Bajo
el título de Bestiario, Cortázar saca a la luz, en 1951, un
volumen de cuentos inquietantes. Es su primer libro de cuentos
publicado, ese que cobijará a “Casa tomada” y “Carta a una
señorita en Paris”, entre otros seis cuentos de igual calidad:
“Lejana”, “Ómnibus”, “Cefalea”, “Circe”, “Las
puertas del cielo” y “Bestiario”, último cuento que da título
al libro. Me interesa, ante todo, proponer una línea de lectura
sobre este maravillosa obra, a partir de su título y la idea de un
bestiario del hombre moderno.
Los
ocho cuentos del volumen parecen trabajar sobre dos realidades que se
tocan, se fusionan, y hasta conviven. Una realidad cotidiana donde
irrumpe lo extraño, lo amenazante, lo desconocido, asomando como la
punta del iceberg de otra realidad que hasta el momento parecía
solapada, no advertida, olvidada. Esta aparición inquietante de lo
otro funda lo fantástico cortazariano: aquello que no puede
explicarse, que inquieta, que siembra la duda, pero que opera
inexplicablemente sobre nuestra realidad cotidiana. Pensando en la
concepción que el mismo Cortázar tiene acerca de lo fantástico,
podría hablarse de un realismo ampliado:
(…) desde muy niño lo fantástico no era para mí lo que la gente
considera fantástico; para mí era una forma de la realidad que en
determinadas circunstancias se podía manifestar, a mí o a otros, a
través de un libro o un suceso, pero no era un escándalo dentro de
una realidad establecida. Me di cuenta de que yo vivía sin haberlo
sabido en una familiaridad total con lo fantástico porque me parecía
tan aceptable, posible y real como el hecho de tomar una sopa a las
ocho de la noche (…) creo que yo era ya en esa época profundamente
realista, más realista que los realistas puesto que los realistas
como mi amigo aceptaban la realidad hasta un cierto punto y después
todo lo demás era fantástico. Yo aceptaba una realidad más grande,
más elástica, más expandida, donde entraba todo” (Cortázar,
2014: 50).
Así,
son pequeñas actitudes de los personajes, pequeñas ambigüedades,
las que irrumpen en el mundo real, abriendo una duda, una pregunta
irresuelta, y cuya aceptación o respuesta, puede trastocar las leyes
de ese propio mundo, o al menos perturbar ese orden
establecido. La realidad cortazariana admite cierta esfera
fantástica, donde los monstruos rondan y se manifiestan.
Creemos
que Bestiario, al modo de los bestiarios medievales, actúa
como un catálogo de bestias que acechan al hombre en su cotidianidad
y que están tan cerca y le son tan familiares que suele no
advertirlas, hasta que es demasiado tarde. Esas bestias reflejan los
temores más profundos del ser humano moderno: la pérdida de la
identidad, la locura, los fantasmas que nunca se van, la muerte, la
mirada ajena, la falta de control racional, la violencia, el Otro
como amenaza.
En
los clásicos bestiarios lo monstruoso como proyección de algo
amenazante estaba objetivado en una bestia, un ser que existía por
fuera del hombre mismo, pero que actuaba sobre él, y de ello venía
su peligro.
El
bestiario cortazariano opera a partir de los mencionados temores del
hombre moderno, que no se objetivan fuera de él, sino que se
encarnan en él: él mismo puede transformarse en su propia
monstruosidad, o puede proyectarla sobre su realidad a partir de su
mente o su propia acción.
En
este sentido, el cuento “Casa tomada” trabaja con el miedo a la
pérdida de la identidad, del espacio propio y personal que nos
identifica. La casa en la que dos hermanos viven y que representa la
herencia y la tradición familiar, es tomada por algo, una fuerza,
una amenaza no identificable, que va desplazando a los protagonistas
hacia la calle, despojándolos por medio del terror, de su propio
espacio. Esta “cosa” resulta tan amenazante, que son incapaces de
enfrentarla, y crean ciertos mecanismos de negación para sobrellevar
el pánico que crece en ellos. Así, minimizan la circunstancia,
hacen ruidos y levantan la voz para tapar los sonidos que salen de la
parte tomada, y hasta tiran la llave a la alcantarilla para que si un
ladrón decide entrar, no se lleve semejante sorpresa ante lo
monstruoso.
Como
vemos, ni siquiera la pérdida de los bienes es lo que espanta a
estos hermanos, sino algo mucho más profundo, el hecho mismo de ser
amenazados por una otredad que los despoja por completo de aquello
que los identificó y que resultó el eje de sus vidas. Recordemos
que ellos limpiaban y cuidaban la casa como única actividad
importante durante su día, además de sus respectivos hobbies: tejer
y leer literatura francesa. La amenaza de la otredad se transforma en
una bestia que despoja del espacio propio burgués y roba la
tranquilidad. Algunos han visto en esa otredad amenazante al
peronismo, que “toma la casa” y los despoja de sus posesiones,
las cuales resultan fundamentales para la construcción de su
identidad burguesa. Esta lectura política es perfectamente
compatible con nuestra propuesta.
En
“Carta a una señorita en París”, por el contrario, la
bestialidad nace del personaje mismo: el protagonista vomita conejos,
al principio con cierta regularidad, y al mudarse al departamento de
Andreé lo hace con tanta frecuencia (once conejos en apenas unos
días) que esto lo empuja a enfrentar su mayor temor: que todo se
salga fuera de control. El temor al desorden, al caos, a lo que no
puede manejarse racionalmente, aqueja al hombre que se ve sobrepasado
por la animalidad creciente y el caos que se circunscribe a un
departamento en perfecto orden, que está siendo destrozado y del que
él es responsable. La desesperación lo lleva a eliminar el problema
de raíz: suicidarse es matar la animalidad, dar un punto final a la
irracionalidad, al desorden y volver a poner un equilibrio, que fue
roto al trastocar la rutina.
“Lejana”
también presenta un tipo de bestialidad interior: ese otro que no es
yo y sin embargo nos habita, la propia otredad. Esa otra mujer que
Alina Reyes siente entre el frío y los golpes, no es más que el
rostro oscuro de sí misma, que convive con su máscara social, la
Alina amada y admirada. La otra, sin embargo, sufre, es una mendiga.
Pero algo habilita una lectura más allá: Alina misma se pregunta si
esa otra existe en realidad, lo que instala el tema del doble, tan
famoso en la literatura y tan inquietante: “Ir a buscarme. Decirle
a Luis María: «Casémonos y me llevas a Budapest, a un puente donde
hay nieve y alguien». Yo digo: ¿y si estoy? (Porque todo lo pienso
con la secreta ventaja de no querer creerlo a fondo. ¿Y si estoy?).
Bueno, si estoy… Pero solamente loca, solamente…”. Tanto si la
mendiga es un otro yo no aceptado, oscuro, escindido, como si es
real, lo inquietante es que al final del cuento logra fusionarse
tanto con el yo de la protagonista que invierten sus roles, y el
verdadero yo de Alina se pierde en un Otro. El cuento recorre,
considerando la primera lectura, la imposibilidad de aceptar ese lado
oscuro en el que se sufre y nos habita y con el que en general no
queremos reconciliarnos, aunque escuchamos su llanto. Aceptarlo es
quizás vivir en el dolor, en la mendicidad humana. Y si tomamos la
lectura desde el tema del doble, el miedo a perder la propia y
auténtica personalidad en la usurpación que ese otro hace de
nosotros, puede ser muy perturbador.
El
miedo representado en “Ómnibus” es a la mirada ajena. Los
pasajeros, el conductor y el guarda observan hasta el ridículo y el
acoso a dos pasajeros solo por ser distintos, por no llevar flores en
la mano, por no bajar en Chacarita. Un temor sobrecogedor los carcome
al darse cuenta en sus diálogos que podrían haber llevado al menos
una flor en ojal, o un pequeño ramito, pero no, y ya no pueden
remediarlo: son los distintos, los juzgados por todas las miradas. El
miedo a ser distinto y acusado por la mirada del otro lleva a los
personajes finalmente a tratar de pertenecer comprando sus ramitos de
pensamientos, y aceptando, quizás una nueva condición: ¿la muerte?
Quizás. Quizás solo la sensación de ser como todos los demás y
que las miradas ya no se posen sobre ellos.
En
“Cefalea” se juega el miedo a la locura. La dedicación sin
tregua de un grupo de cuidadores de mancuspias para finalmente
venderlas, los ata a un trabajo con el que se obtiene dinero, pero a
sabiendas, los enferma. Sin embargo, ellos no pueden parar de hacer
su trabajo obsesivamente, aunque se sientan peor, aunque se acentúen
los síntomas, aunque corran el riesgo de sufrir cefalea y caer en la
locura. Todo marchaba bien con los remedios homeopáticos, pero
cuando dos integrantes del grupo huyen, el trabajo debe repartirse
entre unos pocos, y deben duplicar sus esfuerzos. Sin embargo, no
podrán resistir, irán enfermando sin tregua, los remedios escasean,
y finalmente no logran distinguir entre la realidad exterior y los
síntomas que su cabeza genera por la propia enfermedad. En estos
personajes se encarna la locura. Las obsesiones que enferman, muchas
veces se hacen carne y se corporizan, al punto de no saber realmente
reconocer qué es lo real.
Por
otra parte, “Circe” nos remite a la clásica hechicera seductora
que con sus brebajes logra capturar a los hombres y animalizarlos, y
por qué no, hasta matarlos. El título ya nos introduce en la
problemática principal. Delia Mañara, mujer extrañamente
atractiva, comienza una relación con Mario, quien se enamora pero al
mismo tiempo duda constantemente acerca de quién es realmente ese
Otro que tiene enfrente, ya que las habladurías le advierten sobre
algo oscuro en su amada: “Mario juntaba pedazos de episodios, se
descubría urdiendo explicaciones paralelas al ataque de los vecinos.
Nunca preguntó a Delia, esperaba vagamente algo de ella”. Delia
prepara licores y bombones que convida a Mario, y este la alienta en
su hobbie, aunque su familia muestre comportamientos extraños al
punto de temer a su propia hija: “Se notaba que también los Mañara
hubieran querido decirle algo [a Mario] y no se animaban”. ¿De
quién nos enamoramos cuando nos enamoramos? ¿Cómo entregarse al
otro sin dudar? ¿Qué clase perversidad puede atravesar al amor,
para generar sufrimiento? Los antiguos novios de Delia
murieron-desaparecieron sospechosamente. A Mario se lo advierten en
un anónimo: “Sólo una honda desesperación pudo arrastrarlo al
suicidio, según declaraciones de los familiares”; pero nunca cree
del todo, hasta que ve con sus propios ojos el verdadero elixir que
Delia se esfuerza en proporcionarle. Delia es perversa, goza con la
manipulación y el espanto del ser amado a los que tortura con sus
bombones animalizados. Cortázar trabaja entonces con el miedo al
otro en el amor, al entregarse a la perversidad del otro. Se trata,
justamente, del miedo a desconocer al ser amado.
El
temor por el retorno de los fantasmas se trabaja en “Las puertas
del cielo”. Celina muere, pero misteriosamente reaparece entre los
bailarines de una milonga. Su viudo dice que “cree ver a una mujer
muy parecida”, sin embargo, el narrador, su amigo, nos expresa algo
más inquietante que un simple parecido: esa mujer es
Celina. Las puertas de acceso al cielo, están vedadas para el viudo,
que vaga entre la gente buscando a la muerta. Sin embargo, en el
espacio de los vivos, estos conviven con los muertos, que no
se van, que habitan entre nosotros como fantasmas. No aceptar la
pérdida es un temor sobrecogedor, porque incesantemente los vivos
van detrás de las ausencias, sin rehacer sus vidas, como lo
intentaba Mauro. Una dolorosa forma de estar muerto en vida. Una
espantosa forma de darnos cuenta que convivimos con los fantasmas.
El
último cuento del libro lleva su nombre: “Bestiario”. En este
relato, que cierra inteligentemente el volumen, el temor que se
refleja es a la violencia doméstica. El hogar, un ambiente que
debería cobijarnos, es sin embargo, hostil y amenazante. Algo acecha
a los habitantes de la casa, y no es precisamente el tigre hambriento
y asesino con el que comparten el espacio, sino un integrante de la
familia. Ellos saben cómo convivir con “aquella” amenaza, pero
no con la del Nene, que es un ser oscuro y violento. El maltrato, el
sometimiento psicológico, el abuso son los temores que se reflejan
en este cuento. El verdadero temor no lo genera el animal, sino el
ser humano: el Nene, a quien todos temen, y a quien Isabel,
compadecida del sufrimiento de Rema, sentencia a morir en manos de
otra bestia feroz. Casi como una lucha entre iguales. Allí, en el
último cuento, Cortázar siembra una pregunta que vale para el
último relato pero que también puede atravesar todo el libro:
¿quién es la verdadera bestia: el animal o el hombre?
En
este sentido, los cuentos están repletos de la presencia animal,
pero siempre en una relación de tensión con el hombre, como si esa
oposición salvaje-humano fuera el punto de partida del conflicto:
los conejos, las arañas, los gatos, las mancuspias, el tigre. Pero
también recorren los cuentos ciertos monstruos. Lo monstruoso se
presenta como aquello que abre el terror, lo que excede la categoría
de lo humano y se sobrepone a ella: ese “algo” que toma la casa,
las figuras espectrales de la milonga y la misma Celina, los
pasajeros repugnantes y lánguidos del ómnibus, la amenaza de la
fiera suelta en la casa, un otro yo que es quizás un doble o un
aspecto oscuro y desconocido de la propia personalidad.
Bestiario
es un libro donde las bestias adoptan formas cotidianas, se encarnan
en amenazas posibles y conocidas, y representan los miedos más
comunes. Esto, sumado a los finales abiertos y las dudas sembradas
por lo fantástico, hacen que estos relatos resulten muy
perturbadores. No dan respuestas tranquilizadoras, sino que siembran
preguntas e inquietudes. Nos muestran personajes que podrían ser
cualquiera de nosotros, en cualquier circunstancia cotidiana,
enfrentándonos a situaciones que rompen con la realidad tal como la
conocemos, o que podrían irrumpir de manera problemática en nuestro
espacio. ¿Quién no teme a la locura, a la pérdida de su espacio
personal, a la mirada del otro y la exclusión, a la violencia, a los
fantasmas, a la perversidad en el amor, al caos irracional, a su otro
yo?
Cortázar
admite que escribe estos textos guiado por sus propias neurosis. Que
allí las vuelca. ¿Quién mejor que él para dar forma literaria a
sus propios temores, ejemplo de los temores que puede tener cualquier
ser humano? ¿Qué bestias más temibles que una novia perversa, un
familiar violento, un trabajo agotador, un despojamiento de nuestras
posesiones en un mundo capitalista? ¿Y qué bestia más amenazante
que un muerto que no se va, un lado oscuro de la personalidad, una
rutina fuera de control o una mirada ajena que nos juzga?
Cortázar,
Julio (2007). Cuentos completos/1,
Buenos Aires: Punto de Lectura.
Cortázar,
Julio (2014). Clases de Literatura. Berkeley, 1980,
Buenos Aires: Alfaguara.
Goloboff,
Mario (2011). Julio Cortázar: la biografía,
Buenos Aires: Continente.
Listo, habiendo leído este posteo, me considero total y absolutamente fanática tuya!! Sos una profesora ADMIRABLE. Gracias por compartir tus conocimientos con gente como yo. <3 Mariel Corbera.
ResponderEliminar¡Muchas gracias por leer y comentar, Mariel! <3 ¡¡Y gracias por tus palabras que me quedan grandes, grandísimas!! Un abrazo :)
ResponderEliminarAún no encuentro la relación con el mundo real el cuento bestiario...
ResponderEliminarHola, Andrés :) No entiendo bien tu comentario o inquietud, ¿podrías reformularlo? ¡Saludos!
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