Es
difícil encontrar un equilibrio deleitable entre el humor, la
ternura, la técnica y la profundidad. Sin embargo, las novelas de
Federico Jeanmaire logran entretejer todas estas virtudes en un
entramado fabuloso.
Descubrí
la prosa de Jeanmaire con “Amores enanos”. Imposible no sentirme
atraída por el título, y por la idea poco habitual de un grupo de
gente pequeña protagonizando una novela, con todas las aristas de
culebrón. Así me sumergí en el mundo de su prosa fresca, muy
cercana a la oralidad, y en sus ideas irreverentes que desafían el
lugar común.
A
partir de allí, se sucederían los títulos con avidez: “La guerra
civil”, “Tacos altos”, “Más liviano que el aire”, “Papá”,
“Fernández mata a Fernández” y “La creación de Eva”, su
última novela, editada hace menos de un año. Además, me esperan en
la biblioteca “Las madres no les decimos esas cosas a las hijas”,
“Los zumitas” y “Miguel”. Y algunas otras por comprar, que es
bastante difícil conseguir: “Desatando casi los nudos”, “Prólogo
anotado”, “Mitre”, “Vida interior”, entre otras. Es,
claramente, un autor prolífico. ¿Por qué no las leí aún? Porque
me gusta hacer durar lo bueno.
De
la lectura de siete de sus novelas, tomo nota de algunas cuestiones:
Los
temas que trabaja el autor se corren de la experiencia común,
rozando lo absurdo, lo marginal, lo increíble. Enanos que fundan su
propio barrio privado y que discriminan a los altos; un hombre capaz
de cambiar los destinos de la gente y de la humanidad tatuando un
pequeño detalle en las líneas de sus manos; una adolescente china
cuyo pasaje a la adultez la convierte en una vengadora; una extraña
intriga entre vecinos y otros personajes que, curiosamente, se llaman
Fernández; una anciana de casi 90 años que encierra a un ladrón en
el baño y le impide salir hasta que no escuche completa la historia
de su vida. Una rareza detrás de otra, que no se agotan en eso, sino
que le permiten bucear en la técnica.
Federico
Jeanmaire tiene una gran conciencia de su herramienta. Deconstruye el
lenguaje y lo usa a su favor, como estrategia narrativa e incluso
como temática.
Dicho de una manera directa: escribe todo una novela
en presente (llena de analepsis, claro, donde se mantiene el tiempo
verbal), y todo una novela en género femenino, incluso en lo que no
tiene género. ¿Cómo es esto? En su última novela, una chica trans
cuya alfabetización se da aprendiendo el lenguaje de forma crítica
respecto del género, demuestra su pericia técnica narrando
terminaciones de verbos, sustantivos y adjetivos con la letra “a”,
el femenino, desnaturalizando la cuestión de género tan en el ojo
de la tormenta por estos días. El recurso se vuelve verosímil
porque el personaje argumenta al respecto. En “Tacos altos”,
vuelve a trabajar sobre el lenguaje, ya que construye una voz
narradora que solo enuncia en presente: una adolescente china que no
puede aprender del todo el castellano porque en su idioma madre no
existen los tiempos verbales, y por eso transpola el presente del
chino al presente en castellano. Una dificultad tremenda. Sin
embargo, Jeanmaire se las ingenia para salir airoso construyendo una
novela preciosa acerca de la identidad y la palabra.
Pero
además de usar con pericia el lenguaje, desnaturalizándolo, como
tema y procedimiento narrativo, moldea con gran acierto las voces
acercándolas a la experiencia oral y propia de los estereotipos con
los que trabaja. “Más liviano que el aire”, por ejemplo, es un
intenso monólogo de una señora mayor en el que la cadencia, los
modismos, el vocabulario son verosímiles a lo largo de 240 páginas
sin flaquear; y los personajes de “Fernández mata a Fernández”
encarnan una polifónica novela sin narrador, estructurada por
capítulos puramente dialogados. La dificultad consiste, como
imaginarán, en que esas voces, que además no están marcadas
gráficamente, sean lo suficientemente distintas y acordes con el
personaje, para que podamos distinguirlas una de otra, y que no sea
un solo Fernández a los largo de 200 páginas, ¡y lo logra con
creces, claro!
Creo
que la delicadeza con la que el autor trata la palabra deja traslucir
además de un gran lector, un escucha atento y un amante del
lenguaje. El narrador de “La guerra civil” tiene momentos
sutilísimos en su discurso que nos remiten a la prosa poética, al
igual que ciertos pasajes de “Papá”, conmovedora novela sobre
los vínculos padre e hijo. Esto no hace más que mostrarnos la
amplitud de registro con que trabaja Jeanmaire, de lo popular a lo
culto, de burdo a lo delicado, según la ocasión lo exija.
Otra
cuestión que atraviesa estas novelas es la inclusión de lo popular.
No solo las voces, sino el retrato social que construye, e incluso el
trabajo con datos reales, como el incendio de un supermercado chino
durante la crisis del 2001 en Argentina, que sirve como disparador
para la novela “Tacos altos”. Los desopilantes personajes de
“Fernández mata a Fernández” retratan estereotipos populares de
Buenos Aires, al estilo de Gudiño Kieffer en “Guía de pecadores”,
y las intrigas que se desarrollan en el barrio cerrado de “Amores
enanos” son dignas de las vecindades más estrafalarias de
cualquier barrio del conurbano.
Por
último, quiero destacar dos cuestiones más: el humor y la ternura.
Un humor disparatado, pícaro, se apodera de la prosa, de las
situaciones fuera de lo común, del hablar de los personajes. No es
un humor ácido, o el humor de carcajada efectista, es más bien el
que te lleva sonriendo con simpatía a lo largo de todo el libro. Y
esto hace imposible que no nos encariñemos con varios de sus
personajes, que no son los dueños de la moral ni de la verdad, no,
al contrario, son personajes con pliegues y dudas, con vaivenes más
que humanos, pero que nos despiertan cariño y extrañeza. Este tono
amigable de sus novelas nos permite sumergirnos sin juzgarlos, nos
compadecemos de sus absurdas situaciones y deseamos, en el fondo, que
todo les salga bien.
Simples
y elaboradas al mismo tiempo, las historias de Federico Jeanmaire
constatan el disparate que es nuestra realidad circundante. Su
pericia técnica para narrar desnaturaliza la sencillez de las
historias relatadas, transformándolas en construcciones exquisitas,
que sorprenden y divierten con sus peripecias, pero que también
conmueven por su ternura y, en algunos casos, por su profundidad.
Siete novelas que hacen de la lectura un remanso lúdico y amigable.
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