viernes, 21 de junio de 2019

Un clásico por mes: Hamlet, de W. Shakespeare


“Hamlet” es considerada una de las tragedias de madurez, escrita entre 1599 y 1606. Resulta un clásico fascinante porque Shakespeare logra reunir en ella varios de los conflictos humanos que trascienden el tiempo y las fronteras: la disyuntiva pensamiento/acción, la traición y la venganza, la corrupción política, la locura.
Dejando de lado la cuestión de la reescritura de las fuentes de inspiración (Saxo, Bellaforte, Ur-Hamlet, los clásicos como Julio César y los mitos griegos), entendemos que el trabajo más refinado y original se centra en la construcción del personaje del joven Hamlet, atormentado por cuestiones éticas y metafísicas, quien además de la terrible carga que lleva de vengar a su padre, debe lidiar consigo mismo y sus principios. Sin embargo, lo maravilloso del personaje es que se constituye en un contrapunto equilibrado entre lo más oscuro de la angustia y el humor más mordaz.
Más que análisis de la trama, del que existen cientos, me interesa centrarme en algunas preguntas y en algunos destellos de inteligencia que hacen de “Hamlet” un clásico imprescindible.
En primer lugar, me resulta interesante la cuestión política de fondo. Dinamarca se cae a pedazos, estamos en un momento crucial entre el viejo orden, una mirada Medieval en conflicto y en decadencia, y el nuevo orden, el Humanismo. Hamlet pone de manifiesto su descontento acerca de la corruptela política, de la absurdidad de un modelo de gobernante que solo apoye su poder en la espada, como lo ha hecho su padre. El libre albedrío, la pacificación, la razón humana empiezan a ganar su lugar, ¿qué clase de gobernante podría resignar estas maravillas bajo el poder irracional de la espada?, deja entrever Hamlet. Claudio usurpó el trono de manera violenta. Hamlet solo podría llegar al trono esperando con humillación su turno o por medio de la espada, de la violencia. Ninguna le permitiría ser el gobernante modelo que un Humanista espera. ¿Qué otra mejor forma, entonces, que ser el humanista en la procrastinación? Esa es su elección. Hamlet tiene sentido en el conflicto: en la contradicción entre acción-pensamiento encuentra su mejor versión.
Resolver el conflicto sería actuar contra sus principios. La obra resuelve este dilema trágico con la entrada triunfante de Fortimbrás, sangre joven que renovará los aires, sí, y que no necesita de la espada para legitimar su poder, porque del trabajo sucio ya se ha ocupado Hamlet. El Principe no podrá ser rey, pero prepara el camino para devolver el orden que el cosmos había perdido, y que a él le tocaba enmendar, según nos anuncia al final del primer Acto.
La otra cuestión destacable para mí es el humor. Shakespeare no escatima burlas en boca de Hamlet hacia nadie: ni gobernantes, ni nobles, ni mujeres, ni teatristas, ni viejos se salvan, por no seguir enumerando. Bajo la máscara de la locura las palabras desatadas de Hamlet tienen sistema, como señala Polonio, y aprovecha para enrostrar las verdades más crueles a cada quien. Un blanco clave, además de su tío, es Polonio. Este viejo hablador y acomodaticio, para Hamlet, es de la peor calaña, y hunde varias de sus dagas en los oídos del viejo Polonio. Otro momento intenso es la burla obcecada al noble Osric que le trae noticias del duelo con Laertes. Para esta instancia Hamlet no tiene la mínima contemplación y se despacha a gusto. Pero los niveles más refinados del humor irónico del Príncipe brillan en las escenas frente a Claudio. Su lengua punzante se dirige a cada frase, a cada palabra de Claudio exponiéndolo, intentando dejar al descubierto sus intenciones.
Siempre se queda con la última palabra, y hasta se resiente cuando el sepulturero, un personaje que lo desafía en ingenio y rapidez, le invierte la lógica burlador-burlado, haciendo tambalear el sentido del humor de Hamlet. Finalmente quiero señalar algunas escenas que me parecen al borde de lo tragicómico, como la pelea a los puños con Laertes dentro de la tumba de Ofelia, o la obstinación en no devolver el cuerpo de Polonio, e incluso la hiperbólica escena de la obra teatral donde cada comentario hecho con sarcasmo y odio lo transforma en una caricatura del espíritu doliente vengativo.
Pobre Hamlet… si no es el humor el que lo hace resistir las cargas, ¿qué es? Un padre que le exige, en lo mejor de su vida, venganza. Nada de irse a la universidad, ni acercarse a las mujeres, ni divertirse con amigos, cosas que sí se le permiten a Laertes (¿hay quizás algo de envidia de parte de Hamlet ante esta condición de su amigo?). No. Él debe dejar de lado todo eso para descubrir un asesino, y además, como si fuera poco, tolerar que su propia madre haya olvidado sin duelo previo a su padre y se haya casado nada menos que con su hermano (parricida). ¿Qué joven podría actuar naturalmente ante esto? Quien no quedara perturbado, que arroje la primera piedra. Sin embargo, Hamlet toma el guante. Se hace cargo del mandato del fantasma del padre (“no me olvides”, le dice el espectro… ¡como para olvidarlo!), y arremete contra todo y contra todos, destruyéndolo todo a su paso.
Hamlet tiene como destino, entonces, matar todo lo que toca. El amor de Ofelia, la vida de unos cuantos, la existencia de su madre, e incluso la de su amigo Horacio, a quien queriendo morir, lo obliga a mantenerse vivo para contar su historia. ¡Qué responsabilidad tan grande una mano destructora! Vengar al padre para Hamlet es sembrar la muerte. Incluso su propia muerte. Todo debe morir, porque todo está mal de raíz. Esta existencia desdichada y trágica de Hamlet me conmueve.
Dos pequeñas cuestiones más. El monólogo del Acto III (que no corresponde a la calavera en la mano, que es del Acto V junto al sepulturero) es un verdadero festín metafísico. ¿Vivir o matarse? ¿Existe algo después de morir? ¿Vale la pena vivir así solo por miedo a que lo que nos espera más allá sea aún peor? Preguntas que calan hondo en cualquier alma pensante. Hamlet se pregunta nada más y nada menos que si suicidarse, flaquear, o poner el pecho a todo ese dolor, sabiendo que la desdicha y la muerte están en sus manos, en sus acciones. Es tan consciente del horror, que extinguirse a sí mismo es quizás la forma más simple de terminarlo todo. Pero Hamlet tiene un papel, y en eso radica su grandeza que es proporcional al dolor que sufre: es él quien puede inaugurar un nuevo orden, en él está la esperanza de una nueva política. Este es quizás el sentido último de tanto sufrimiento, aunque aún no le fuese revelado.
Para finalizar, unas breves palabras sobre las reescrituras. Hamlet ha sido reversionado en cine numerosas veces. A mi gusto, la mejor versión es la de Franco Zefirelli, “Hamlet, el honor de la venganza” (1990), un Mel Gibson brillante en su papel de Hamlet loco y su faceta burlona. Pero me resultan fantásticas dos versiones: “Rosencrantz y Guildenstern han muerto”, de Tom Stoppard (1990), y “Hamlet vuelve a los negocios”,  una película finlandesa de Aki Kaurismäki (1987).
La primera cuenta el clásico desde el punto de vista de los amigos de Hamlet. Lo interesante es que lo hace desde un momento particular de la historia que les otorga una perspectiva extraña pero genial. La segunda es un Hamlet moderno, empresario y niño rico con una personalidad descarnada. Hereda la fábrica de patitos de goma de su padre, y la perspectiva que la comedia negra da a la obra tiene momentos imperdibles. La escena donde conversa con el fantasma de su padre en la terraza de la fábrica condensa toda la actitud burlona de la película, hasta el humor se reactualiza en esta reescritura.
Pero también “Hamlet” ha sido rescatado por la narrativa más reciente en la novela “Cáscara de nuez”, de Ian McEwan, editada por Angrama en el 2017, un policial contado por un narrador particular, que no puede ver, pero siente y escucha todo desde la panza de su madre, una especie de Hamlet a punto de nacer, y un trhiller de lo más extraño. Otro género que ha rescatado recientemente a Hamlet es la poesía, de la mano de Luis Cano, en Historia danesa”, del libro Escuela de marionetas, editado por Libro disociado en 2012, y también en un libro extrañísimo entre la dramaturgia y la novela que es la obra “Hamlet & Hamlet”, de Liliana Herr.
En la pintura, multitud de Ofelias han hablado sobre la condición de la mujer, sobre todo en la mano de Millais y Delacroix.
Hasta aquí un breve paseo sobre algunas de las tantas cosas que hemos conversado en el Taller de Lectura de Clásicos en el mes de marzo. Agrego algunas referencias bibliográficas para seguir ahondado en esta maravillosa obra, inagotable, que nos ha regalado el genial William Shakespeare. Por hoy cerramos el libro, pero los espero en el Taller.

Bibliografía crítica:
*Allouch, Jean. Erótica del duelo en tiempos de la muerte seca, Bs. As., El cuento de plata, 2011.
*Kettle, Arnold (comp.). “De Hamlet a Lear”, en Shakespeare en un mundo cambiante, Bs. As., Sílaba, 1866.
*Kovadloff, S. y Leyack, P. “Clase 1: Hamlet”, en Dos miradas: Literatura y psicoanálisis en la interpretación de Hamlet, Rey Lear, Macbeth y Othelo, Fundación Centro Psicoanalítico Argentino, abril 2015.
*Rinesi, Eduardo. Política y tragedia. Hamlet entre Hobbes y Maquiavelo, Bs. As. Colihue, 2005.
*Shakespeare, William. “Hamlet”, en Tragedias, Madrid, Gredos, 2015, estudio introductorio de Fernando Galván.
*Shakespeare, William. Hamlet, Bs. As., Aguilar, 2014, introducción de Anne Barton.
*Steiner, George. La muerte de la tragedia, México, Fondo de Cultura Económica, 2012.

*Tillyard, E. M. W. La cosmovisión isabelina, México, Fondo de Cultura Económica, 1984.

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