Dejando de lado la cuestión de la reescritura de las fuentes de
inspiración (Saxo, Bellaforte, Ur-Hamlet, los clásicos como Julio
César y los mitos griegos), entendemos que el trabajo más refinado
y original se centra en la construcción del personaje del joven
Hamlet, atormentado por cuestiones éticas y metafísicas, quien
además de la terrible carga que lleva de vengar a su padre, debe
lidiar consigo mismo y sus principios. Sin embargo, lo maravilloso
del personaje es que se constituye en un contrapunto equilibrado
entre lo más oscuro de la angustia y el humor más mordaz.
Más que análisis de la trama, del que existen cientos, me interesa
centrarme en algunas preguntas y en algunos destellos de inteligencia
que hacen de “Hamlet” un clásico imprescindible.
En primer lugar, me resulta interesante la cuestión política de
fondo. Dinamarca se cae a pedazos, estamos en un momento crucial
entre el viejo orden, una mirada Medieval en conflicto y en
decadencia, y el nuevo orden, el Humanismo. Hamlet pone de manifiesto
su descontento acerca de la corruptela política, de la absurdidad de
un modelo de gobernante que solo apoye su poder en la espada, como lo
ha hecho su padre. El libre albedrío, la pacificación, la razón
humana empiezan a ganar su lugar, ¿qué clase de gobernante podría
resignar estas maravillas bajo el poder irracional de la espada?,
deja entrever Hamlet. Claudio usurpó el trono de manera violenta.
Hamlet solo podría llegar al trono esperando con humillación su
turno o por medio de la espada, de la violencia. Ninguna le
permitiría ser el gobernante modelo que un Humanista espera. ¿Qué
otra mejor forma, entonces, que ser el humanista en la
procrastinación? Esa es su elección. Hamlet tiene sentido en el
conflicto: en la contradicción entre acción-pensamiento encuentra
su mejor versión.
Resolver el conflicto sería actuar contra sus
principios. La obra resuelve este dilema trágico con la entrada
triunfante de Fortimbrás, sangre joven que renovará los aires, sí,
y que no necesita de la espada para legitimar su poder, porque del
trabajo sucio ya se ha ocupado Hamlet. El Principe no podrá ser rey,
pero prepara el camino para devolver el orden que el cosmos había
perdido, y que a él le tocaba enmendar, según nos anuncia al final
del primer Acto.
La otra cuestión destacable para mí es el humor. Shakespeare no
escatima burlas en boca de Hamlet hacia nadie: ni gobernantes, ni
nobles, ni mujeres, ni teatristas, ni viejos se salvan, por no seguir
enumerando. Bajo la máscara de la locura las palabras desatadas de
Hamlet tienen sistema, como señala Polonio, y aprovecha para
enrostrar las verdades más crueles a cada quien. Un blanco clave,
además de su tío, es Polonio. Este viejo hablador y acomodaticio,
para Hamlet, es de la peor calaña, y hunde varias de sus dagas en
los oídos del viejo Polonio. Otro momento intenso es la burla
obcecada al noble Osric que le trae noticias del duelo con Laertes.
Para esta instancia Hamlet no tiene la mínima contemplación y se
despacha a gusto. Pero los niveles más refinados del humor irónico
del Príncipe brillan en las escenas frente a Claudio. Su lengua
punzante se dirige a cada frase, a cada palabra de Claudio
exponiéndolo, intentando dejar al descubierto sus intenciones.
Siempre se queda con la última palabra, y hasta se resiente cuando
el sepulturero, un personaje que lo desafía en ingenio y rapidez, le
invierte la lógica burlador-burlado, haciendo tambalear el sentido
del humor de Hamlet. Finalmente quiero señalar algunas escenas que
me parecen al borde de lo tragicómico, como la pelea a los puños
con Laertes dentro de la tumba de Ofelia, o la obstinación en no
devolver el cuerpo de Polonio, e incluso la hiperbólica escena de la
obra teatral donde cada comentario hecho con sarcasmo y odio lo
transforma en una caricatura del espíritu doliente vengativo.
Pobre Hamlet… si no es el humor el que lo hace resistir las cargas,
¿qué es? Un padre que le exige, en lo mejor de su vida, venganza.
Nada de irse a la universidad, ni acercarse a las mujeres, ni
divertirse con amigos, cosas que sí se le permiten a Laertes (¿hay
quizás algo de envidia de parte de Hamlet ante esta condición de su
amigo?). No. Él debe dejar de lado todo eso para descubrir un
asesino, y además, como si fuera poco, tolerar que su propia madre
haya olvidado sin duelo previo a su padre y se haya casado nada menos
que con su hermano (parricida). ¿Qué joven podría actuar
naturalmente ante esto? Quien no quedara perturbado, que arroje la
primera piedra. Sin embargo, Hamlet toma el guante. Se hace cargo del
mandato del fantasma del padre (“no me olvides”, le dice el
espectro… ¡como para olvidarlo!), y arremete contra todo y contra
todos, destruyéndolo todo a su paso.
Hamlet tiene como destino, entonces, matar todo lo que toca. El amor
de Ofelia, la vida de unos cuantos, la existencia de su madre, e
incluso la de su amigo Horacio, a quien queriendo morir, lo obliga a
mantenerse vivo para contar su historia. ¡Qué responsabilidad tan
grande una mano destructora! Vengar al padre para Hamlet es sembrar
la muerte. Incluso su propia muerte. Todo debe morir, porque todo
está mal de raíz. Esta existencia desdichada y trágica de Hamlet
me conmueve.
Dos
pequeñas cuestiones más.
El monólogo del Acto III
(que no corresponde a la calavera en la mano, que es del Acto V junto
al sepulturero) es un verdadero festín metafísico. ¿Vivir o
matarse? ¿Existe algo después de morir? ¿Vale la pena vivir así
solo por miedo a que lo que nos espera más allá sea aún peor?
Preguntas que calan hondo en cualquier alma pensante. Hamlet se
pregunta nada más y nada menos que si suicidarse, flaquear, o poner
el pecho a todo ese dolor, sabiendo que la desdicha y la muerte están
en sus manos, en sus acciones. Es tan consciente del horror, que
extinguirse a sí mismo es quizás la forma más simple de terminarlo
todo. Pero Hamlet tiene un papel, y en eso radica su grandeza que es
proporcional al dolor que sufre: es él quien puede inaugurar un
nuevo orden, en él está la esperanza de una nueva política. Este
es quizás el sentido último de tanto sufrimiento, aunque aún no le
fuese revelado.
Para
finalizar, unas breves
palabras sobre las reescrituras. Hamlet
ha sido reversionado en cine numerosas veces. A mi gusto, la mejor
versión es la de Franco Zefirelli, “Hamlet,
el
honor de la venganza”
(1990), un
Mel Gibson brillante en su papel de Hamlet loco y su faceta burlona.
Pero me resultan fantásticas dos versiones: “Rosencrantz
y Guildenstern han muerto”, de
Tom Stoppard (1990),
y
“Hamlet
vuelve a los negocios”, una
película finlandesa de
Aki
Kaurismäki (1987).
La
primera cuenta el clásico desde el punto de vista de los amigos de
Hamlet. Lo interesante es que lo hace desde un momento particular de
la historia que les otorga una perspectiva extraña pero genial. La
segunda es un Hamlet moderno, empresario y niño rico con una
personalidad descarnada. Hereda la fábrica de patitos de goma de su
padre, y la perspectiva que la comedia negra da a la obra tiene
momentos imperdibles. La escena donde conversa con el fantasma de su
padre en la terraza de la fábrica condensa toda la actitud burlona
de la película, hasta el humor se reactualiza en esta reescritura.
Pero
también “Hamlet” ha sido rescatado por la narrativa más
reciente en la novela “Cáscara
de nuez”,
de
Ian
McEwan, editada
por Angrama
en
el 2017,
un policial contado por un narrador particular, que no puede ver,
pero siente y escucha todo desde la panza de su madre, una especie de
Hamlet a punto de nacer, y un trhiller de lo más extraño. Otro
género que ha rescatado recientemente a Hamlet es la poesía, de la
mano de
Luis Cano, en
“Historia
danesa”,
del
libro
Escuela
de marionetas,
editado
por Libro
disociado en
2012, y
también en un libro extrañísimo entre la dramaturgia y la novela
que es la obra “Hamlet &
Hamlet”,
de Liliana Herr.
En
la pintura, multitud de Ofelias han hablado sobre la condición de la
mujer, sobre todo en la mano de Millais
y Delacroix.
Hasta
aquí un breve paseo sobre algunas de las tantas cosas que hemos
conversado en el Taller de Lectura de Clásicos en el mes de marzo.
Agrego algunas referencias bibliográficas para seguir ahondado en
esta maravillosa obra, inagotable, que nos ha regalado el genial
William Shakespeare. Por hoy cerramos el libro, pero los espero en el
Taller.
Bibliografía
crítica:
*Allouch,
Jean. Erótica del duelo en tiempos de la muerte seca, Bs.
As., El cuento de plata, 2011.
*Kettle,
Arnold (comp.). “De Hamlet a Lear”, en Shakespeare en un mundo
cambiante, Bs. As., Sílaba, 1866.
*Kovadloff,
S. y Leyack,
P. “Clase 1: Hamlet”, en Dos
miradas: Literatura
y psicoanálisis en la interpretación de
Hamlet,
Rey
Lear,
Macbeth
y Othelo,
Fundación Centro Psicoanalítico Argentino, abril 2015.
*Rinesi,
Eduardo. Política y tragedia. Hamlet entre Hobbes y Maquiavelo,
Bs. As. Colihue, 2005.
*Shakespeare,
William. “Hamlet”, en Tragedias, Madrid, Gredos, 2015,
estudio introductorio de Fernando Galván.
*Shakespeare,
William. Hamlet, Bs. As., Aguilar, 2014, introducción de Anne
Barton.
*Steiner,
George. La muerte de la tragedia, México, Fondo de Cultura
Económica, 2012.
*Tillyard,
E. M. W. La cosmovisión isabelina, México, Fondo de Cultura
Económica, 1984.
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