi padre murió en la costa del Salado, y
que Antígona Vélez nunca tuvo muñecas, porque debió ser la madre
de sus hermanitos. (En un arranque de pena)
¿Y dónde los tiene ahora? ¡No y no! Antígona se ha quedado sin
labores. Y todo será fácil” (2012: 46).
Por otro lado, hay otra cuestión de fondo más ríspida: si ella
aceptara morir por respeto a la ley, ¿qué pasaría con su deber de
conservación de la vida, aquel que analiza Kant en el caso de los
deberes estrictos para con uno mismo? Podría entonces pensarse que
la máxima planteada arriba necesitaría de un ajuste ya que no se
debería penalizar un incumplimiento de la ley con la pérdida de la
vida, que es un bien que se debería conservar. ¿Justifica
la formación del Estado una muerte ejemplificadora? ¿Qué sucede
con el principio de la conservación de la vida? Aquí nos
detenemos porque es un tema muy complejo que excede los límites de
este trabajo.
Ni siquiera el amor hace dudar a Antígona de cumplir con el castigo
impuesto por el incumplimiento de la ley formulada por Galván. Ella
se viste de hombre y se prepara para salir de la estancia, con la luz
del sol, a cabalgar hacia los indios. En esta instancia de la obra,
opera un cambio en Antígona: cambian los motivos del cumplimiento de
la ley. Ya no lo hace por no tener motivos para vivir, porque de
hecho los tenía en el amor declarado de Lisandro Galván, pero sin
embargo, esta los rechaza, y esta vez, pareciera ser que lo hace por
deber. Explica: “Antígona: El hombre que ahora me condena es duro
porque tiene razón. Él quiere ganar este desierto para las
novilladas gordas y los trigos maduros; para que el hombre y la
mujer, un día, puedan dormir aquí sus noches enteras; para que los
niños jueguen sin sobresalto en la llanura. ¡Y eso es cubrir de
flores el desierto! (…)” (2012: 52). Pero vemos que no, el
cumplimiento es solo un medio para un fin: cumplir la ley para
conseguir la civilización y la paz. Nuevamente nos encontramos ante
un imperativo hipotético. Por otra parte, se vuelve a incurrir en
una contradicción con la formulación de la máxima que señala que
el hombre es un fin en sí mismo, ya que ella, aceptando la muerte
como “justa”, se toma a sí misma como medio para un fin:
pacificar y civilizar. Antígona termina, de este modo, asimilando su
visión a la de Galván, legitimando su ley y su propósito:
“Antígona: ¡Él quiere poblar de flores el sur! Y sabe que
Antígona Vélez, muerta en un alazán ensangrentado, podría ser la
primera flor del jardín que busca. Eso es lo que anda sabiendo él,
y lo que yo supe anoche, cuando le tiré a Ignacio Vélez la última
palada de tierra y subí cantando a esta loma (...)” (2012: 52).
Finalmente, Antígona sale con su caballo, y cumple con la ley que le
impone el castigo. Detrás de ella sale su enamorado, y mueren juntos
atravesados por una misma lanza. Cuando devuelven los cuerpos a la
estancia, Galván los mira con aire de circunspección y manda
enterrarlos debajo del ombú donde ellos habían vivido su último
idilio. El coro se lamenta de que esa joven pareja hubiera muerto sin
dar a luz hijos. Pero Galván dice que ya están casados, y sí le
darán nietos. El coro de hombres, extrañado, le pregunta cuáles, y
Facundo cierra la pieza con las siguientes palabras que explicitan el
fin último perseguido por Galván: “Todos los hombres y mujeres
que, algún día, cosecharán en esta pampa el fruto de tanta
sangre”.
Esta es la base, para Marechal, de la creación del Estado Nacional.
De este enfrentamiento ha nacido. Mirémoslo por última vez desde
una óptica kantiana: El Estado Argentino se funda, según esta pieza
de Marechal, no en una acción moral, sino en una acción dictada por
una inclinación, a saber: el cumplimiento de ciertas leyes, que no
podrían ser aplicadas de manera universal, para conseguir ciertos
fines, en este caso la paz (entendiendo por esto que la civilización
se impusiera sobre la barbarie) y la felicidad de todos los hombres.
Pero ya lo explica Kant: la felicidad se supone que es un bien que
quieren todos los hombres, pero sin embargo, es un concepto
impreciso, que depende de la experiencia, y en definitiva: “(...)
no es un ideal de la razón, sino de la imaginación, que descansa en
meros fundamentos empíricos” (Kant, 2012: 71). Lo que para Facundo
Galván justificó su actuar, incluso tomando como medio para ello
las vidas ajenas, no se apoya más que en una mera contingencia.
Si ninguna de las acciones que forman parte de la conformación del
Estado puede calificarse de moral, y todas quedan por fuera de este
modelo kantiano de acción moral, ¿cómo podemos analizar el grueso
de la acciones? ¿Bajo qué otras perspectivas de la ética podríamos
darle sentido a estos conflictos, a estas acciones?
IV. Ética kantiana, conflicto, tragedia y Nación
La ética kantiana, según Lariguet (2009), reduce notablemente la
aceptación de los conflictos como parte constitutiva de la vida
humana. El agente racional kantiano formula leyes mediante su razón
que son de validez universal, esto es, valen para todas las personas
en todas las circunstancias. Esta autonomía, según Lariguet:
“(...) nos permite pensar que la fortuna o la suerte moral quedará
fuera de los asuntos que incumben a nuestra decisiones. (…) Si un
agente moral individual logrando ser racional no puede tener ya
conflictos internos, pues le ha ganado ya la batalla a sus
inclinaciones malvadas, la orientación compartida a los mismos fines
por muchos agentes racionales evitaría caer en conflictos sociales
irresolubles en una misma cultura o entre diferentes culturas
orientadas a alcanza la paz perpetua” (2009: 12).
Difícilmente esta armonía conceptual e idealista se da en la
práctica. En la teoría kantiana no
hay lugar para la contradicción, la razón debería dictar todas las
respuestas para la resolución práctica de los diferentes casos,
según Lariguet: “Aceptar conflictos trágicos desmoronaría una
construcción que hace de una autonomía fuerte (…) y de la
universalidad del juicio, sus principales instrumentos de defensa
frente a lo trágico” (2009: 12-13). Sin embargo, resulta
difícil negar que en la pieza de Marechal asistimos a una
representación de un conflicto que se resuelve por vías
cuestionables, bastante lejos de la idealidad kantiana planteada en
la Fundamentación de la metafísica de las costumbres.
Es necesario en este punto, entonces, admitir que el concepto de
dilema o conflicto trágico, entendido como: “una forma de
conflicto práctico, esto es una especie de fuerte tensión entre
alternativas normativas (normas, valores, principios, etc.) que
determinan -en forma incompatible- lo que debe o no hacerse; por lo
tanto, será imposible, por definición, que un agente pueda
satisfacer simultáneamente ambas alternativas igualmente
respetables” (Lariguet, 2009: 3), resulta quizás más enriquecedor
para una lectura de Antígona Vélez, que
la propuesta kantiana. El fenómeno trágico consiste en que ante
estos dilemas o enfrentamientos de posturas irreconciliables, que ya
no son los “deberes” kantianos sino algo más amplio, no hay
escapatoria.
Si leemos el conflicto por fuera de la ética kantiana, Antígona
defiende el mandato de enterrar a los muertos, una ley
religiosa-familiar, irreconciliable con el mandato de la obediencia a
la ley de no enterrar a los traidores, sostenida por Galván. Aquí
el conflicto normativo señala que es imposible dilucidar cuál de
los dos debería prevalecer, ya que los dos son igualmente válidos.
En el caso de la obra en particular, Marechal toma partido.
Destacando la figura de Galván como centro ideológico, legitima la
prevalencia de la ley del Estado por sobre la religiosa-familiar,
porque el mensaje de la pieza apunta a mostrar cómo el valor de la
construcción del Estado está apoyado sobre un sacrificio necesario
(la sangre y las lágrimas, mencionada tantas veces en la obra) para
la posterior pacificación y armonía. Ambos personajes están
obligados a actuar frente una situación que los moviliza, no pueden
permanecer indiferentes, pues en ello se juegan sus principios. Esto
es lo que hace de sus acciones, un material válido para la ética:
“(...) en la medida en que lo 'trágico' nos enfrenta a nosotros
mismos, a nuestra libertad y al sentido de nuestra existencia, no
caben frente a él
ni la pasividad ni la indiferencia. Obliga a decidir, a una decisión
existencial que compromete a toda la persona, la de ser yo mismo y,
por ende, a actuar en uno u otro sentido. Es aquí donde reside la
dimensión ética del conflicto trágico (...)” (Calatroni, 2009:
817).
Para Rinesi, el conflicto es constitutivo de la política, al igual
que en la tragedia, cuando dos miradas o dos vías de acción se
expresan en imperativos que se vuelven irreductibles, y chocan sin
poder conciliarse, como con Antígona y Galván, que al igual que en
el caso de los protagonistas del mito reescrito: “no existe ningún
terreno común en el que las pretensiones morales de una y otro
puedan encontrarse” (Rinesi, 2005: 14), es por ello que una reduce
a la otra a la fuerza, no sin un caro coste o sacrificio: “En el
dilema trágico siempre hay algo que se sacrifica y ese algo pervive
como residuo y recordatorio de que no se ha tomado una decisión
correcta o del todo correcta” (Calatroni, 2009: 820). Este
conflicto trágico puesto al servicio de otro conflicto de fondo como
es la antinomia civilización-barbarie, no ha podido resolverse sino
de manera trágica, sacrificando muchas vidas, al igual que tantas
otras antinomias que se han producido en la historia política de la
Argentina: “Todos participan por igual de una colisión u oposición
trágica entre dos valores positivos, donde la elección de uno
implica la destrucción y/o la anulación del otro” (Calatroni,
2009: 821).
Esta irreductibilidad del conflicto, que en esta pieza termina por
resolverse a la fuerza anulando al otro, cobra un sentido profundo.
¿Qué es posible decir de ese Otro anulado, desde una lectura de la
ética kantiana? ¿Qué otra perspectiva nos permitiría enriquecer
el análisis? Nos detendremos en esto.
Según Bermejo Barrera, en la ética kantiana el carácter universal
del imperativo categórico garantiza la realización social del
hombre, ya que las máximas dictadas por la razón que son buenas
para todos los individuos, forma un conjunto de leyes que todos
guiados por la razón, podríamos hacer efectivas como morales. De
esta manera, la ética y el derecho, y el individuo y el Estado,
mediante una ley que es individual pero colectiva al mismo tiempo,
podrían existir en armonía. Sin embargo, Bermejo Barrera se apoya
en Hegel para afirmar que esta concepción parte de un Yo
y no de un Nosotros,
que está sobre la base de la concepción social del hombre, por lo
que la verdadera naturaleza social del hombre no sería tomada en
cuenta (2003: 417).
El Otro, en Kant, solo toma estado
en tanto considera la universalidad, pero no es tenido en cuenta
desde las condiciones sociohistóricas, empíricas, ya que la ética
kantiana aparta aquello que resulte contingente. Así, las acciones
parecerían realizarse en el vacío. Por el contrario, en éticas
como la de Hegel, de Schopenhauer o Nietzsche, sí aparece el marco
social y político y la relación entre un Yo
y un Tú, donde el
otro está inscripto en mi autodeterminación (2003: 418).
Este aspecto, que no pertenece a un
enfoque kantiano, nos resulta interesante y más enriquecedor para
pensar el hecho de que Galván imparta él mismo la ley y la haga
cumplir a partir del sacrificio evitable de otras vidas, y por otro
lado, desde una concepción sesgada, donde el Otro: el indio y el que
piensa diferente, no tienen cabida:
“Don Facundo: Yo he dado mi ley a
esta casa. El que tenga otra debe salir, hombre o mujer” (Marechal,
2012: 43)
“Rastreador: El capitán Rojas
dice que barrerá de indios esta llanura.
Don Facundo: ¡Dios lo quiera! Esta loma es una punta de lanza metida
en el desierto. Más al sur no hay ni una espiga ni una rosa (...)”
(Marechal, 2012: 34)
De acuerdo con García Castillo (2004: 235), quien analiza a
Nussbaum, Creonte representa la ética del Estado y Antígona, la
ética familiar. Esto mismo podría hacerse extensivo en el análisis
a Facundo y a Antígona. Siguiendo la metáfora de la cuidad como
barco, de la que habla Nussbaum: “La ciudad es un barco: sin ella,
los ciudadanos nada pueden hacer. Debe encontrarse en buen estado
para que prospere la amistad” (1995: 100); “La metáfora nos
enseña que, al igual que el barco, la ciudad es un instrumento
creado por el hombre para el sometimiento del azar y el dominio de la
naturaleza. En esta tradición metafórica, la ciudad-barco es un
refugio estanco contra el mar, una barrera interpuesta contra los
peligros exteriores” (1995: 101), podemos pensar a Facundo como el
baluarte de las leyes de la civilización-Estado, quien necesita
fortalecerlo con el cumplimiento de dichas leyes, contra los peligros
de la barbarie, de otras leyes como la religiosa, del otro y del
traidor. Para garantizar la paz y la seguridad de los
civilizados-ciudadanos, debe reducir todo conflicto a partir de la
inexorabilidad de la ley. El precio que se paga por ello es el Otro.
El actuar de Galván estaría mejor encuadrado para su comprensión,
ya no dentro de una ética deontológica, como es la ética kantiana,
sino dentro de una ética consecuencialista, en la que el porqué de
la acción depende de las consecuencias (Maliandi, 2009: 100). Para
que pudiera encuadrarse dentro de la ética kantiana, sería
necesario poder “proporcionar argumentos que justifiquen la
prevalencia de las intenciones por encima de los efectos; tiene que
demostrar esos 'principios', y demostrar que son válidos”
(Maliandi, 2009: 100), lo cual, como hemos visto, resulta imposible
en el caso de Galván. Esto nos lleva a pensar, de acuerdo con la
mirada de Mirta Arlt, que Marechal construye la figura de Galván,
encuadrada en una ética-polítca en la que el utilitarismo,
fundamenta el abuso de poder: “Marechal, en cambio, a través del
personaje de Galván, aborda el pensamiento ético-político
representativo de las utopías totalitarias, según el cual, el fin
justifica los medios” (1998: 208). Pareciera que dentro de la
lógica dicotómica civilización-barbarie, en nombre la
civilización, un fin “pacificador”, el uso y abuso de poder se
vuelve necesario: si para la paz hay que matar como castigo
ejemplificador, pues está justificado. Según señala Martínez
Gramuglia: “Los medios bárbaros se justifican si el fin es
civilizado” (2007: 47).
Arlt, agrega, además, un dato que abona esta interpretación,
vinculado con la reescritura: en la Antígona criolla, el personaje
de Tiresias, que es quien le marca a Creonte su error, fue eliminado.
Esto pareciera ser así porque Galván, en contraste con Creonte, no
se arrepiente de su acción. Considera que hizo lo necesario para
conseguir su fin, según Martínez Gramuglia, “(...) si no hay
arrepentimiento es porque está absolutamente convencido de que ha
obrado bien” (2007: 47). En palabras de Arlt: “Galván no tiene
'errores' que reconocer, pues su situación lo enmarca en una
dialéctica de matar para el bien, esta dinámica de pensamiento está
relacionada naturalmente con lo teleológico, que justifica las
guerras y las matanzas fratricidas y con las posiciones nacionalistas
desde que el hombre es hombre” (1998: 211).
Esta consideración nos lleva a tener en cuenta otro aspecto que
creemos que nos daría más herramientas para comprender la ética de
estos personajes, esto es, el señalamiento que hace Arlt sobre la
situación que enmarca la acción de Galván. Como explica Damiani
(2009), los conflictos normativos no se dan a priori, sino que
suceden en el marco de la experiencia. En el caso de Antígona, el
deber de cumplir la ley aceptada por todos que indica que es
necesario cumplir por deber con el castigo que se deriva de haber
transgredido una norma a conciencia, entraría en conflicto con el
deber de la preservación de la vida.
Creemos que este podría ser el único caso en la obra en el que se
presenta un verdadero conflicto moral, ya que de cumplirse uno no
podría cumplirse el otro. Que esto sea así, siguiendo el planteo de
Damiani, es porque se da bajo ciertas condiciones contingentes. Si el
castigo impuesto fuera la detención, y no la muerte, no habría
conflicto, al igual que si fuera el destierro, aunque no en
condiciones de muerte segura, como sí sucede en este caso. Por lo
que: “Si el conflicto entre obligaciones morales depende
exclusivamente de condiciones fácticas y contingentes, entonces no
se trata de un conflicto a priori, sino a posteriori” (2009: 516).
En este sentido, un análisis de Antígona Vélez desde la
perspectiva kantiana nos resulta, al menos, problemático.
IV.
Consideraciones finales
Una lectura de Antígona Vélez desde la ética kantiana, a partir de
la Fundamentacion de la
metafísica de las costumbres,
es una de las tantas lecturas posibles. La obra marechaliana intenta
retratar, declaradamente, que la fundación de un Estado requiere de
algunos sacrificios, y que es necesaria la figura fuerte de un
gobernante para llevar a cabo un proyecto de esa talla. La elección
de reescribir el mito de Antígona no es gratuita, obedece a un
señalamiento de que en la base de la fundación de la Nación
Argentina yace una tragedia, de sangre y llanto, y que si gozamos hoy
de esa “civilidad” es porque otros debieron jugarse la vida por
ello. La ley del Estado se impone por sobre cualquier otra ley
(familiar, religiosa) de forma necesaria. Pero para ello, no escatima
en usar todo tipo de medios, aún los más cuestionados, para
alcanzar los fines.
Creemos que una lectura desde la
teoría kantiana es viable pero es quizás limitada. La fuerte
racionalidad y rigorismo de la ética kantiana deja afuera matices
que resultan interesantes para comprender distintos aspectos que la
obra plantea.
En primer lugar, arribamos a la conclusión de que según una lectura
kantiana, el Estado Nacional desde la perspectiva marechaliana, no se
funda en ninguna acción moral. ¿Qué tipo de acciones lo fundaron
entonces? Acciones movidas por la inclinación, que responden a
mandatos que desvían la buena voluntad, y donde el amor propio o
incluso voluntades que no son las de la razón autónoma sino de la
voluntad divina, empujan la acción. Nadie actúa por respeto a la
ley. En algunos casos sí lo hacen conforme al deber y en otros
contra el deber. Pero hasta allí llega la posibilidad del análisis.
Entonces, otras preguntas surgen:
¿si los conflictos de principios, valores, deberes siguen dándose
por fuera de lo que Kant considera acciones morales, desde qué otro
punto de vista podemos abordarlos para darles sentido? ¿Qué sucede
con ese conflicto que aún sigue allí, patente y que necesitamos
explicar de alguna manera más rica? ¿Qué pasa con las decisiones
que toman indefectiblemente los personajes y sus consecuencias? ¿Qué
pasa con el Otro, figura múltiple y resistida en la pieza, sobre el
que se toman decisiones y respecto de que se realizan acciones? ¿Qué
sucede con la dimensión interna de los personajes en la instancia de
la duda y la reflexión moral?
Para ensayar algunas respuestas
hemos considerado ir más allá de la lectura kantiana. Propusimos
tener en cuenta las condiciones de la experiencia en que se da el
conflicto, aspecto que rechaza la ética kantiana, lo cual nos ha
permitido: a) preguntarnos por el Otro, su valoración, y su lugar al
momento de considerar nuestras acciones; b) analizar las acciones
desde una ética consecuencialista y no deontológica, estableciendo
que Galván es movido siempre por el fin de consolidar la
civilización-el Estado; c) considerar que también hay un espacio
para introducir la reflexión sobre los valores, principios,
determinaciones contextuales, y no solo el riguroso deber que imparte
la razón, en el comportamiento humano; y d) advertir que muchas
veces los que parecen conflictos irreductibles de la razón, dependen
necesariamente de la experiencia.
Por otra parte, integrar el
concepto de conflicto trágico, desactivado en la ética kantiana, ya
que circunscribe el correcto actuar humano solo a la razón, nos
abrió a una lectura más humana, más cercana a lo que refiere
Nussbaum acerca de la fragilidad del ser humano.
Estas pequeñas incursiones en otras teorías o al menos en otras
perspectivas, aunque fragmentarias y seguramente insuficientes, nos
dejan, sin embargo, la certeza de que la ética kantiana más
rigurosa, es un enorme edificio racional, coherente y sin fisuras,
que en algunos casos es fundamental y muy útil, pero que puede
resultar estrecho para responder a algunas cuestiones prácticas, que
como seres racionales, emocionales y sociales nos toca transitar.
V.
Bibliografía
Adsuar Fernández, M., 2004. “Muerte y transfiguración de Antígona
Vélez”, Tonos Revista Electrónica de Estudios Filológicos,
n. 8, disponible en
http://www.um.es/tonosdigital/znum8/Resenas/3-libro_antigona.htm
Arlt, M., 1998. “El mito griego: permanencia y relatividad en
Antígona Vélez, de Leopoldo Marechal”, en Osvaldo Pellettieri
(ed.), El teatro y su crítica, Buenos
Aires, Galerna – Facultad de Filosofía y Letras (UBA), pp.
205-212.
Bermejo Barrera, J., 2003. “Edipo, Kant y P. Levi: Una reflexión
sobre la autonomía de la voluntad”, Habis, n. 34, pp.
411-428.
Bonilla, A., 2002. “Antígona y la ética contemporánea”, en
Bauzá, H. (comp.), El imaginario en el mito clásico. Estudios de
la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, Buenos Aires,
Academia Nacional de Ciencias, pp. 165-182.
Calatroni, M., 2009. “Razón
y dilema trágico”, Actas de las Jornadas Nacionales de Ética
“Conflictividad”, Buenos Aires, 10, 11 y 12 de Junio, Universidad
de Ciencias Empresariales y Sociales (UCES), Tomo II, pp. 815-828.
Crelier,
A., 2009. “Conflictos de deberes: una reflexión a partir de Kant”,
Actas de las Jornadas Nacionales de Ética “Conflictividad”,
Buenos Aires, 10, 11 y 12 de Junio, Universidad de Ciencias
Empresariales y Sociales (UCES), Tomo II, pp.
491-510.
Damiani, A., 2009. “Las
condiciones fácticas del conflicto normativo”, Actas de las
Jornadas Nacionales de Ética “Conflictividad”, Buenos Aires, 10,
11 y 12 de Junio, Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales
(UCES), Tomo II, pp. 511-524.
García
Castillo, P., 2004. “Martha C. Nussbaum: La
fragilidad del bien”,
Azafea
Revista Filosófica,
n. 6, Ediciones Universidad de Salamanca, pp. 231-260.
Kant, I., 2012. Fundamentación
de la metafísica de las costumbres, Buenos
Aires, Las cuarenta.
Lariguet, G., 2009. “La Ética frente a los dilemas trágicos:
Guerreros, Pacificadores y Cirujanos”, A Parte Rei Revista de
Filosofía, n. 64, pp.
1-27.
Maliandi, R., 2009. Ética: conceptos y problemas, Buenos
Aires, Biblos.
Marechal, L., 2012. Antígona
Vélez, Buenos Aires, Colihue.
Martínez Gramuglia, P., 2007. “Mito, política y usos políticos
del mito: Antígona Vélez”, Cuadernos del CILHA, año 8, n.
9, pp. 41-50.
Nussbaum, M., 1995. “Cap. 3: La
Antígona de Sófocles:
conflicto, visión y simplificación”, en La fragilidad
del bien. Fortuna
y ética en la tragedia y la filosofía griega,
Madrid, Visor.
Rinesi, E., 2005. Política
y tragedia. Hamlet, entre Hobbes y Maquiavelo, Buenos
Aires, Colihue.
Werth, B., 2013. “Leopoldo Marechal’s Antígona Vélez and the
Symbolic Landscapes of Peronism”, en
Duprey, Jennifer (Ed.), Whose Voice Is This? Iberian and
Latin American Antigones, Hispanic Issues On Line, pp. 24-41.
No hay comentarios:
Publicar un comentario