Reseña escrita para la Revista online 360-ArteyCultura
“Buenos Aires... Quiero decirte que sos violento, sí, que tal vez la violencia pueda salvarte (no sé), pero sólo puedo decírtelo desde lo que yo sé hacer: fabular, inventar, volver a los viejos mitos para explicar los actuales, pero no como un estudioso... No, voy a decir lo que tengo que decir con las voces de algunos entre los casi diez millones... inventando sueños que se soñaron sobre realidades o realidades que se realizaron sobre sueños...”Entre la extensa nómina de escritores del “Boom latinoamericano” y de la narrativa moderna hallaremos seguramente el nombre de Eduardo Gudiño Kieffer, prolífico escritor argentino nacido a mediados de la década del ‘30 y celebrado vivamente en los encendidos ‘60 y ‘70. Con asiduidad podremos hallar sus obras en las mesas de saldos o los estantes polvorientos de las librerías. Pero no sin dificultad, quizás, podremos acceder a él a partir de los discursos actuales de transmisión y promoción de la cultura.
Ferviente amante de Buenos Aires, Gudiño Kieffer ha sido tal vez injustamente olvidado o simplemente eclipsado por una multitud de excelentes escritores que también han bullido en el torrente literario de las venas de la Reina del Plata.
Nacido en la provincia de Santa Fe, llega a nuestra ciudad y entabla con ella una relación intensa que atraviesa toda su obra. Novelas, cuentos y ensayos son testimonio de un entreverado noviazgo donde el amor y el espanto, lo cotidiano y la reinvención, el juego y el tedio se debaten a la luz de la mirada profunda, humorística y crítica del escritor. “Para comerte mejor” (1968), su primera novela, y “Será por eso que la quiero tanto” (1975) son claros ejemplos de este amor en permanente tensión.
Comprometido con la realidad social de Buenos Aires e inmerso en ella busca la manera de nombrar muchos de sus defectos -tan suyos, por cierto-: la violencia, el dolor, el desamparo, la marginalidad, la incomunicación, el desconcierto; recorrido que traza de manera impecable en “Carta abierta a Buenos Aires violento” (1970). Pero, por otro lado, su preocupación incansable por el lenguaje le permite abordar esa dimensión que también le es propia a la ciudad y la redime: el amor, la libertad, la magia, la risa, la entrega, el juego.
Los personajes típicos de una ciudad heterogénea y grotesca se dibujan con trazos precisos haciendo desfilar ante los ojos del lector oficinistas que llegan al hartazgo, vecinas en chancletas, travestis desengañados, jóvenes rebeldes, chicos de la calle, dirigentes autoritarios, mujeres pacatas y gente que, como él alguna vez, llega del interior con los sueños a cuestas, cada uno de ellos con una historia para contar, con algo para decir. El carácter humano de sus personajes no tiene fisuras, todos son víctimas de la furia encantadora –y muchas veces no tanto- de Buenos Aires. Algunas de estas historias son hijas de la novela “Guía de pecadores” (1972), metáfora de la polifácetica ciudad del Plata que une los discursos de los personajes más disímiles bajo múltiples géneros discursivos como la poesía, el guión cinematográfico, el radioteatro y el artículo periodístico. En la Buenos Aires Babel de Gudiño Kieffer la comunicación parece ser la utopía que corroe a sus habitantes y el lenguaje la única posibilidad de establecer puentes que los acerquen a las orillas ajenas a sus individualidades.
Pero esta ciudad áspera y compleja tiene para Gudiño un encanto inexplicable en su dimensión poética. El enamorado de Buenos Aires matiza su áspera relación con la realidad cotidiana desde tres lugares fundamentales: los juegos de lenguaje, el humor y la erudición.
A través del humor y de la experimentación con el lenguaje recrea una realidad que obedece a un azar extraño, la magia de lo lúdico que puede echar luz sobre las situaciones más tensas y dramáticas. En innumerables ocasiones lo absurdo y lo grotesco lo tiñen todo de un color extravagante y risible. Los cuentos publicados en los volúmenes “La hora de María y el pájaro de oro” (1975), “Ta te tías y otros cuentos” (1980) y “Diez fantasmas de Buenos Aires” (1998) -aunque es una constante en muchas de sus obras- encierran este lado mágico y lúdico de Buenos Aires donde lo extraño es la otra cara de la cotidianeidad.
Por otro lado, abundantes referencias literarias, históricas y filosóficas enriquecen los textos abriendo nuevos caminos de significado que permiten otras lecturas sobre una realidad reinventada constantemente. Dentro de esta línea podemos hallar “Fabulario” (1960), libro de cuentos en el que la experiencia de lo cotidiano se recodifica en leyendas mitológicas, cuentos tradicionales y canónicos textos literarios que se transforman y resemantizan invitando a la reflexión.
El humor, el guiño inteligente y la complicidad con el lector lograda desde el trabajo con la oralidad permiten abrir un espacio de fuga en la mirada comprometida y crítica.
Rescatar esta mirada política y humana sobre lo social, presente en la literatura del ‘70, nos permite dar una nueva dimensión a lo que hoy nos toca vivir. La narrativa de Gudiño Kieffer nos abre un abanico de interrogantes, pero sobre todo de respuestas para reinventarnos como sujetos sociales: la frescura y la flexibilidad en el uso del lenguaje nos brindan claves para nombrar lo real desde otro lugar y así resignificar un espacio social que cada vez con más frecuencia nos es hostil.
Amor a Buenos Aires, a sus lados oscuros y sus misterios más entrañables, a su obscenidad sórdida y su poesía. Amor múltiple, heterogéneo, plural, fluctuante como Buenos Aires misma. Así ha sido la relación de Eduardo Gudiño Kieffer con la ciudad que le abrió sus brazos amantes, relación colmada de matices que rayan la ira, la pasión, la belleza, el dolor, el desencanto, la fascinación, y que plasmó en toda su obra.
Hoy, en una realidad que avasalla y recrudece en cada esquina, en cada mesa de bar, en cada diálogo; en una ciudad cada vez más voraz y ecléctica, pero que sigue tan misteriosa como entonces, tan encantadora, tan mágica, revalorizar la obra de Gudiño Kieffer y recordar su nombre es una buena forma de sentarnos a conversar con Buenos Aires, de mirarla a la cara, como el reencuentro de dos viejos amantes: con la mirada de antes, pero con nuestros ojos, ahora.
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