jueves, 15 de septiembre de 2016

Bestiario: Los miedos humanos según Cortázar


Bajo el título de Bestiario, Cortázar saca a la luz, en 1951, un volumen de cuentos inquietantes. Es su primer libro de cuentos publicado, ese que cobijará a “Casa tomada” y “Carta a una señorita en Paris”, entre otros seis cuentos de igual calidad: “Lejana”, “Ómnibus”, “Cefalea”, “Circe”, “Las puertas del cielo” y “Bestiario”, último cuento que da título al libro. Me interesa, ante todo, proponer una línea de lectura sobre este maravillosa obra, a partir de su título y la idea de un bestiario del hombre moderno.
Los ocho cuentos del volumen parecen trabajar sobre dos realidades que se tocan, se fusionan, y hasta conviven. Una realidad cotidiana donde irrumpe lo extraño, lo amenazante, lo desconocido, asomando como la punta del iceberg de otra realidad que hasta el momento parecía solapada, no advertida, olvidada. Esta aparición inquietante de lo otro funda lo fantástico cortazariano: aquello que no puede explicarse, que inquieta, que siembra la duda, pero que opera inexplicablemente sobre nuestra realidad cotidiana. Pensando en la concepción que el mismo Cortázar tiene acerca de lo fantástico, podría hablarse de un realismo ampliado:
(…) desde muy niño lo fantástico no era para mí lo que la gente considera fantástico; para mí era una forma de la realidad que en determinadas circunstancias se podía manifestar, a mí o a otros, a través de un libro o un suceso, pero no era un escándalo dentro de una realidad establecida. Me di cuenta de que yo vivía sin haberlo sabido en una familiaridad total con lo fantástico porque me parecía tan aceptable, posible y real como el hecho de tomar una sopa a las ocho de la noche (…) creo que yo era ya en esa época profundamente realista, más realista que los realistas puesto que los realistas como mi amigo aceptaban la realidad hasta un cierto punto y después todo lo demás era fantástico. Yo aceptaba una realidad más grande, más elástica, más expandida, donde entraba todo” (Cortázar, 2014: 50).
Así, son pequeñas actitudes de los personajes, pequeñas ambigüedades, las que irrumpen en el mundo real, abriendo una duda, una pregunta irresuelta, y cuya aceptación o respuesta, puede trastocar las leyes de ese propio mundo, o al menos perturbar ese orden establecido. La realidad cortazariana admite cierta esfera fantástica, donde los monstruos rondan y se manifiestan.
Creemos que Bestiario, al modo de los bestiarios medievales, actúa como un catálogo de bestias que acechan al hombre en su cotidianidad y que están tan cerca y le son tan familiares que suele no advertirlas, hasta que es demasiado tarde. Esas bestias reflejan los temores más profundos del ser humano moderno: la pérdida de la identidad, la locura, los fantasmas que nunca se van, la muerte, la mirada ajena, la falta de control racional, la violencia, el Otro como amenaza.
En los clásicos bestiarios lo monstruoso como proyección de algo amenazante estaba objetivado en una bestia, un ser que existía por fuera del hombre mismo, pero que actuaba sobre él, y de ello venía su peligro.
El bestiario cortazariano opera a partir de los mencionados temores del hombre moderno, que no se objetivan fuera de él, sino que se encarnan en él: él mismo puede transformarse en su propia monstruosidad, o puede proyectarla sobre su realidad a partir de su mente o su propia acción.
En este sentido, el cuento “Casa tomada” trabaja con el miedo a la pérdida de la identidad, del espacio propio y personal que nos identifica. La casa en la que dos hermanos viven y que representa la herencia y la tradición familiar, es tomada por algo, una fuerza, una amenaza no identificable, que va desplazando a los protagonistas hacia la calle, despojándolos por medio del terror, de su propio espacio. Esta “cosa” resulta tan amenazante, que son incapaces de enfrentarla, y crean ciertos mecanismos de negación para sobrellevar el pánico que crece en ellos. Así, minimizan la circunstancia, hacen ruidos y levantan la voz para tapar los sonidos que salen de la parte tomada, y hasta tiran la llave a la alcantarilla para que si un ladrón decide entrar, no se lleve semejante sorpresa ante lo monstruoso.
Como vemos, ni siquiera la pérdida de los bienes es lo que espanta a estos hermanos, sino algo mucho más profundo, el hecho mismo de ser amenazados por una otredad que los despoja por completo de aquello que los identificó y que resultó el eje de sus vidas. Recordemos que ellos limpiaban y cuidaban la casa como única actividad importante durante su día, además de sus respectivos hobbies: tejer y leer literatura francesa. La amenaza de la otredad se transforma en una bestia que despoja del espacio propio burgués y roba la tranquilidad. Algunos han visto en esa otredad amenazante al peronismo, que “toma la casa” y los despoja de sus posesiones, las cuales resultan fundamentales para la construcción de su identidad burguesa. Esta lectura política es perfectamente compatible con nuestra propuesta.
En “Carta a una señorita en París”, por el contrario, la bestialidad nace del personaje mismo: el protagonista vomita conejos, al principio con cierta regularidad, y al mudarse al departamento de Andreé lo hace con tanta frecuencia (once conejos en apenas unos días) que esto lo empuja a enfrentar su mayor temor: que todo se salga fuera de control. El temor al desorden, al caos, a lo que no puede manejarse racionalmente, aqueja al hombre que se ve sobrepasado por la animalidad creciente y el caos que se circunscribe a un departamento en perfecto orden, que está siendo destrozado y del que él es responsable. La desesperación lo lleva a eliminar el problema de raíz: suicidarse es matar la animalidad, dar un punto final a la irracionalidad, al desorden y volver a poner un equilibrio, que fue roto al trastocar la rutina.
“Lejana” también presenta un tipo de bestialidad interior: ese otro que no es yo y sin embargo nos habita, la propia otredad. Esa otra mujer que Alina Reyes siente entre el frío y los golpes, no es más que el rostro oscuro de sí misma, que convive con su máscara social, la Alina amada y admirada. La otra, sin embargo, sufre, es una mendiga. Pero algo habilita una lectura más allá: Alina misma se pregunta si esa otra existe en realidad, lo que instala el tema del doble, tan famoso en la literatura y tan inquietante: “Ir a buscarme. Decirle a Luis María: «Casémonos y me llevas a Budapest, a un puente donde hay nieve y alguien». Yo digo: ¿y si estoy? (Porque todo lo pienso con la secreta ventaja de no querer creerlo a fondo. ¿Y si estoy?). Bueno, si estoy… Pero solamente loca, solamente…”. Tanto si la mendiga es un otro yo no aceptado, oscuro, escindido, como si es real, lo inquietante es que al final del cuento logra fusionarse tanto con el yo de la protagonista que invierten sus roles, y el verdadero yo de Alina se pierde en un Otro. El cuento recorre, considerando la primera lectura, la imposibilidad de aceptar ese lado oscuro en el que se sufre y nos habita y con el que en general no queremos reconciliarnos, aunque escuchamos su llanto. Aceptarlo es quizás vivir en el dolor, en la mendicidad humana. Y si tomamos la lectura desde el tema del doble, el miedo a perder la propia y auténtica personalidad en la usurpación que ese otro hace de nosotros, puede ser muy perturbador.
El miedo representado en “Ómnibus” es a la mirada ajena. Los pasajeros, el conductor y el guarda observan hasta el ridículo y el acoso a dos pasajeros solo por ser distintos, por no llevar flores en la mano, por no bajar en Chacarita. Un temor sobrecogedor los carcome al darse cuenta en sus diálogos que podrían haber llevado al menos una flor en ojal, o un pequeño ramito, pero no, y ya no pueden remediarlo: son los distintos, los juzgados por todas las miradas. El miedo a ser distinto y acusado por la mirada del otro lleva a los personajes finalmente a tratar de pertenecer comprando sus ramitos de pensamientos, y aceptando, quizás una nueva condición: ¿la muerte? Quizás. Quizás solo la sensación de ser como todos los demás y que las miradas ya no se posen sobre ellos.
En “Cefalea” se juega el miedo a la locura. La dedicación sin tregua de un grupo de cuidadores de mancuspias para finalmente venderlas, los ata a un trabajo con el que se obtiene dinero, pero a sabiendas, los enferma. Sin embargo, ellos no pueden parar de hacer su trabajo obsesivamente, aunque se sientan peor, aunque se acentúen los síntomas, aunque corran el riesgo de sufrir cefalea y caer en la locura. Todo marchaba bien con los remedios homeopáticos, pero cuando dos integrantes del grupo huyen, el trabajo debe repartirse entre unos pocos, y deben duplicar sus esfuerzos. Sin embargo, no podrán resistir, irán enfermando sin tregua, los remedios escasean, y finalmente no logran distinguir entre la realidad exterior y los síntomas que su cabeza genera por la propia enfermedad. En estos personajes se encarna la locura. Las obsesiones que enferman, muchas veces se hacen carne y se corporizan, al punto de no saber realmente reconocer qué es lo real.
Por otra parte, “Circe” nos remite a la clásica hechicera seductora que con sus brebajes logra capturar a los hombres y animalizarlos, y por qué no, hasta matarlos. El título ya nos introduce en la problemática principal. Delia Mañara, mujer extrañamente atractiva, comienza una relación con Mario, quien se enamora pero al mismo tiempo duda constantemente acerca de quién es realmente ese Otro que tiene enfrente, ya que las habladurías le advierten sobre algo oscuro en su amada: “Mario juntaba pedazos de episodios, se descubría urdiendo explicaciones paralelas al ataque de los vecinos. Nunca preguntó a Delia, esperaba vagamente algo de ella”. Delia prepara licores y bombones que convida a Mario, y este la alienta en su hobbie, aunque su familia muestre comportamientos extraños al punto de temer a su propia hija: “Se notaba que también los Mañara hubieran querido decirle algo [a Mario] y no se animaban”. ¿De quién nos enamoramos cuando nos enamoramos? ¿Cómo entregarse al otro sin dudar? ¿Qué clase perversidad puede atravesar al amor, para generar sufrimiento? Los antiguos novios de Delia murieron-desaparecieron sospechosamente. A Mario se lo advierten en un anónimo: “Sólo una honda desesperación pudo arrastrarlo al suicidio, según declaraciones de los familiares”; pero nunca cree del todo, hasta que ve con sus propios ojos el verdadero elixir que Delia se esfuerza en proporcionarle. Delia es perversa, goza con la manipulación y el espanto del ser amado a los que tortura con sus bombones animalizados. Cortázar trabaja entonces con el miedo al otro en el amor, al entregarse a la perversidad del otro. Se trata, justamente, del miedo a desconocer al ser amado.
El temor por el retorno de los fantasmas se trabaja en “Las puertas del cielo”. Celina muere, pero misteriosamente reaparece entre los bailarines de una milonga. Su viudo dice que “cree ver a una mujer muy parecida”, sin embargo, el narrador, su amigo, nos expresa algo más inquietante que un simple parecido: esa mujer es Celina. Las puertas de acceso al cielo, están vedadas para el viudo, que vaga entre la gente buscando a la muerta. Sin embargo, en el espacio de los vivos, estos conviven con los muertos, que no se van, que habitan entre nosotros como fantasmas. No aceptar la pérdida es un temor sobrecogedor, porque incesantemente los vivos van detrás de las ausencias, sin rehacer sus vidas, como lo intentaba Mauro. Una dolorosa forma de estar muerto en vida. Una espantosa forma de darnos cuenta que convivimos con los fantasmas.
El último cuento del libro lleva su nombre: “Bestiario”. En este relato, que cierra inteligentemente el volumen, el temor que se refleja es a la violencia doméstica. El hogar, un ambiente que debería cobijarnos, es sin embargo, hostil y amenazante. Algo acecha a los habitantes de la casa, y no es precisamente el tigre hambriento y asesino con el que comparten el espacio, sino un integrante de la familia. Ellos saben cómo convivir con “aquella” amenaza, pero no con la del Nene, que es un ser oscuro y violento. El maltrato, el sometimiento psicológico, el abuso son los temores que se reflejan en este cuento. El verdadero temor no lo genera el animal, sino el ser humano: el Nene, a quien todos temen, y a quien Isabel, compadecida del sufrimiento de Rema, sentencia a morir en manos de otra bestia feroz. Casi como una lucha entre iguales. Allí, en el último cuento, Cortázar siembra una pregunta que vale para el último relato pero que también puede atravesar todo el libro: ¿quién es la verdadera bestia: el animal o el hombre?
En este sentido, los cuentos están repletos de la presencia animal, pero siempre en una relación de tensión con el hombre, como si esa oposición salvaje-humano fuera el punto de partida del conflicto: los conejos, las arañas, los gatos, las mancuspias, el tigre. Pero también recorren los cuentos ciertos monstruos. Lo monstruoso se presenta como aquello que abre el terror, lo que excede la categoría de lo humano y se sobrepone a ella: ese “algo” que toma la casa, las figuras espectrales de la milonga y la misma Celina, los pasajeros repugnantes y lánguidos del ómnibus, la amenaza de la fiera suelta en la casa, un otro yo que es quizás un doble o un aspecto oscuro y desconocido de la propia personalidad.
Bestiario es un libro donde las bestias adoptan formas cotidianas, se encarnan en amenazas posibles y conocidas, y representan los miedos más comunes. Esto, sumado a los finales abiertos y las dudas sembradas por lo fantástico, hacen que estos relatos resulten muy perturbadores. No dan respuestas tranquilizadoras, sino que siembran preguntas e inquietudes. Nos muestran personajes que podrían ser cualquiera de nosotros, en cualquier circunstancia cotidiana, enfrentándonos a situaciones que rompen con la realidad tal como la conocemos, o que podrían irrumpir de manera problemática en nuestro espacio. ¿Quién no teme a la locura, a la pérdida de su espacio personal, a la mirada del otro y la exclusión, a la violencia, a los fantasmas, a la perversidad en el amor, al caos irracional, a su otro yo?
Cortázar admite que escribe estos textos guiado por sus propias neurosis. Que allí las vuelca. ¿Quién mejor que él para dar forma literaria a sus propios temores, ejemplo de los temores que puede tener cualquier ser humano? ¿Qué bestias más temibles que una novia perversa, un familiar violento, un trabajo agotador, un despojamiento de nuestras posesiones en un mundo capitalista? ¿Y qué bestia más amenazante que un muerto que no se va, un lado oscuro de la personalidad, una rutina fuera de control o una mirada ajena que nos juzga?

Cortázar, Julio (2007). Cuentos completos/1, Buenos Aires: Punto de Lectura.
Cortázar, Julio (2014). Clases de Literatura. Berkeley, 1980, Buenos Aires: Alfaguara.
Goloboff, Mario (2011). Julio Cortázar: la biografía, Buenos Aires: Continente.

4 comentarios:

  1. Listo, habiendo leído este posteo, me considero total y absolutamente fanática tuya!! Sos una profesora ADMIRABLE. Gracias por compartir tus conocimientos con gente como yo. <3 Mariel Corbera.

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  2. ¡Muchas gracias por leer y comentar, Mariel! <3 ¡¡Y gracias por tus palabras que me quedan grandes, grandísimas!! Un abrazo :)

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  3. Aún no encuentro la relación con el mundo real el cuento bestiario...

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  4. Hola, Andrés :) No entiendo bien tu comentario o inquietud, ¿podrías reformularlo? ¡Saludos!

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